EL BULEVAR DE LA VIDA

El único pecado sin perdón

Los dominicanos nos rasgamos las vestiduras cuando la impunidad y la incapacidad de nuestros gobiernos para cumplir y hacer cumplir las leyes nos golpean directamente. No antes. Por eso, mientras no somos víctimas directas de esta anarquía, somos indiferentes e indolentes, hipócritas e irresponsables. Dictaduras populares. Alguien debería preguntarse por qué surgen democráticamente a través de procesos electorales o nombramientos negociados entre el poder político, regímenes fuertes, autoritarios, y finalmente irrespetuosos de la dignidad humana. ¿Por qué triunfan incluso democráticamente, si atentan contra los valores de la democracia? La respuesta avergüenza y deprime: Porque en esos países ocurrió por décadas lo que por años viene ocurriendo aquí, donde en una comparsa de complicidad, entre casi todos vamos corroyendo las bases de la vida civilizada, y cada vez somos menos ciudadanos y más viles votantes. Cuando la anomía es la ley. Ya sabemos que en Moca (Espaillat) se fabrican y venden medicamentos falsificados y vencidos que pueden provocar y provocan la muerte de niños y adultos. En la “calle 20”, en el Distrito Nacional, venden los accesorios de vehículos robados la noche anterior; las leyes de tránsito sólo existen para el Club de los Pendejos. Los grupos multimillonarios enquistados en el transporte privado (conchos y voladoras) son todopoderosos, con licencia para abusar de todos porque son terroristas, y por lo mismo indispensables para el “éxito” de las huelgas, y sumamente eficientes en “buscar muertos” y dañar la imagen de los gobiernos. Además, los corruptos de cada gobierno de nuestra era “democrática”, al contrario de los de Trujillo o Balaguer, no guardan las mínimas formas, sino que exhiben sin ningún rubor ni pudor lo robado, y a veces entre aplausos que es lo peor. Palabras de mujer de faldas resueltas. Si más de uno piensa que lo dicho hasta aquí por este escribidor vencido es tan solo una catarsis de indignación, o un resabio sentimental porque la muchacha de la blusa amarilla (¡ay) nunca más volvió al Centro León, está equivocado. Y para confirmarlo están las recientes declaraciones de la fiscal del Distrito Yeni B. Reynoso, que con una responsabilidad inusitada e inédita entre los funcionarios del MP, acaba de denunciar con pelos y “llamadas archivadas” lo que ocurre en nuestro sistema judicial. La red social Twitter fue el escenario inicial utilizado por la fiscal, que comenzó con una declaración de principios: “He soportado presiones y amenazas, pero lo que no haré es prestarme para un circo. Ustedes tienen poder para quitarme todo menos mi dignidad” (...) para rematar con el centro de la denuncia: “Hace meses pedí una investigación contra la jueza Cristo, aporté pruebas y la respuesta que recibo del Poder Judicial es su designación al caso Díaz Rúa”. El pasado viernes, Reynoso había dicho a la jueza, al momento de recusarla: “usted y yo sabemos porqué usted está en este proceso, y quién es su protector, lo sabemos desde que la fiscal de La Vega le agarró una llamada en ocasión de una investigación a Juan Ernesto, en un caso de droga”. (...) Y que ante la existencia de esa grabación, recomendó que la jueza fuera sometida ante el Consejo del Poder Judicial, “y fue protegida. Por eso esta sociedad está así y por eso a mí me da vergüenza ser parte de este sistema”. ¡Palabras ha habido! Ahora solo faltaría la investigación sin padrinos, pero estoy pidiendo demasiado. Mientras tanto, que cada quien repase el festival de impunidad, desgobierno, y corrupción generalizada que afecta al país en todos los sectores profesionales y sociales, que no solo en el gobierno. Y se entere, además, que ya ha sido científicamente demostrado por los hechos, por los curas del carajo que reviven a Duarte con un libro, o por los que salvan a Dios desde el Centro Bonó, que en este país (ya es oficial y saldrá en La Gaceta) el único pecado sin perdón es la pobreza. Y cuando en un país el único pecado sin perdón es la pobreza, entonces, es que le estamos dando la bienvenida a la anarquía y al caos, entregando el presente y futuro de nuestras familias a los sicarios de la muerte o de reputaciones, y a los ladrones de erarios o de sueños.

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