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Agripino

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Luis Encarnación PimentelSanto Domingo

El reconocimiento ñmuy oportuno y más que merecidoñ que recientemente le hiciera el Arzobispado de Santo Domingo y el Ministerio Familiar a monseñor Agripino Núñez Collado no puede entenderse ni verse como un hecho aislado, enmarcado exclusivamente como un premio a los aportes de ciudadanos extraordinarios. Sin duda que la alta jerarquía de la iglesia Católica, con varias de sus principales figuras en programación para su retiro, habría querido aprovechar la ocasión y la importancia del personaje a reconocer para enviar algunas señales o metamensajes a la comunidad nacional. Por lo pronto, la presencia del cardenal López Rodríguez y de monseñor Ramón de la Rosa y Carpio en la actividad, en la que monseñor Arnaiz definió al rector de la PUCMM, entre otras cosas, como ”un hombre sagaz, tenaz, hábil y conciliador”, sirvió para desmentir algunas murmuraciones o versiones con respecto al desenvolvimiento de las relaciones internas en dichos niveles. En pocas palabras, la coincidencia en un acto de reconocimiento a Núñez Collado de todos los monseñores en quienes están repartidos el poder y la influencia de la jerarquía católica envían el mensaje de que, no importan apariencias o creencias de algunos, ellos están en sintonía -y en armoníañ en esencia y en las grandes cosas. Eso, para los católicos o para todo ciudadano que reconoce el peso social y crédito moral de la Iglesia, es una muy buena señal en la actual coyuntura, propia para la reflexión y la valoración. En el caso de monseñor Agripino, el gran mediador del país por excelencia, los grandes aportes como deshacedor de conflictos políticos y sociales, y el rol como efectivo como buscador de soluciones a los mismos, no lo han valorado del todo ni lo han alcanzado a ver todavía algunos dominicanos mezquinos, quienes en algún momento han sugerido la posibilidad de alguna dosis de protagonismo en un esfuerzo personal en el que, en realidad (y además de requerir mucha vocación de servicio, paciencia y entrega), el religioso no se ofrece, sino que generalmente lo llaman y lo buscan para involucrarlo. Ha sido un justo y muy merecido reconocimiento a un servidor excepcional, un hombre de fe que tiene el diálogo por arma. ¡Ojalá el país contara -y por mucho tiempo- no con uno, sino con varios Agripino, para la mediación y solución de sus grandes conflictos!

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