EL CORRER DE LOS DÍAS
Restos navideños de la Colonia
Las islas de Trinidad y Tobago, desde su descubrimiento por Cristóbal Colón, quien les dio nombre en 1498, son una una de las muestras de hibridación cultural y racial más vivas del ámbito antillano. Los primeros españoles tuvieron hasta 1532 una posesión absoluta de las mismas dejando en ellas influencias notables, pero la historia de Trinidad y Tobago, lo mismo que su cultura colonial inicial, cambió notablemente debido a la lucha de su posesión por la potencias europeas generando una mezcla que dio sabor novedoso a la cultura criolla en la que participaron los holandeses, los ingleses, nuevas incursiones españolas en el siglo XVIII, y la llegada posterior de culíes hindúes, los que debido a la presencia inglesa en La India y sus posesiones allí, auparon la presencia de grupos que marcaron la personalidad de amblas islas. Por eso, durante nuestra primera llegada a San Fernando para trabajos arqueológicos con otros colaboradores para excavar en el sitio de Banwari-Trace por la sugerencia del arqueólogo inglés Peter Harris, entramos en contacto con pobladores de origen hindú, y con lo mas híbrido de aquella sociedad. Banwari era en épocas precolombinas tempranas un sitio --6000 a 8000 antes de Cristo-- que, separado de la costa venezolana presentaba una importante población humana, pero también una fauna antigua llegada a la zona cuando Trinidad era parte del territorio continental. Con el ascenso del nivel del mar se fue convirtiendo en una isla, lo mismo que Tobago, y ya en el 4000 antes de nuestra era se había transformado en un reducto humano de recolectores marinos y con fauna pequeña, con algunas excepciones, toda relacionada con la tierra firme. Sus navegantes, según las muestras arqueológicas recolectadas y excavadas pertenecientes al período tardío dos o tres mil años posterior a la base del yacimiento, iban de pesca y cacería, lo mismo que a recolector materia prima para su instrumental constituido por rocas de la parte nororiental de las Guyanas, lo que sin dudas marcaba todavía aspectos culturales relacionables con la zona de procedencia continental. Llegando a la casa inglesa y fresca de Harris, encontramos asiento en sus habitaciones de madera y pudimos observar desde allí la población, en la cual se manifestaban los rasgos de diversas etnias en donde el mestizaje había marcado como un buril las comunidades. Nuestras excavaciones, publicadas luego como un apéndice en nuestra obra Prehistoria de Santo Domingo, daba cuenta de la sepultura de un habitante enterrado en el que antes era un lodo suave que protegía y luego consolidaba el cadáver, con posible fecha del año 4000 antes de Cristo, el que logramos levantar consolidado con viejas técnicas de goma laca y colocando con gatos una plancha de metal que cortaba por debajo, sin afectar su posición el personaje, trasladado luego al Museo de la capital. Era tempo de Navidad, y en el descaso de la faena, ya en casa de Peter y de su esposa Marianne, nos encontramos con la festividad. Peter era de ascendencia inglesa. Nos llamó a todos, en el momento de las excavaciones, el mirar y el color aceitunado de una joven cuyos ojos como lunas redondas miraban con asombro aquella comisión de colores variados que empalmaban con las coloraturas raciales del pueblo trinitario. Era una especie “diva” temprana; la imaginamos descendiente de dioses trasladados por Brahma a las Antillas- La recuerdo en el silencio que la memoria aporta para la confirmación de aquella imagen que fue algo así como la presencia de un personaje de los tantos definidos por el novelista y narrador inglés Kipling. Su nombre era Kalawatti. Hoy debe frisar la cincuentena de años, pero cuando pienso en aquella isla, surge también ella en su adolescencia encendida por su su mirada campesina. La Navidad era fiesta, y música en los campos de San Fernando, remedos de antigua posesión española. De repente junto al balcón de Peter llegaron cantadores que sin dudas celebraban la festividad del nacimiento de Cristo. Cantaban en español muy deteriorado e incomprensible para ellos mismos, ejecutaban una música de sabor hispánico acompañada y sostenida por panderetas y montada en guitarras sin dudas de sabor antillano. Harris me dijo que desconocía el origen de aquella música y serenata llamada “La Par‡n”. Busqué la procedencia de ese nombre en mis sentimientos, porque los sentimientos a veces semejan un libro abierto donde reposan frases y canciones.. Entonces me surgió la idea nada dudosa de que participaban en lo que en español llamamos “la parranda”. Por sus letras en castellano, por su ritmo y por estar ligadas a la Navidad pensé que un trozo de España se había colado entre los siglos y los mestizajes, llegando a un presente en que todavía el Cristo navideño de la primera colonia había quedado convertido en palabras indescifrables para ellos, y en animosa y festiva celebración del nacimiento de Cristo.