INQUIETUDES
Hogar familiar, lugar de la alegría
Durante el mes de noviembre, dedicado a la familia, he tenido la ocasión de vivir intensamente la promoción de la gente más necesitada en Republica Dominicana, visitando barrios, dando conferencias, apoyando asociaciones benéficas, orientando agentes sociales. He sido testigo privilegiado de la labor social, educativa y asistencial de la Primera Dama de Republica Dominicana, Sra. Cándida Montilla de Medina. Su excelente trabajo merece todo mi apoyo y mi desinteresada ayuda. Me han impresionado los ambiciosos programas de ayuda a los niños y niñas discapacitados, el apoyo a las adolescentes embarazadas, la virtualidad de la promoción familiar, la prevención de la delincuencia, la asistencia puntual para lograr mujeres saludables, el cuidado atento a los ángeles de la cultura, todo ello dentro del singular Proyecto de Comunidades Inteligentes. Hemos aplicado en nuestra sociedad una especia de narcisismo colectivo, recreado una sociedad cerrada que sólo se mira a sí misma, que busca la propia conveniencia. Es preciso abrir futuros de esperanza a las familias. Lo que más pesa en la vida familiar es la falta de amor. En todo hogar tenemos que proyectar sonrisas, acogida, cordialidad, ternura entre esposos, padres e hijos y entre hermanos. No podemos abandonar a los mayores, a los enfermos en los duros momentos de dificultad, en los que más necesitan comprensión y acogida. Los esposos que siguen a Cristo suelen ser valientes, viven la realidad, conocen los problemas, saben de las dificultades de la vida, pero no tienen miedo a asumir sus responsabilidades frente a Dios y delante de la sociedad. El Papa Francisco ha destacado recientemente que la familia que reza, la familia que conserva la fe, es una familia que vive la alegría. Por ello, aconseja que una buena familia rece con sencillez, viva con austeridad y que sepa compartir lo suyo con los más necesitados. Con cierta gracia recomienda el Papa a las familias: conservar la fe y “no en una caja fuerte”, sino en el clima hogareño. La suya es una batalla, una carrera. “La verdadera alegría que se disfruta en la familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables, sino de la profunda armonía de las personas, gracias a la presencia de Dios en el hogar”. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía y prevalecen los individualismos. Se apaga la alegría. Dios sana nuestras heridas con la ternura de una madre, la dedicación del padre, la compañía de los hermanos, la ternura de los abuelitos, la ayuda de los maestros, el ánimo de los pastores del alma y la solidaridad de la comunidad social.