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FUERA DE CÁMARA

¡El que vende su montura!

Mi padre, un hombre de campo que jamás renegó su origen, se crió oyendo decir que “quien vende su montura es porque muerde o patea...”. En su época, la docilidad del caballo era signo de raza y utilidad... A veces, hasta de la educación y la estirpe de la familia. Eso lo supo siempre “Pití”, el haitianito que cuidaba los animales de la casa, y que llegó a ser un miembro más de la familia paterna en “Sanvito” (San Víctor), de Moca. Muchas veces el caballo se convertía en instrumento de trabajo imprescindible en el hogar, en el medio de transporte para los muchachos ir a la escuela, en el asistente en las duras jornadas agrícolas, en el testigo de travesuras y requiebros amorosos. ¿Cuántas veces habrá prestado el caballo sus ancas para el escape de la pareja que decidió “irse por la palmita”, como se decía en los campos del Sur. O “impliarse”, como le dicen aún por el Este. O simplemente “fugarse con el novio” o llevársela una noche clara? En los tiempos de mi padre --que “nació con el siglo”--, el caballero se distinguía por su montura, y la raza de su caballo sobresalía no sólo por su porte distinguido, sino también por su comportamiento “entre la gente...”. El caballo de mi papá se llamaba “Blanco” a pesar de que su pelaje era cobrizo, pero su larga crin honraba su nombre. Carlos María, que así se llamaba mi padre, lo controlaba con silbidos: un silbido, para que viniera; dos silbidos, para que esperara; tres, para que se fuera a pastar... De “Sanvito” al Mamey. A “Blanco” lo cuidaba “Pití” con esmero. El haitianito llegó desde muy niño a la familia y siguió con mi padre en Mamey, de Puerto Plata, donde junto a su hermano Lucas Medina se estableció en actividades de negocios. Con los años, el tío Lucas se haría un cacique en esa región comprando la mayoría de los productos agrícolas para exportarlos y adquirió las mejores tierras. Nietos y bisnietos son aún gente respetables en la zona. El traslado de esos productos agrícolas desde las lomas de Puerto Plata al Mamey donde se preparaban para su exportación a las islas del caribe, se hacía a lomo de caballo que formaban una recua. El “recuero” o jefe de esa operación, era “Pití” bajo la supervisión de mi padre. Una mañana de 1937, cuando la recua bajaba cargada, una patrulla la interceptó y el pobre “Pití” no pudo pronunciar correctamente la palabra “perejil”. Allí mismo lo pasaron por las armas. “El capitán Santana...”. Después de aquello mi papá salió despavorido, horrorizado de aquella región y sólo volvió una vez a visitar a su hermano, ya grave de muerte, 35 años más tarde. En esas alturas colindantes con la Línea Noroeste se había establecido una de las mayores colonias haitianas que cruzaron para este lado de la isla atraídos por el auge de la agricultura --café, cacao, víveres--, que en su mayoría se exportaba a las islas del Caribe desde el muelle de Puerto Plata. Por eso se registró allí una crueldad sádica contra centenares de trabajadores haitianos degollados por los militares trujillistas durante “el corte” de 1937. Los padres de Peña Gómez vivían entonces en esa región, específicamente en la Loma del Flaco entre Mao y Mamey. Se ha dicho siempre que su padre fue ejecutado en esa matanza cruel e inhumana. ¿Saben quién era el capitán jefe de las tropas que ejecutó esa matanza...? Un capitán de apellido Santana, de San Pedro de Macorís... ¡... Busquen el parentesco!

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