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Tiempo para el alma

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. Lc. 10: 21 ¡Dios siempre se las trae! En sus cosas no hay tráfico de influencia, no tiene lugar el ‘lobbismo’, no hay negociación que valga y no se deja impresionar por los apellidos ni por las tarjetas de presentación, mucho menos por las fortunas. A Dios le place la humildad; cuando escoge, mira el contenido, no el continente. No es lo que representas o lo que vales o lo que muestras, es lo que eres en lo que llamamos “por dentro”; son tus sentimientos, tu integridad, tu corazón, el verdadero tú, eso es lo que importa para Dios. Por eso cuando escoge, todos se sorprenden. Quién iba a imaginar que vendría encarnado en familia de carpintero, quién diría que usa a gente sencilla para glorificarse con sanaciones, milagros, el don maravilloso de la palabra y el de interpretación. ¡Ese es Dios! Con Él simplemente hay que ser, no aparentar ser; sólo hay que salir del escritorio e irse al pueblo. No hay dudas, ¡ahí está Dios!

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