PENSAMIENTO Y VIDA
De nuevo con Jean Guitton
Hay quienes creen que una profunda formación teológica es patrimonio exclusivo de los sacerdotes o de candidatos al sacerdocio que no llegaron a ordenarse sacerdotes. Cuando se encuentran con algún “laico” con precisos conocimientos sobre Dios y la Iglesia se sorprenden y se sienten tentados a preguntarle si fueron seminaristas. Y si se trata de una mujer, la tentación es preguntarle si fue durante algún tiempo, “religiosa”, monja. Semejante creencia no responde a la verdad. En la Iglesia Católica y en otras confesiones siempre han existido laicos especialistas en teología. Entre estos hay que contar a dos grandes figuras modernas, Romano Guardini y Jean Guitton. Los escritos teológicos de los laicos suelen tener un sabor especial. Los cuatro años, como mínimo, que abarca la seria formación teológica de los sacerdotes con terminología muy precisa y un tanto esotérica y la segregación del mundo por el régimen interno en que esa formación se da, hacen que no raras veces los sacerdotes en sus prédicas usen un lenguaje un tanto extraño para sus oyentes. Les huele un tanto a cera y lo perciben nimbado de incienso. No sucede así normalmente con los laicos. El empate de su lenguaje con el de la calle les da un encanto y enganche singular. Por aquí va mi apego a Jean Guitton. Cierto día se le acercó a Jesús un fariseo y le preguntó con ánimo de ponerle en apuros. Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley?. Jesús le contestó. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se cifra toda la ley y los Profetas” (Mt 22, 34-40). Es decir que ellos compendían la Moralidad y la Espiritualidad. Jean Guitton en su libro “Mi pequeño catecismo” dedica un sabroso capitulito al amor. Dice así: “Oirás a menudo hablar del amor. Al amor se le llama a veces “caridad”, pero yo prefiero la palabra amor a la palabra caridad, porque la caridad parece designar la benevolencia, el don que se hace al dar un poco de dinero a un pobre. El amor es mucho más. Pero esta palabra amor se emplea por los seres humanos de una manera tan vaga (y a veces tan mal) que hace falta que te explique primero lo que significa amar. Toda la enseñanza de Jesucristo se puede reducir a la ley del amor. El que quiere llamarse discípulo suyo debe: primero, amar a Dios sobre todas las cosas, lo que significa hacer siempre la voluntad de Dios, que se manifiesta por la vía de la conciencia; segundo amar a todos los seres humanos sin distinción de raza, de color, de situación , como si fueran nuestros hermanos, y porque Dios los ama. Debes aprender de memoria las palabras de Jesucristo que te voy a citar: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, “Haz con los demás lo que quisieras que hicieran contigo”. Hay, por tanto, dos mandamientos que no son más que uno: amar a Dios sobre todas las cosas con toda tu alma y con todas las fuerzas: y amar al prójimo como nosotros nos amamos a nosotros mismos. Pero ¿estos dos mandamientos son dos mandamientos diferentes?. Jesús dijo que no eran diferentes. Y no lo son porque se trata de un mismo amor. Si amamos a Dios como a un padre, amamos a los otros seres humanos como hermanos que tienen un mismo Padre. ¿Se puede amar a los demás sin amar a Dios?. Sí, se puede amar a los demás sin conocer a Dios y sin saber que existe, pero no es un amor perfecto. Y ¿Se puede amar a Dios sin amar a los demás?. Esto ocurre a menudo, pero no es un verdadero amor de Dios. La prueba de que amamos a Dios sin verle es amar al prójimo a quien vemos. Una pregunta más: si yo tuviera que escoger entre amar sin amar a los demás o amar a los demás sin amar a Dios ¿qué debería hacer?. Yo trataría de no escoger, pero si fuera absolutamente forzoso escoger, creo que escogería amar a los demás, pues amando a los demás aprendería a amar a Dios. Leerás muchos libros que hablan del amor. Pero quisiera citarte los más bellos textos sobre el amor, para que tú les des alojamiento en tu propio corazón y te los aprendas de memoria. El primero de estos textos está sacado de San Pablo cuando definió el amor diciendo que es la cosa más grande que existe en el mundo: “Si doy todo mi dinero a los pobres, pero no tengo amor, esto no sirve de nada. El amor es paciente: el amor es servicial; el amor no es envidioso; el amor no hace el fanfarrón. El amor no hace nada inconveniente. El amor no busca su interés, no se encoleriza. No mira lo que está mal. No se alegra de la injusticia, sino que pone su alegría en la verdad. Lo excusa todo, lo cree todo, lo espera todo, lo soporta todo. El amor no pasará jamás, incluso la ciencia desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño. Una vez convertido en hombre, hice desaparecer de mi lo que había de niño. Pues bien, del mismo modo, hoy vemos como a través de un cristal esmerilado de una manera confusa, pero después de la muerte veremos como a través de un espejo. Será el cara a cara. Hoy conozco las cosas de una manera imperfecta, pero entonces lo conoceré todo al igual de cómo yo soy conocido. En resumen, la fe, la esperanza y el amor son las tres virtudes principales. Pero la más grande de todas es el amor”. El texto que acabo de dictarte fue escrito por un gran apóstol llamado Pablo. El que te voy a enseñar ahora es de un hombre religioso que vivía en la época de Juana de Arco. “El amor es algo grande. Es un bien absolutamente grande. El amor sólo vuelve ligero todo lo que es pesado. Lleva lo que es pesado sin decir que es pesado, y convierte en dulce lo que es amargo. El amor de Jesús nos empuja a acciones grandes y nos incita a desear siempre lo que hay de más perfecto. El amor tiende siempre a lo de arriba y no quiere ser retenido por las cosas de abajo. El amor quiere ser libre y desembarazado de todo lo mundano, por temor a ser detenido en su afecto, por temor a ser molestado, estorbado o abatido. No hay nada en el cielo y sobre la tierra más dulce que el amor. Nada más fuerte, nada más elevado, nada más extendido, nada más agradable, nada más lleno, nada mejor. Todo esto porque el amor viene de Dios y porque no puede encontrar reposo más que en Dios, elevándose por encima de todo lo que es visible, temporal y creado. El que ama mucho va de prisa, corre y esto lo hace con alegría. El que ama es libre y nada le retiene. Da todo para obtener todo, posee todo en todo, porque descansa, por encima de todas las cosas en el bien supremo de donde proceden y manan todos los otros bienes. No mira los dones sino que se eleva por encima de todos los dones para no ver más para no ver más que a aquel que los da. El amor no siente su carga. No le importa nada el trabajo. Quiere hacer más de lo que se puede. Cree que todo le es posible. También es capaz de todo y, mientras que el que no ama se desanima y se deja abatir, el que ama ejecuta muchas cosas. Las empieza, las continúa y las acaba. El amor vela, El amor no duerme ni siquiera durante el sueño. Se fatiga sin cansarse jamás. Está comprimido sin sentirse jamás molesto. Está asustado sin sentirse jamás turbado. Se parece a la llama que sube derecha hacia lo alto”. Reflexionando sobre estas palabras, puedes comprender qué alegría hay en el amor. Pero la dificultad está en practicar el amor y para esto te daré algunos consejos. Hacer algo por amor es hacerlo sin pensar en el interés, por la sola belleza de la cosa en sí. Los más bellos actos de amor son aquellos que nadie conoce porque han sido realizados en el secreto del corazón. Amar quiere decir hacer el bien, Pero ¿qué bien?. Ante todo el bien material. Piensa en todos los pueblos que están subalimentados, que no poseen el mínimo vital. Pero no hay que dar solamente cosas materiales, sino también tu espíritu y tu corazón. Dar el propio corazón es consolar. Los niños tienen un gran poder para consolar a las personas mayores cuando están tristes. “Mamaíta, no quiero verte triste”. Da a los demás esa alegría de vivir que hay en tu corazón de niño. Entre todos tus amigos, prefiere a aquellos que tienen penas. Trata de adivinar la pena de los demás, pues la pena se esconde. Consolar a alguien no consiste en hablarle. Puede consistir en callarse con él, en caminar con él en silencio. En este aspecto, las palabras que uno retiene entre los labios hablan más claramente que las que se dicen. Consolar es demostrar a los demás que uno se pone en su lugar. La soledad es más dolorosa que la pena. El amor verdadero es alegre, jovial, puro. Tiene una sonrisa puro y sus ojos de miran de frente. El falso amor es triste. El verdadero amor no piensa en si mismo. El falso amor, incluso cuando cree pensar en el otro, piensa en el placer que obtendrá el otro. El verdadero amor es generoso, tiene vastos proyectos, quisiera ver mucha alegría alrededor de si mismo, busca multiplicar la vida. El amor lo da todo. Y sabrás que es más agradable hacer una cosa a fondo, con todo el corazón, con todo el espíritu, que hacerla a medias y a contrapelo. Esto incluso con el recreo y el juego. Y es porque estamos hechos para ser perfectos. La perfección en todo da más placer y felicidad que la imperfección, el trabajo bien hecho que el trabajo mal hecho. Y, todo bien sopesado, lo excelente da menos trabajo que lo mediocre.