PENSAMIENTO Y VIDA
Recogimiento y penitencia cuaresmal
A nuestra generación, extrovertida, hedonista e insensible al mal del pecado, no le va el recogimiento y la penitencia cuaresmal. Le cuadran a la cuaresma los versos de Lópe de Vega: “Dos partes tu mortal sujeto encierra:/ una que te derriba al bajo suelo/ y otra que de la tierra te destierra./ Tu juzga de las dos el mejor celo./ si el cuerpo quiere ser tierra en la tierra,/ el alma quiere ser cielo en el cielo. Lo que caracteriza la cuaresma, como tiempo preparatorio para la celebración de la Pascua -la resurrección de Cristo y con ella la nuestra- es el recogimiento y la penitencia. Sería, sin embargo, un grave error considerar ambas realidades como un fin y no como un medio. No es el cristianismo agorófobo ni masoquista. Ama la creación y la convivencia humana; estima altamente el cuerpo; y valora muy positivamente el bienestar progresivo humano. El recogimiento cuaresmal es en orden al encuentro a solas con uno mismo, a la reflexión y revisión de vida y a la oración. La penitencia lo es en orden al arrepentimiento de los pecados y unión con Dios. Más brevemente, la cuaresma está dirigida a que salgamos de nosotros mismos y nos abramos a Dios por medio de Cristo. El ritmo acelerado al que estamos siendo sometidos, la multiplicación de medios de comunicación, la oferta desaforada de noticias al hilo de los acontecimientos, el reclamo de tantos lugares y modos de diversión, la movilidad continua en la que estamos metidos, la adición a internet en muchos y cada día más, la televisión por cable o por parábola propia con canales para todos los gustos están haciendo de nosotros una generación aturdida, dispersa, liviana, robotizada, incontrolada, incapaz de interiorización, de buscar la soledad para sumergirnos en lo profundo de nuestro ser y examinar cuáles son nuestras ideas y convicciones prevalentes sobre el ser humano, sobre la sociedad, sobre el mundo que nos rodea, sobre Dios, sobre el destino de nuestras vidas; cuáles son los intereses y valores o contravalores que están condicionando nuestro comportamiento; cuáles están siendo nuestros yerros y nuestros aciertos; y cuáles son sus causas. La cuaresma es ocasión única para hacer esto. Algo tan importante. En verso nos lo dijo Fray Luis de León: Qué descansada la vida/ la del que huye el mundanal ruido/ y sigue la escondida/ senda por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido/. El encuentro con uno mismo no puede reducirse a una mera reflexión y revisión de vida ñque no es poco-, sino que debe llevarnos a un encuentro y diálogo con Dios. Dios llama continuamente a la puerta de nuestro interior, pero nosotros, ensordecidos con el ruido de tantas voces mundanales, no oímos su llamada y no le abrimos la puerta. Lo dijo, también, bellamente el poeta: ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?/ ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,/ que a mi puerta cubierto de rocío/ pasas las noches del invierno a obscuras?/ ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras/ pues no te abrí!,¡Qué extraño desvarío/ si de mi ingratitud el hielo frío/ secó las llagas de tus plantas puras!/ ¡Cuántas veces el ángel me decía:/ “alma asómate asómate ahora a la ventana,/ verás con cuánto amor llamar porfía”./ Y ¡cuántas, hermosura soberana:/ mañana te abriremos, respondía,/ para lo mismo responder mañana/. Es difícil orar si no nos percatamos de la presencia amorosa de Dios. La soledad favorece la conciencia de esa presencia y esta conciencia nos lleva naturalmente a hablar con Él mental y vocalmente. San Pablo nos dice que en Dios somos, existimos y nos movemos, de él dependemos en todo”: Débiles y frágiles necesitamos de su benevolencia y auxilio y El mismo por boca de Jesucristo nos dijo que todo lo que pidiésemos al Padre nos lo concedería: “Yo les digo: pidan y recibirán; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre. Qué padre entre ustedes si su hijo le pide pan le da una piedra, si un pez una serpiente y si un huevo un escorpión. Pues, si ustedes, aun siendo malos, saben dar a sus hijos cosas buenas, cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc 11, 9-13) Con el Padre Nuestro nos enseñó cómo debíamos orar y qué debíamos pedir a Dios Nuestro Padre. El buen cristiano no debe reducir la vida de oración a alabar al Señor y a pedir. Debe también reflexionar, ponderar, meditar sobre las verdades de su fe, sobre la vida, enseñanza y obra de Cristo. Cuaresma es tiempo apto para tomar en nuestros manos los evangelios o una vida de Cristo y al hilo de su lectura detenernos a meditar sobre lo que ha leído; a profundizarlo, a degustarlo, a remansarlo en su interior. La cuaresma es una convocatoria no sólo al recogimiento sino también al sacrificio. Vivimos tiempos que reclaman la revaloración del sacrificio. El sacrificio no está en la agenda de los individuos ni de la sociedad moderna. Lo fácil, lo honroso y lo placentero es su ideal y lema. Sin embargo subordinar realidades superiores a esta trilogía no es correcto. La facilidad, la honra y el placer son indiscutiblemente valores, pero valores objetivamente relativos que deben ser subordinados a valores superiores. La constancia es un valor al que debe someterse la facilidad. Conquistarla es arduo y jamás la proclividad a lo fácil la debe entorpecer. Es necesario en la vida sacrificar lo fácil para poseer la recia virtud de la constancia. Saber perdonar y perdonar es necesario para tener paz y para entrar en el Reino de los cielos. La humildad y la sencillez son el más bello atavío de un alma grande. Jamás, sin embargo, las poseerán los codiciosos de honras y reconocimientos, los perseguidores de fama y alabanzas. ¿A quién no le agrada complacer a los sentidos y satisfacer a los instintos? La naturaleza humana es así. Pero son muchas las ocasiones en la vida, que por razones serias o motivaciones espirituales hay que poner freno a los sentidos y a los instintos y sacrificar el valor del placer sensible ante valores superiores, espirituales o no. Al dedicarnos, pues, deliberadamente en cuaresma a la penitencia, uno de nuestros objetivos es tomar conciencia de que el logro de bienes superiores para por el sacrificio de bienes inferiores; tomar conciencia de su valor, ejercitarse en él y crear el hábito de vencernos a nosotros mismos. Hay algo más hondo en el sacrificio, a lo que apunta la misma palabra de penitencia y en lo que radica la vinculación real entre la penitencia y el sacrificio. “Poeniteri” (verbo del que procede el substantivo penitencia) significa “arrepentirse”. ¿Arrepentirse de qué?, Del pecado, es decir de haberse preferido a si mismo a Dios, invirtiendo el orden debido. El individuo, al darse una satisfacción extralimitada o prohibida se olvida de Dios y se preocupa exclusivamente de sí mismo. Prefiere el placer inmediato a la sumisión a Dios. El sacrificio, siempre doloroso, que se imponga el ser humano, implica y significa arrepentimiento del pecado cometido. Es el sentido profundo del sacrificio cuaresmal: sacrificio-penitencia, penitencia-sacrificio. Pero hay más todavía. Cristo satisfizo por nuestros pecados (hizo la redención universal) a través de la renuncia y sacrificio total de si mismo hasta la muerte en cruz. Por eso , como el mismo lo dijo sin paliativos:”el que quiera venir en pos de mí, debe negarse a si mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mt 16, 24). Estaban solamente los apóstoles y el Maestro. Jesús les anticipó su pasión. Pedro entonces le dijo:”No quiera Dios que esto suceda”. Jesús volviéndose a él le contestó: “Apártate de mi, Satanás. Me escandalizas porque no piensas como Dios, sino como los hombres” (Mt 16, 23). El sacrificio cuaresmal, en cuanto identificación con Cristo, es también satisfacción por nuestros propio pecados y por las de la humanidad.