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Aspectos delicados en la diplomacia

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Manuel Morales LamaSanto Domingo

La diplomacia de hoy es al mismo tiempo la expresión de una política, una red privilegiada de comunicaciones, un proceso de organización de las relaciones entre los Estados que facilita las imprescindibles negociaciones y el cabal desarrollo de la cooperación. Es sin duda el único enfoque pacífico de los conflictos y controversias que suelen presentarse en el entorno internacional. “Es también un oficio, con las conocidas situaciones complejas que incluyen antagonismos, riesgos e incluso peligros. Es, asimismo, una de las profesiones más interesantes y hermosas, cuyo ejercicio sólo permite el Estado. Para aquel que posea la vocación, la capacidad, la experiencia y la personalidad que requiere esa función y, sobre todo, que se sienta orgulloso de su país, no hay misión más noble que representarlo ante los demás” (Alan Plantey). En tal contexto, cabe recordar que las imposiciones y riesgos que el mundo exterior plantea a la política de cada Estado, exigen en efecto, que los gobiernos posean una poderosa capacidad de análisis y respuesta en este ámbito. Vale decir que puedan contar con una Cancillería y un Servicio Exterior, cuyos funcionarios estén dotados de conocimientos constantemente actualizados y la debida experiencia requeridos hoy para el trabajo técnico de alto nivel en este ámbito. En igual dirección, cabe insistir, gran número de los países que forman parte de la Comunidad Internacional, conscientes de los riesgos y del alto costo en pérdida de oportunidades entre otros muchos aspectos, que supone confiar en funcionarios no entrenados adecuadamente para este quehacer la ejecución de la política exterior del Estado que corresponde a las Embajadas, han ido perfeccionando su legislación al respecto, y los correspondientes órganos, en virtud de lo cual ha podido institucionalizarse la función diplomática. Es de esta forma como nace lo que se ha convenido en llamar la Carrera Diplomática, que ha sido tema de anteriores artículos. Desde un punto de vista práctico es oportuno recordar, respecto al diplomático, que si éste cometiera (o hubiera cometido) alguna “falta de honradez” es evidente que caerá bajo la dependencia de aquellos que conozcan sus faltas. Esto suele adquirir una gravedad de imprevisibles consecuencias, por ostentar el diplomático la representación del propio Estado en el país receptor. Si bien varios autores coinciden en insistir en lo divorciado que suele estar de la práctica diplomática la altanería y la ordinariez en el trato y, asimismo, la dipsomanía, conforme lo registran “Compiladores de Historias y Casos Recientes” (en este ámbito, teniendo como escenario diversas naciones, distintas y distantes), hay asuntos más graves aún, como el hecho, debidamente documentado, no sólo de haberse cometido actos que pudieran calificarse objetivamente de la más grave corrupción, en el campo de su ejercicio, sino más cuestionable aun, pretender obligar a sus entonces “superiores jerárquicos”, por medio de comunicaciones firmadas y selladas formalmente a hacer lo mismo, en aras, al parecer, de que éstos sean sus cómplices en tales acciones. Al no obtemperar en ello, serían entonces éstos (sus superiores), los que habrían puesto en peligro la continuidad en su trabajo, contrariamente a lo que debía ocurrir, a la luz de la equidad y la justicia; como resultado de una “orquestada” retaliación, que ha sido la consecuencia, para tales superiores, de haber asumido la actitud responsable que las circunstancias les exigían. Contándose para tal despropósito con un largo e intenso “cabildeo”, a fin de agenciarse diversos apoyos, incluso en el entorno de su objetivo para debilitar la posición de éste. Empleándose niveles insospechados de intrigas, con claros matices de evidentes “manipulaciones” e insidias, así como avasallantes demostraciones de poder, que facilitaron la creación del ambiente necesario para culminar con un denominado “acuerdo político”, el cual será objeto del correspondiente análisis y subsecuente objetiva valoración en un trabajo posterior. Más grave aun, en determinada forma, y resaltado por la misma fuente, es destinar al Servicio Exterior, de parte de ciertas naciones, a personas con antecedentes de haber sido detenido con constancias en datos de carácter electrónico de público acceso, por sendas acusaciones flagrantes de fraude. Igualmente, otros casos más frecuentes aun y en cierta forma menos graves que el expuesto, que se hace evidente en conocidas manifestaciones contrarias, o diferentes, a las raíces de la sociedad que representa el diplomático en cuestión, que se contrapone al hecho de que el diplomático debe ser un genuino representante del propio Estado. Naturalmente, que lo descrito precedentemente, en especial los más graves, no son características adecuadas para la representación de ningún Estado, conforme a las normas vigentes de convivencia internacional, por muy obvias razones. No obstante, “en principio, cada Estado es libre de instituir y elegir las autoridades y personalidades que lo representen en el exterior”, de acuerdo, por supuesto, a sus aspiraciones y objetivos en el ámbito internacional. Finalmente recuérdese, que la igualdad de oportunidades de los Estados suele estar condicionada al talento, bien sustentados conocimientos en esta área y credibilidad de sus representantes en el exterior. En efecto -señala D. Darrien- los Estados tienen el indelegable deber de poner un especial énfasis en la adecuada selección y eficaz formación de sus diplomáticos.

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