EN PLURAL
Para que seamos muchedumbre
No me gusta escribir sobre temas rituales, lo he dicho muchas veces. Ese “material de abanico” como denominaba Rubén Darío a los textos puntuales, forzados por una conmemoración de almanaque, resultan muchas veces sosos, repetitivos, extraídos como tirabuzón, poco espontáneos. Pero soy mujer. He ejercido plenamente este oficio que vino con mis genes, con todas sus consecuencias, permeadas por la cultura patriarcal: amor, maternidad, dolor, exclusiones y luchas, y, por fin, el hermoso hallazgo de mi conciencia de género. Por eso escribo sobre el ocho de marzo este En Plural más apretadamente solidario y compartido que nunca, usándolo como espacio propicio para un encuentro con las demás mujeres, en el que nos lamemos mutuamente las heridas, mientras fortalecemos la decisión de expresar nuestra rebeldía con algo más que denuncias y protestas. No estaremos todas, porque muchas compañeras de género no han tenido ni tienen las oportunidades de “leer su realidad y escribir su historia”. Sin embargo, esas, las invisibles, las innominadas, las que dentro del torrente de la marginación femenina colectiva ni siguiera cuentan en las estadísticas con indicadores confiables, son las que sin voces ni altavoces han hecho y hacen nuestra historia, aunque no figuren en la historiografía ni puedan decodificar en conceptos y palabras sus aportes y sus lágrimas. Por eso nosotras, las que privilegiadamente llegamos a las academias, a los partidos, a los escenarios en suma donde se montan las tragedias y las comedias sociales, tenemos que hacer un esfuerzo de solidaridad y de interpretación para que esas compañeras mujeres estén presentes adquiriendo en nuestra voz comprometida sus propias voces asfixiadas. Demandemos para ellas, sobre todo, porque nosotras por lo menos hemos logrado a fuerza de afilar nuestro espíritu y darnos de cabeza con todos los obstáculos, el derecho a quejarnos, a que nos escuchen aunque sea con displicencia, obligados los hombres a admitir, tan solo de boquilla, que también nosotros somos seres humanos, negando a Moebius y a Schopenhauer. ¿Qué exigimos para ellas, o mejor CON ellas y DESDE ellas, y también para todos los hombres, puesto que no puede haber felicidad sin amor, y el amor no existe entre opresores y oprimidas, entre amos y esclavas? Lo primero, queremos que ellas y nosotras, - que también nosotras tenemos muchas zonas opacas de inequidad en nuestra geografía pública y privada ñ transitemos, como expresa Virginia Vargas citando a Itziar Hernández “de la invisibilidad y la exclusión a la participación integral”. Lo queremos, repito, para todos y todas, porque, como dijo Camila Henríquez Ureña, “el recuerdo de su inferioridad secular impulsará a la mujer a ayudar a la construcción de un orden social donde no exista la inferioridad”. Para que todas seamos visibles e incluídas, no es suficiente ya el “empoderamiento” que pedimos desde Beijing y Nairobi, entendido como presencia de mujeres en los cargos de mando. ¡Ay! La verdad es que casi siempre somos las mismas, las visibles, las “documentadas” las que nos empoderamos. Necesitamos otra cosa, además de esa presencia de mujeres “ilustres” en puestos importantes. Requerimos una visión de género en cada instancia del estado, en cada plan, en cada presupuesto, en todas las acciones que se inserten en políticas públicas con perspectiva de género, orientadas a “ciudadanizar” a todas las mujeres, especialmente a las que ni siquiera existen legal ni funcionalmente. Una advertencia: no se puede entender ni aceptar la versión reductora y perversa de una política pública de género que se limite a dar solamente respuesta a necesidades prácticas perentorias, alimentos, precarios subsidios. Eso es crudo asistencialismo, clientelismo abusivo, menguando la dignidad y ahondando un sentido desigual de la existencia. Lo que queremos, lo que exigimos las que podemos hacerlo es no sentirnos tan solitarias y tan escasas en cada ocho de marzo de cada año que pasa dejando unas cuantas condecoraciones y algunos programas de radio y de televisión conmemorando la fecha. Yo, por lo menos, reclamo una muchedumbre de mujeres enaltecidas en sus potencialidades a través de las políticas publicas de fuerte acento social, que pongan en primer plano los intereses y necesidades estratégicas de las mujeres. Porque estoy harta de ser presentada cada 8 de marzo como fenómeno de feria, “una especial”, y anhelo ser una entre todas, todos los días, para que no tenga que escribir más sobre este ritual tema calendarizado.