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La otra historia del doctor Espaillat Cabral

Arnaldo Espaillat Cabral fue llevado a la tétrica cárcel del kilómetro nueve de la carretera Mella. Un cepillo Voslkwagen, del Servicio de Inteligencia Militar, lo condujo detenido, luego de apresarlo a la salida del hospital donde prestaba servicio y llegar al hotel donde pernoctaba. El “nueve” era un antro de terror, junto a la cárcel de “La 40”, sitio de penumbras, donde se torturaba y asesinaba a los opositores de la dictadura criminal de Rafael Trujillo. Muchos dejaron sus vidas para siempre, escarnecidos y brutalmente golpeados. Arnaldo Espaillat, había visto cómo Trujillo había asesinado a su padre, comprometido con el General Desiderio Arias, en aquel histórico levantamiento de la línea. Apestado, este dominicano, se esmeró en los estudios sobresalientes, con una inteligencia poco común, protegido por familiares y amigos, rehuyendo la pérdida de tiempo, concentrándose en su superación personal y evitando el trujillismo en cualquiera de sus formas, fue así como la dictadura unipersonal lo confinó en San Cristóbal, hato semi feudal del Jefe, donde no se movía una hoja de un árbol sin ser notificada a este engendro del mal. Arnaldo llegó al infierno del “nueve” y allí fue torturado reiterativamente por un equipo de bandidos, integrado, entre otros, por Tavito Balcácer, un reconocido agente represivo de la tiranía, quienes en cada interrogatorio no cesaban de darle palizas, golpes en la cabeza, en el cuerpo, hasta convertirlo en una masa difusa, sanguinolenta. La acusación era que se reunía con comunista enemigos del Jefe, planteándole que confesara los planes conspirativos contra Trujillo. Arnaldo se limitaba a decir que los acusados nunca hablaron con él de esos planes, que simplemente compartió momentos festivos y que ignoraba que eran comunistas antitrujillistas. Los golpes no cesaban, una sonrisa sardónica que no parecía provenir sino de reflejos no conscientes, se dibujaba en su rostro deformado, lo que estimulaba aún más a los torturadores que pensaban que se burlaba de ellos. Cuando los golpes cesaron y se levantó de la silla donde sufría el ensañamiento, Arnaldo sintió que la cabeza le pesaba como una tonelada, no alcanzaba a llegar a una pluma de agua y el mundo giraba como un tiovivo en la noche. Vivir y morir son mandatos humanos, pero morir cuando se vive en plena juventud y cuando la vida no es morir sino seguir viviendo, es una tragedia. Cuando pudo ser liberado logró escapar en un acto milagroso que sólo Dios puede explicar, hacia España, donde perfeccionó sus estudios en Oftalmología durante varios años. Minutos después de alcanzar la salida hacia España, varios vehículos del SIM lo buscaban nuevamente de manera ansiosa por toda la ciudad, impotentes ante su fuga espectacular del país. El país sabía que era y es uno de los más reputados oftalmólogos dominicanos, que su Centro de oftalmología Espaillat Cabral es un orgullo de calidad y servicio a los demás, hoy dirigido por su hijo, pero el país probablemente no sabe que cuando los jóvenes del I4 de Junio, encabezados por Manolo Tavárez Justo y sus compañeros fueron fusilados en las montañas de San José de las Matas, él se levantó indignado y dirigiéndose al entonces Secretario de las Fuerzas Armadas, le dijo, que el pueblo entero estaba diciendo que ellos, los militares, eran unos asesinos que fusilaron a Manolo y sus compañeros cuando se entregaron pacíficamente. El país no sabe que en medio de una tensión enorme, este médico dominicano se enfrentó a un General prepotente que alzaba la voz y golpeaba la mesa intentando intimidarlo, delante de efectivos militares y uno de los famosos Triunviros, cuando en pleno Palacio Nacional y acompañado de la señora Sofía Tabar, viuda del doctor Tejada Florentino, asesinado por Trujillo, exigió que se le permitiera subir a las montañas a defender las vidas de los guerrilleros errabundos que aun sobrevivían a duras penas al aniquilamiento de las montañas. Fue entonces cuando ese Triunviro, ante la pregunta del doctor Espaillat, de si otorgaba el permiso para la tregua y poder subir a las montañas, dijo delante de todos los presentes, que la última palabra la tenían los militares, en especial el Secretario de las Fuerzas Armadas, con lo cual confirmaba que la muerte de los guerrilleros constitucionalistas que se habían entregado acogiéndose a su llamado de garantizarles la vida, la noche del día 18 de diciembre de 1963 en comparecencia pública, había sido determinada por el alto mando militar, en especial por ese jefe militar. Lo increíble de esta afirmación es la falta de coraje y valor cívico de este Triunviro, incapaz de renunciar como lo hizo el doctor Emilio de los Santos, ante el hecho de sangre que lo comprometía ante la historia. El doctor Arnaldo Espaillat Cabral recuerda las torturas del “nueve”, recuerda a los jóvenes presos entre ellos, a uno de apellido Espejo, fornido, quien le confesó antes de morir en medio de las golpeaduras que no aguantaba más, recuerda a uno que pusieron en libertad sin tocarlo, cuando intervino Nene Trujillo por su vida, recuerda la lóbrega estancia del crimen trujillista. Recuerda a sus compañeros del I4 de Junio, sobre todo a Hipólito Rodríguez Sánchez, Polo, con quien convivió el calor de las ideas democráticas y la búsqueda de conocimientos en todas las instancias filosóficas, sociales y culturales, y de quien se despidió horas antes de irse a cumplir con su compromiso en las montañas de Ocoa, con un fuerte abrazo de hermano. El doctor Arnaldo Espaillat Cabral no ha querido ni quiere ninguna publicidad sobre su vida, ha vivido en el ejercicio de su profesión con alta dignidad, callado, solidario con sus amigos, hombre de espiritualidad profunda, sensible, marcado por un tiempo histórico, con la frente en alto, alto él mismo, cuando prodiga afectos y ayuda a los demás. Todo lo que he dicho sobre él es apenas ropaje, vestimenta que no alcanza a definirlo en su dimensión social y humana, que es mucho más relevante en el amor a su familia y a su país. Sorprendido por estas notas, de seguro que me dirá, que no era necesario narrar nada, que él no quiere nada ni pide nada, pero debo decirlo como atrevimiento y admiración por este ciudadano de excepción, amigo decente y ético de una Patria mejor.

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