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SOBRE LAS TABLAS

Teatro dominicano: "La fiesta del Chivo", la historia innombrable de la memoria dominicana

La obra se presenta en la sala Ravelo del Teatro Nacional y, según cuentan sus protagonistas, muy felices ellos, todas las funciones han sido a casa llena

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional.

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional.eloy perez

Los simbolismos están ahí, a ojos vista. Ese obelisco erguido, fálico: macho. El mismo que Rafael Leónidas Trujillo mandara a erigir para celebrar el pago de su gobierno a la deuda externa, se muestra provocativo y en un ineludible segundo plano, durante toda la función.

El rojo intenso de la estructura, evidentemente significa la cantidad de sangre derramada durante los 31 años de abuso de poder. No sólo la sangre de miles de inocentes o gente que se opuso al sistema represor de la época, sino también al ajusticiamiento que tuvo como resultado, la muerte del Tirano.

Han pasado 62 años desde el ajusticiamiento del Generalísimo, el Benefactor de la Patria Nueva y cuántos títulos se auto endilgó el innombrable, el sátrapa, el tirano producto de su megalomanía y todavía su vida, fechorías y forma autoritaria de gobernar, siguen despertando pasiones.

Ahora nos llega el montaje teatral “La fiesta del Chivo”, la historia de ficción escrita por el premio Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa y adaptada para teatro por Natalio Grueso; producida por Dunia De Windt y dirigida por Manuel Chapuseaux, que debemos digerir con rabia, pero sin prejuicios, porque su aguda crudeza y su particular planteamiento de las bajezas a las que llegaron, tanto el “innombrable”, como sus acólitos, producen nauseas, hasta cuando de una representación teatral se trata.

Los simbolismos están ahí, a ojos vista. Ese obelisco erguido, fálico: Macho. El mismo que Rafael Leónidas Trujillo mandara a erigir para celebrar el pago de su gobierno a la deuda externa, se muestra provocativo y en un ineludible segundo plano, durante toda la función.

 

El rojo intenso de la estructura, evidentemente significa la cantidad de sangre derramada durante los 31 años de abuso de poder. No sólo la sangre de miles de inocentes o gente que se opuso al sistema represor de la época, sino también al ajusticiamiento que tuvo como resultado, la muerte del Tirano.

 

Han pasado 62 años desde el ajusticiamiento del Generalísimo, el Benefactor de la Patria Nueva y cuántos títulos se auto endilgó el innombrable, el sátrapa, el tirano producto de su megalomanía y todavía su vida, fechorías y forma autoritaria de gobernar, siguen despertando pasiones.

 

Ahora nos llega “La fiesta del Chivo”, la historia de ficción escrita por el premio Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa y adaptada para teatro por Natalio Grueso; producida por Dunia De Windt y dirigida por Manuel Chapuseaux, que debemos digerir con rabia, pero sin prejuicios, porque su aguda crudeza y su particular planteamiento de las bajezas a las que llegaron, tanto el “innombrable”, como sus acólitos, producen nauseas, hasta cuando de una representación teatral se trata.

 

Es una puesta en escena con marcado “sello Chapuseaux”. Obvio, hay en ella comandos de la adaptación original que han debido respetar y, claro está, otras licencias que se han permitido desarrollar según su propio criterio, según el concepto teatral que han querido plasmar, para dotar de autenticidad y creatividad esta versión.

 

Augusto Feria, en el su rol de Trujillo, está en su punto. A pesar de que, por momentos, se le siente trastabillar en algunos parlamentos, logra una actuación digna, una interpretación de ésas que nos impulsan a decir: “nadie podía hacer mejor ese personaje. Fue creado para él”.

 

Luego está Elvira Taveras, quien logra a una Urania Cabral resentida, rencorosa y reinventada. Es ella quien lleva la voz cantante, la de la narrativa y el hilo conductor de toda la obra, la que marca las salidas para que el resto del elenco haga su labor. Es, simplemente, la llama que se enciende, la que quema las indiferencias y la que muestra, desde su dolor y sus recuerdos, cuánto debieron sufrir cientos de vírgenes a las que Trujillo desvirgó bajo las aquiescencias de progenitores cobardes y miedosos de represalias futuras.

 

Fausto Rojas es el temible Johnny Abbes. El despiadado jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Cínico, descorazonado, frío y malvado, pero, sobre todo, fiel servidor del Jefe. Su labor actoral queda dignificada con este personaje y se evidencia la obediencia a los requerimientos del director y su disciplina y compromiso con la actuación.

 

Francis Cruz hace de Manuel Lorenzo, un sabueso (literal), cuya mayor virtud es “tumbar polvo” a Trujillo y alejar con argucias y miles de mañas a los demás serviles al régimen, por temor a ser apartado con los favores que le otorgaba el poder. Aunque su caracterización caricaturesca y sobreactuada generara ruidos, por momentos, no se le puede desmeritar el trabajo de actuación logrado.

Hensy Pichardo, como el senador Cabral, el padre que ofreció a su única hija al tirano y que luego, sin que entendiera por qué, fue desterrado de las mieles del poder y desconsiderado mediante la publicación más leída de aquel entonces, ya enfermo y moribundo, debe escuchar las quejas y reclamos de su hija por su cobardía. El actor sale a flote. Logra la transición del senador enfermo y postrado, al funcionario activo y obediente al régimen con creíble soltura.

 

Miguel Bucarelly es Joaquín Balaguer, el discreto e intelectual colaborador de la dictadura. Logró ganarse la confianza del Sátrapa, de los miembros de su familia y de algunos de los que conformaban la cuadrilla gubernamental. La experiencia de este miembro de la Compañía Nacional de Teatro queda evidenciada en esta obra que no existen papeles pequeños, en cambio sí actores grandes.

 

Y Cindy Galán, la Urania Cabral adolescente: pongamos que es una figura itinerante, una creación de Manuel Chapuseaux, para imprimir mayor ficción a su puesta en escena. A ella, a Cindy, a su Urania, la diseñaron muda. Una presencia onírica, en la que apoyar la historia que la Urania adulta iba contando. Un gran acierto.

 

¿Por qué las máscaras? Otras de las licencias que se permitió el director y con las que se alejaba de las demás puestas en escena de “La fiesta del Chivo” que ya ha visto varios teatros del mundo.

 

Lo conceptual, mezclado armónicamente con la realidad, alejan a este montaje de cualquier cliché teatral. No os confundáis, no inferimos en modo alguno que la producción es la panacea de la autenticidad, sin embargo, aporta un toque particular y un evidente esfuerzo por lograr un montaje digno.

 

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional y, según cuentan sus protagonistas, muy felices ellos, todas las funciones han sido a casa llena.

“La fiesta del Chivo” presenta su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional y, según cuentan sus protagonistas, muy felices ellos, todas las funciones han sido a casa llena.eloy perez

Es una puesta en escena con marcado “sello Chapuseaux”. Obvio, hay en ella comandos de la adaptación original que han debido respetar y, claro está, otras licencias que se han permitido desarrollar según su propio criterio, según el concepto teatral que han querido plasmar, para dotar de autenticidad y creatividad esta versión.

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional.

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional.eloy perez

Augusto Feria, en el su rol de Trujillo, está en su punto. A pesar de que, por momentos, se le siente trastabillar en algunos parlamentos, logra una actuación digna, una interpretación de ésas que nos impulsan a decir: “nadie podía hacer mejor ese personaje. Fue creado para él”.

Luego está Elvira Taveras, quien logra a una Urania Cabral resentida, rencorosa y reinventada. Es ella quien lleva la voz cantante, la de la narrativa y el hilo conductor de toda la obra, la que marca las salidas para que el resto del elenco haga su labor. Es, simplemente, la llama que se enciende, la que quema las indiferencias y la que muestra, desde su dolor y sus recuerdos, cuánto debieron sufrir cientos de vírgenes a las que Trujillo desvirgó bajo las aquiescencias de progenitores cobardes y miedosos de represalias futuras.

Fausto Rojas es el temible Johnny Abbes. El despiadado jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Cínico, descorazonado, frío y malvado, pero, sobre todo, fiel servidor del Jefe. Su labor actoral queda dignificada con este personaje y se evidencia la obediencia a los requerimientos del director y su disciplina y compromiso con la actuación.

Francis Cruz hace de Manuel Lorenzo, un sabueso (literal), cuya mayor virtud es “tumbar polvo” a Trujillo y alejar con argucias y miles de mañas a los demás serviles al régimen, por temor a ser apartado con los favores que le otorgaba el poder. Aunque su caracterización caricaturesca y sobreactuada generara ruidos, por momentos, no se le puede desmeritar el trabajo de actuación logrado.

Hensy Pichardo, como el senador Cabral, el padre que ofreció a su única hija al tirano y que luego, sin que entendiera por qué, fue desterrado de las mieles del poder y desconsiderado mediante la publicación más leída de aquel entonces, ya enfermo y moribundo, debe escuchar las quejas y reclamos de su hija por su cobardía. El actor sale a flote. Logra la transición del senador enfermo y postrado, al funcionario activo y obediente al régimen con creíble soltura.

Miguel Bucarelly es Joaquín Balaguer, el discreto e intelectual colaborador de la dictadura. Logró ganarse la confianza del Sátrapa, de los miembros de su familia y de algunos de los que conformaban la cuadrilla gubernamental. La experiencia de este miembro de la Compañía Nacional de Teatro queda evidenciada en esta obra que no existen papeles pequeños, en cambio sí actores grandes.

Y Cindy Galán, la Urania Cabral adolescente: pongamos que es una figura itinerante, una creación de Manuel Chapuseaux, para imprimir mayor ficción a su puesta en escena. A ella, a Cindy, a su Urania, la diseñaron muda. Una presencia onírica, en la que apoyar la historia que la Urania adulta iba contando. Un gran acierto.

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional.

“La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional.eloy perez

¿Por qué las máscaras? Otras de las licencias que se permitió el director y con las que se alejaba de las demás puestas en escena de “La fiesta del Chivo” que ya ha visto varios teatros del mundo.

Lo conceptual, mezclado armónicamente con la realidad, alejan a este montaje de cualquier cliché teatral. No os confundáis, no inferimos en modo alguno que la producción es la panacea de la autenticidad, sin embargo, aporta un toque particular y un evidente esfuerzo por lograr un montaje digno.

El montaje teatral “La fiesta del Chivo” continúa presentándose en su tercer fin de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional y, según cuentan sus protagonistas, muy felices ellos, todas las funciones han sido a casa llena.