¡Cuánta gente equivocada!

De Cerca

Celeste Pérez.

Celeste Pérez.Víctor Ramírez/LD

En la carrera de la vida es común encontrar a individuos que, erróneamente, creen que solo ellos son merecedores de triunfar. Estas personas, cegadas por el ego y la competitividad, no admiten que otros también tienen derecho a alcanzar sus metas y prefieren no dar oportunidades a los demás para su crecimiento.

Y van más lejos, en lugar de celebrar los logros de quienes le rodean, buscan incansablemente las equivocaciones para festejar, subrayando los fallos en lugar de las virtudes. Cuánta gente equivocada al creer que tratando de opacar la luz de otros harán que la suya brille más intensamente.

Esta mentalidad, lamentablemente a veces común en muchos ambientes, refleja una profunda inseguridad y una falta de comprensión sobre el verdadero significado del éxito. Para estas personas, el triunfo es un juego de suma cero: “para que uno gane, otro debe perder”, una visión poco empática y estratégica, que no solo limita el potencial de colaboración y crecimiento mutuo, sino que también conduce a la soledad.

Con esta reflexión, uno de esos días en los que cualquiera se pone filosófico buscando el equilibrio entre el ser y no ser, un grupo de colegas comentamos sobre uno de los textos más influyentes que, mal interpretado, puede fomentar esta perspectiva distorsionada del éxito. Se trata de "Las 48 leyes del poder", de Robert Greene. Este libro, aclamado por su análisis astuto, ofrece una serie de puntos que, si bien pueden ser útiles en contextos competitivos, a menudo son un arma de doble filo para quienes buscan manipular a los demás.

Cuánta gente equivocada al aplicar las enseñanzas de Greene sin ética ni consideración, y  sin darse cuenta que va creando relaciones basadas en la desconfianza, alejando a las personas y destruyendo la armonía.

Cuánta gente equivocada, porque no termina de entender que el éxito auténtico y duradero no se basa en derribar a los demás, sino en elevarnos juntos, apoyándonos mutuamente y celebrando los logros colectivos.

El creer que solo unos cuantos merecen crecer y deleitarse en los errores ajenos, te priva de la riqueza de relaciones sinceras, perdurables en el tiempo. El éxito no es un trofeo que se gana a expensas de los demás, sino una jornada compartida donde el apoyo, el respeto y la colaboración son las claves para alcanzar una trayectoria plena y significativa.

Al final de nuestros días, la mayor satisfacción es ver el progreso personal y profesional de las personas a las que has ayudado, motivado e inspirado. Por eso, mil veces más elegiría ser docente, por el gran privilegio de la oportunidad de compartir genuinamente lo poco que he aprendido, y aplaudir en primera fila cada paso de progreso de mis estudiantes.

A propósito, feliz Día del Maestro, para quienes saben que compartir su luz ilumina más el mundo.

¡Hasta el lunes!

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