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Algo qué contar

De madre a madre

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Ivelisse VillegasSanto Domingo

No es en vano cuando dicen que los hijos son la esperanza de los padres. Quieran o no, desde bien entrada su niñez se les inculca el valor de estudiar para que construyan un mejor futuro con una base científica y si no sucede que por lo menos aprendan un oficio o profesión que le proporcione un mejor porvenir para ellos y su familias, pero a muchos se nos olvida qué, además de formar en base a la obtención de bienes materiales, bienestar y riquezas hay que educarlo para que sean mejores personas cada día. En estos días llegó un momento en que no quise leer ni ver más noticias relacionada con la muerte del joven David de Los Santos por la indignación y tristeza que sentí al ver la injusticia que cometieron agentes de la Policía Nacional con este joven. Paradójicamente, ellos están para proteger el ciudadano, y este fue el móvil que los llevó a la plaza comercial donde lo detuvieron. Asimismo, sucedió con Richard Báez, en Santiago y José Gregorio Custodio, y cientos más que han muerto por lesio­nes hechas tras ser apresa­dos. Sin derechos fundamentales

Si hay indignación colectiva por este hecho es porque de alguna manera estamos siendo empáticos y nos ponemos en el lugar de esas familias. En mi caso, desde mi posición de madre porque mis hijos son jóvenes igual que ellos. Nadie está exento de que si no se hace justicia la acción se vuelva repetir y ore usted para que una tragedia así no toque su puerta. Me imagino cómo han de sentirse las madres de estos jóvenes vilmente asesinados. Parir un hijo duele, pero duele más enterrarlo, y de esa forma mucho más. El dolor de estas partidas a destiempo está cubierto de enojo, frustración, rabia, impotencia y desesperanza; por lo inoperante que está el Estado y la descomposición social que nos arropa. Pregundas sin respuestas

Y cruzando la otra acera me pregunto cómo estarán las madres de estos verdugos. Quizás se estarán preguntando en qué fallaron, qué les faltó a sus hijos o que le dieron de más, siendo lo más doloroso cómo no pensaron en sus familias antes de cometer estas barbaries. También les llegará la incógnita sobre qué método utiliza la institución para formarlo, que luego en la calle se convierten en seres prestos a matar y a torturar a sangre fría, como si estuvieran en la guerra y sus semejantes fueron sus enemigos. Esta vorágine se calmará, las voces que claman justicia encontrarán otra causa y lo único que realmente quedará será la nostalgia de sus madres que tendrán caminos distintos para enjugar sus lágrimas. Alfred de Musset, dramaturgo, pecó de inocente cuando dijo que los asesinos, ladrones y criminales del mundo adoraron a sus madres y ese amor no evitó que hicieran lo que hicieron. “Quien ama a su madre, jamás será perverso”.