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El relato de una madre soltera en cuarentena

Francis Marizán es artista y maestra de un preescolar bilingüe. La maternidad la bendijo con Isabella Marie, de siete años. A ella, como a muchas madres, el confinamiento por covid-19 le ha traído más de una consecuencia y se ha visto obligada a ser productiva desde el hogar mientras se encarga de las labores propias de la casa, que aunque se perciba como fácil, la realidad es que son complejas y agotadoras. A esta ecuación se suma el hecho de que es madre soltera y no cuenta con ningún tipo de apoyo.

“Al principio de la cuarentena agradecí no tener que salir a la calle. Me sentía abrumada, necesitaba un tiempo en la casa con mi hija porque vivíamos en un constante ir y venir. Pero los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses y poco a poco ese tiempo empezó a generar ansiedad, cansancio, insomnio y a veces hasta preocupación. No es sencillo ser la madre que cocina, limpia, ordena educa, corrige, responde preguntas, ayuda en las asignaciones de la escuela… sola y encerrada en cuatro paredes”, relata.

Marizán confiesa que al final de cada día en medio de la angustia e incertidumbre, es inevitable que se haga siempre las mismas preguntas: “¿Lo estoy haciendo bien?, ¿estoy siendo buena madre o me se están escapando cosas importantes?, ¿estoy esforzándome lo suficiente para ser productiva?”

La madre se convierte en la maestra

Como Francis posee experiencia en docencia, el proceso de apoyar a su hija en las asignaciones escolares ha sido relativamente sencillo, “lo complicado es seleccionar actividades que la puedan mantener entretenida y lo más distanciada posible de la cualquier dispositivo o la televisión”.

“De alguna manera este tiempo invertido en acompañar a mi hija en su aprendizaje de una manera más cercana, ha permitido que podamos compartir alegrías y frustraciones, sueños, anhelos. Ahora conozco mejor sus debilidades y fortalezas en referencia a la formación, pero además, he profundizado en ella como ser humano. Hasta adoptamos un perrito que hacía mucho tiempo la niña lo había pedido”.

Una pausa en su vida artística

Marizán tiene, además de su hija Isabella, otra gran pasión: La música. Merengue, balada, salsa, no importa el género, ella acopla su voz a cualquier ritmo para hacer de un encuentro un momento especial. Pero este talento es también una fuente de ingreso que contribuye a palear las responsabilidades que implica criar sola.

“Mi carrera de cantante sufrió con esta pandemia, estaba a días de presentar la promoción de un concierto y los planes tendrán que esperar. No así la presencia en las redes sociales, lo que conlleva mantenerse creando contenido, fotografías y videos. Esta crisis nos ha empujado a descubrir la creatividad para no mermar el ingreso. Es así como se me ocurre ofrecer conciertos virtuales a través de la plataforma de Zoom”.

La mujer

A pesar de que la tecnología contribuye a mantener el contacto social, el confinamiento potencia el deseo natural de toda mujer de compartir la vida con otra persona. “No contar con una pareja en casa con quien hablar de los temas que más preocupan u ocupan la mente también es una situación con la que hay que lidiar. Es grato tener un compañero para conversar sobre la economía, la sociedad, los acontecimientos diarios o hasta para disfrutar de una copa de vino en esas noches que parecen interminables o escuchar un cumplido cuando canto, cuando me visto, y que me ayude a batallar con los temas propios de la niña y su crecimiento. El confinamiento pone en relieve todo ese contexto”, confiesa la artista.

“Pero todo ha sido malo. A pesar de ser un tiempo de mucho trabajo en casa, miedo, incertidumbre por un futuro a la vista incierto, aprendí a fortalecer la tolerancia, el amor, la compresión y la paciencia, los hijos son una escuela de inteligencia emocional. Aprendí a desaprender y a darme cuenta de la cantidad de cosas que soy capaz de hacer para seguir adelante, de lo valiente que soy como mujer y del sentido de protección que he desarrollado hacia mi hija”, concluye.

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