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Ivelisse VillegasSanto Domingo

La pandemia del Coronavirus tiene aislada en sus hogares a millones de personas para impedir su propagación, pese a esto, hay personas de todas las esferas sociales que están infectados y muriendo cada día. Y este país no es la excepción.

El Covid-19 ha desatado una crisis en el mundo y ha puesto en evidencia una vulnerabilidad oculta con el velo de la globalización, las economías pujantes de las grandes potencias, la magia del turismo y la supremacía a los que se creen los dueños del mundo.

Es como si de lo Divino llegaran mensajes para decirnos: lo rápido que llevábamos la vida, que somos seres humanos con los mismos intereses, que ya es hora de poner orden nuestras prioridades; que la gratificación inmediata no es sostenible para llenar nuestros vacíos existenciales. Y como dice un post que leí recientemente, es hora de darse cuenta que la familia es lo más importante y el dinero no te garantiza la vida.

Somos testigos de cómo las redes sociales han acercado a miles de personas y de cómo la solidaridad compite con el Coronavirus y se hace viral el testimonio de quienes dan un mensaje positivo, de quienes dicen como la están pasando en los hospitales, en sus hogares, y de cómo no contagiarse. Los que tienen el sentido común, el civismo y la responsabilidad ciudadana activada dicen públicamente que están contagiados o que se pondrán en cuarentena.

Cuando vi por televisión la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la Guerra de Irak, pensé que lo había visto todo para mis “años mozos”, ahora vi a una anciana en España, que sus vecinos le cantaban feliz cumpleaños desde el balcón y de lejos le colocaron el bizcocho. Luego camiones llenos de cadáveres de ciudadanos italianos eran trasladados para ser cremados en otra ciudad porque no hay condiciones para despedir tus muertos. Y así…como diapositivas están pasando los días en espera de un mejor mañana.

En esta cuarentena las personas le están poniendo nombre propio a lo que poseen: Su casa es un hogar, su matrimonio es una familia y todos aprenderán a coexistir de una forma que sabrán identificar sus sentimientos y emociones y a entender que, aunque sus billeteras estén llenas no le salvarán la vida.

Este virus no pide cuenta bancaria, ni identificación, pero tampoco nacionalidad ni jerarquía, por tal razón, es de todos y ha quedado confirmado con los contagios que se han publicado de reconocidas personalidades en el mundo, a quienes pensábamos que por su estilo de vida, iban a tener casos mínimos, y son ellos los primeros en dar positivo y contagiar.

Como si estuviéramos viviendo un capítulo del libro de Apocalipsis o una serie de Netflix, en la que sus protagonistas están inmersos en una aureola de preocupación e incertidumbre por lo que puede pasar a las personas que aman y a ellos mismos, estamos atrincherados y haciendo un balance de todo… y así como muchos limpian la casa, otros sacan los desperdicios que llevan dentro.

Para que haya un final feliz debemos respetar todas las medidas impuestas por los organismos de salud para evitar que a nuestro cuerpo entre el fantasma que está en todas partes, y no se sabe cuándo y en qué momento te tocará.

Esto lo han hecho desde funcionario asalariado, príncipes y gobernantes, como una forma de dar un buen ejemplo que todos debemos emular, porque es la única manera de evitar posibles contagios. Es responsabilidad de todos que velemos por el fiel cumplimiento de las medidas para que podamos ser los protagonistas de esta historia que con el poder de Dios venceremos hasta el final… Quédate en casa.