Javier Milei, la sorpresa y el favorito en Argentina: Una mezcla de bufón, profeta o sabio

El economista libertario Javier Milei, en una plaza de Buenos Aires.

El economista libertario Javier Milei, en una plaza de Buenos Aires.Radio Francia Internacional

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Alejo SchapireRadio Francia Internacional

La victoria del candidato presidencial Javier Milei fue presentada en la prensa internacional con diversas expresiones, como el triunfo de la “ultraderecha libertaria”, “ultra” a secas, “populista de extrema derecha”, “ultraliberal” o la de un “libertario de extrema derecha”, un “antisistema” y hasta “el Sudamerican Psycho”. ¿Cómo sitúa usted políticamente a Milei?

Conozco a Milei por la lectura de algunos de sus libros y algunas entrevistas. Se caracteriza por tener una preparación formal en economía típica de un especialista, es decir, el estudio de modelos aplicados a cuestiones muy específicas. 

Todo ello en un contexto de la organización política y económica argentina dadas: el desequilibrio y la crisis, en las que, en general, el espíritu cívico y democrático del pueblo tiende hacia los extremos, lo que conduce al populismo, la demagogia y considerar al soberano popular como masa a la que adoctrinar y guiar en lugar de convencer y liderar. 

Milei aprende que para competir en ese mundo de histriones tiene que convertirse en una mezcla de bufón, profeta y sabio. 

Explica que sus participaciones televisivas las concibe con un round de boxeo de tres minutos en el que tiene que tratar de noquear a su rival en el primer minuto. Su preparación económica, sin embargo, llega un momento que le resulta insuficiente porque aspira a algo más. 

Como decía Hayek, el economista que solo es un economista ni siquiera es un economista. Y Milei aspira a ser un economista hayekiano, más bien un filósofo social en la estela de Schumpeter y Keynes, los más grandes a la hora de captar no sólo conceptos económicos y agregados econométricos sino el signo de los tiempos. 

Milei caerá del caballo en sentido de iluminación místico-económica leyendo a Murray Rothbard, un radical y extremista liberal austroamericano, discípulo de Ludwig von Mises, el miembro más sectario y purista de la original Escuela Austríaca de Viena.

Hay una anécdota de Mises que muestra por extrapolación quién es Milei. Tras la Segunda Guerra Mundial, Friedrich Hayek había organizado una reunión con lo más selecto de los liberales de todos los continentes para intercambiar ideas y contactos de modo que el liberalismo fuese una corriente influyente en la posguerra. 

Allí había liberales de la Escuela Austríaca (Friedrich Hayek), Chicago (Milton Friedman), Friburgo (Wilhelm Röpke). Veteranos como Ludwig von Mises, estrellas emergentes como Walter Eucken y jóvenes promesas como John Rawls. 

Todos ellos estaban convencidos de que el liberalismo del laissez faire, los mercados completamente libres y desregulados, había periclitado a finales del siglo XIX y que se necesitaban nuevos modos de encontrar una relación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil que fundamenten los antiguos principios liberales a favor del Estado de Derecho, el libre comercio, los derechos fundamentales, el Estado de Bienestar y el mercado. 

Todos menos uno, Mises, que en una reunión en la que discutía el alcance que debía tener la intervención del Estado a la hora de regular la economía y la sociedad civil, salió de la misma dando un portazo y gritándoles a todos aquellos liberales herederos directos de Smith, Tocqueville y Menger: “¡Sois todos un hatajo de socialistas!”.

Milei es como Mises, un liberal del laissez faire que resucita la alianza entre liberales extremistas (libertarios) y anarquistas que tuvo una primera versión en el capitalismo manchesteriano de mitad del siglo XIX. 

Tiene una fe de corte teológico en el capitalismo que niega la existencia de los fallos de mercado y plantea un libre cambio sin condiciones, una libertad económica ilimitada y unos derechos irrestrictos. 

Es sintomático que suele saltar de Menger, el fundador de la Escuela Austríaca, al Mises que va a dar lugar en Estados Unidos a Rothbard y Kirzner, líderes intelectuales del anarco-capitalismo y el libertarismo tras Mises, saltándose todo el debate (neo)liberal que se origina en el Coloquio Lippmann de 1938 a partir del cual triunfa una concepción del liberalismo más social, más compleja en la relación entre Estado, mercado y sociedad civil, cuya manifestación más exitosa será el ordoliberalismo alemán de Eucken, Röpke y Erhard que dará lugar al “milagro” económico alemán tras la IIGM.

En suma, Milei es un libertario, alguien respecto al liberalismo como los cátaros lo eran respecto al cristianismo, creyentes en un maniqueísmo político (que asimilan el Mal con los colectivistas de izquierdas, aunque no paradójicamente con colectivistas de derechas como Bolsonaro y Trump) y un purismo económico (un fundamentalismo de mercado que niega cualquier intervención del Estado que hacen equivaler a Satán).

¿Cuál es el tronco común y las diferencias entre los pensamientos libertario y liberal, términos que a veces se usan indistintamente para referirse al fenómeno Milei?

El origen del enfrentamiento entre el liberalismo y el libertarismo viene de la crítica que va a hacer Herbert Spencer a finales del siglo XIX al gobierno liberal de William Gladstone porque este había comenzado los rudimentos de un Estado de Bienestar. 

Spencer va a criticar que el Estado ayude a los más vulnerables de la sociedad con una mezcla de darwinismo social y concepción simplista del mérito que lleva a considerar que el resultado de una evolución social es de por sí justo, sin tener en consideración las inercias de la tradición, las estructuras y los orígenes sociales o, simplemente, la suerte. 

El Estado de Bienestar en el siglo XIX tiene un doble origen, conservador por lo que respecta a Bismarck en Alemania y, por otro lado, liberal, tanto por Gladstone como la Escuela Austríaca originaria, con Böhm-Bawerk a la cabeza, el cual argumentaba que al ser la clase media-alta la que más se beneficia de los gastos estatales, desde el sistema educativo a las infraestructuras, tiene que aportar más a los impuestos dada la utilidad marginal que conseguían de cada unidad del gasto público.

Milei, por tanto, está en los márgenes extremistas, fundamentalistas y puristas del liberalismo, su versión libertaria cercana al anarco-capitalismo.

Tanto los conservadores como los liberales comprendieron que el capitalismo del laissez faire no era un humanismo porque creaba grandes bolsas de desigualdad, lo que repercutía en una insatisfacción que podía conducir a la revolución socialista. 

Lo que plantearon los liberales frente a libertarios como Spencer es que el objetivo liberal no solo era más libertad, sino un mejor equilibrio entre libertad, igualdad y fraternidad. 

En suma, tener en cuenta que en los orígenes del liberalismo, de la española Escuela de Salamanca (Suárez, Molina, Mariana) a la escocesa Escuela de Edimburgo (Smith, Ferguson, Hume), la riqueza de las naciones basada en la libertad económica se engloba dentro de una teoría de los sentimientos morales entre los cuales destaca la solidaridad.

Como he señalado, fue con el Coloquio Lippmann en 1938 y la Sociedad Mont Pelerin en 1947 cuando liberales de todos los pelajes comprendieron que se había producido el fin del liberalismo del laissez faire y que había que pensar nuevas formas de organizar las relaciones entre el Estado y los mercados desde la óptica liberal, lo que significa elaborar una teoría de la justicia. 

Los años 70 fueron fundamentales con tres libros que cimentaron esta visión liberal de la justicia por parte de John Rawls, Friedrich Hayek y Robert Nozick fundamentalmente, con visiones críticas pero que entre todas ellas hicieron perder la hegemonía del debate sobre la justicia social al hasta ese entonces dominante marxismo. 

Pero Ludwig von Mises, que se había exiliado en Estados Unidos dada su condición de judío perseguido por los nazis, no se resignó a ese fin del laissez faire e inició una corriente heterodoxa desde su cátedra en Nueva York que significaba una vuelta al liberalismo decimonónico y en la que radicalizó dicho laissez faire a través de un sistema lógico-axiomático que prioriza un apriori ideológico sobre la realidad social empírica.

Su obra cumbre de esta época, La acción humana, es la Biblia para Milei. Los discípulos de Mises tienen diferencias respecto a si debe existir un Estado mínimo o directamente una anarquía capitalista basada fundamentalmente en el derecho a la propiedad privada y lo que denominan el axioma fundamental de acción humana que reza “todo ser humano actúa tratando de pasar de una situación menos favorable a una situación más favorable”, lo que da pie a un subjetivismo epistemológico que da pie a un relativismo social, un anarquismo político y capitalismo extremo.

Desde el punto de vista de la filosofía política libertaria, ¿es coherente por un lado defender radicalmente el individualismo frente al Estado (no a la escuela pública actual y sí a un sistema de váuchers, portación de armas, reducción al mínimo del Gobierno…) y al mismo tiempo presentarse como un defensor del “derecho a la vida”, es decir contra el derecho al aborto?

Las primeras medidas evidencian la gran diferencia entre libertarios y liberales, ya que aunque los liberales están a favor de una mejor regulación por parte del Estado de las relaciones de mercado, civiles y políticas, los libertarios no tienen la noción de límite y equilibrio de poderes que está a la base de la visión liberal. 

Un liberal plantea un sistema equilibrado entre escuela estatal, privada y privada-concertada, dándole la máxima libertad a los padres a través de “vouchers” o el derecho a educar en casa, pero advirtiendo que hay razones de objetividad y neutralidad para mantener un sistema estatal de educación en competencia con los privados. Asimismo, el derecho a tener armas es lógico pero debe limitarse razonablemente de modo que las licencias para portar armas las conceda el Estado para que no degeneremos en una ley de la selva al servicio de la industria armamentística. Por cierto, el liberal advierte contra el poder en general, sea ejercido por el Estado o, lo que “olvidan” los libertarios, por plutócratas, monopolios y grandes empresas con la capacidad de comprar influencias y someter voluntades.

En general, los libertarios austroamericanos como Murray Rothbard, el ídolo intelectual de Milei, Ayn Rand y Walter Block son partidarios del aborto. Su argumentación se basa en lo que es el derecho más sagrado para un libertario, el derecho a la propiedad privada. Dado que el más básico derecho a la propiedad privada recae en nuestro propio cuerpo, desde el punto de vista libertario mayoritario un feto podría ser visto por la mujer respecto a su cuerpo como un “okupa”, un “parásito”, por lo que cualquier mujer en cualquier circunstancia estaría en su derecho de “desahuciarlo” eliminándolo. 

El único debate posible es si a partir del momento en el que el feto puede vivir por su propia cuenta (con la tecnología actual a partir del quinto mes), la mujer ya no podría desahuciarlo sin más (abortarlo), sino que estaría en su derecho de provocar su nacimiento, pero sin matarlo. 

En cualquier caso, respecto a la primera fase de gestación el derecho de la mujer al aborto sería irrestricto. En este tema la inmensa mayoría de los libertarios coincide con la posición generalizada de los liberales, aunque puede variar la forma de la justificación.

En este sentido, la postura antiabortista de Milei está dentro de una corriente libertaria minoritaria donde la influencia religiosa conservadora es muy fuerte. Y digo lo de religiosa conservadora porque ni siquiera en el catolicismo es obligatorio creer que el feto es persona desde el momento de la concepción. 

Santo Tomás de Aquino, el filósofo cristiano por antonomasia, no creía que el alma específicamente humana surgiese en el feto hasta bien entrado el embarazo. Pero estas páginas del Aquinatense se las saltan en el Vaticano a mucha velocidad.

El término de “casta” fue popularizado por la izquierda radical de Podemos en España y hoy aparece recurrentemente en la boca de Milei para condenar al establishment y distinguirse de él. ¿Cómo entiende ese desplazamiento?

Estamos en la época del populismo, ese movimiento intelectual y político cuyo referente fundamental es, no por casualidad, el argentino Ernesto Laclau. Y digo que no por casualidad porque la esencia del populismo es considerar que el pueblo está por encima de la ley, una de las claves del peronismo, constituyendo un tipo de democracia orgánica antiliberal, y que la revolución no se hace únicamente desde la dimensión económica, como pretendía Marx, sino desde la espiritual, como planteaba Gramsci. 

La crítica a la “casta” es un ataque a las instituciones políticas establecidas y las estructuras sociales que determinan el status quo. Tanto Pablo Iglesias como Javier Milei no pretenden reformar el régimen político y económico sino revolucionarlo, hacerlo saltar por los aires. 

En España, es el régimen de democracia liberal, economía de mercado y Estado de Bienestar simbolizado en la monarquía constitucional. En Argentina, en una democracia popular, economía intervenida y Bienestar del Estado simbolizado en ese estado mental colectivo que se denomina “peronismo”. 

En este sentido, Milei está muy por encima de Iglesias en cuanto a legitimación porque apunta a un progreso hacia la libertad, una democracia basada en la ley y un sistema económico de prosperidad.

Apoyado por un electorado joven, Milei encarna un estilo pop desenfadado y agresivo, más cercano al rock (o al punk) que a los modales tradicionalmente utilizados por esa derecha que suele defender la ortodoxia económica y lucha contra la hegemonía cultural de izquierda. 

¿Le parece que es el síntoma de la emergencia de una cultura rebelde de derecha, como si la iconoclastia pudiese cambiar de lado?

Uno de los síntomas de la degeneración política actual es la infantilización de todos los órdenes de la existencia. He visto a candidatos de todos los partidos hacer bailecitos en TikTok y hacerse fotos con su perro. 

Al menos Milei es sincero en el amor que profesa a sus perros. Sería importantísimo que ese electorado joven viese las clásicas denuncias realizadas por Robert Rossen (El político, 1949), Elia Kazan (Un rostro en la multitud, 1957), John Ford (El último hurra, 1958) sobre cómo los medios de comunicación los manipulan al tiempo que los desprecian a través de mensajes simplistas dichos en un lenguaje idiota pero con el marchamo de ser rebeldes y contraculturales, todo ello encarnado en una figura juvenil y marchosa. 

El problema, claro, es que los medios que ven los jóvenes, de plataformas televisivas a mayor gloria de series banales que abonan el ego narcisista adolescente y redes sociales que priman vídeos de gatitos y niñas hipersexualizadas, no emiten películas en blanco y negro ni por error. 

Por otro lado, el electorado joven suele ser volátil y caprichoso. Sin duda, cabe una cultura rebelde de derecha, pero sin caer en el ridículo, lo estrambótico y lo grotesco. Margaret Thatcher antes, e Isabel Díaz Ayuso ahora, muestran a Milei un camino hacia la rebeldía cultural que no pasa por la farsa, el circo y la sainete. A menos que quiera volver a sus orígenes como tertuliano en programas de frikis, como le ha pasado al populista de izquierdas Pablo Iglesias, que ha terminado siendo él mismo casta al que le han concedido como juguete un podcast con ínfulas al que llama “televisión”.