Los migrantes en América vuelven al camino pese a pandemia
Los migrantes en América --centroamericanos, sudamericanos, caribeños y hasta africanos y asiáticos que huyen a la violencia y la guerra.
El primer albergue con el que se topan los migrantes que llegan a México por la selva guatemalteca aloja estos días a unas 150 personas, la mitad de su aforo pero lo máximo permitido en pandemia. Otra cantidad similar extiende colchonetas en la capilla de Tenosique cada noche, aunque no con la separación que las medidas contra el coronavirus recomendarían.
“Tenemos un flujo tremendo y no hay capacidad”, asegura Gabriel Romero, el religioso que dirige el albergue de Tenosique, Tabasco, conocido como “La 72”. En lo que va del año ha atendido a casi 1.500 migrantes frente a los 3.000 de todo 2020.
“La situación podría salirse de control, necesitamos una mesa de diálogo con todas las autoridades antes de que esto se convierta en un caos”, advierte Romero.
Los migrantes en América --centroamericanos, sudamericanos, caribeños y hasta africanos y asiáticos que huyen a la violencia y la guerra— han vuelto al camino. Después de un año de parálisis por la pandemia, los expertos prevén que se puedan repetir las cifras récord registradas a finales de 2018 y principios de 2019 pero con una gran diferencia: la amenaza del COVID-19 continúa.
“Se está incrementando el flujo y el problema es que hay menos capacidad que antes para atender las necesidades” debido a la pandemia, señala Sergio Martín, responsable de Médicos Sin Fronteras en México, una ONG que atiende a migrantes en varios puntos de su ruta.
Algunos albergues siguen cerrados por directrices sanitarias locales y la gran mayoría tienen su aforo y sus servicios limitados para minimizar los contagios. Además, siguen ralentizadas las gestiones para solicitar visas, asilo o cualquier otro trámite y en algunos sitios crece el miedo de la población a infectarse por los migrantes.
“Esta migración no es post-COVID, es una migración en medio de la pandemia con lo que es todavía más vulnerable”, alerta Rubén Figueroa, activista del colectivo Movimiento Migrante Mesoamericano.
La Patrulla Fronteriza ha interceptado de octubre a enero a más migrantes que en el mismo periodo de los tres años previos, un aumento que se ha dejado notar en el sur de México y Panamá desde enero.
Unos salen esperanzados por los cambios en el gobierno estadounidense o alentados por el fin de algunas restricciones fronterizas. Otros empujados por los efectos de los huracanes que devastaron parte de Centroamérica a fines de 2020 o por el impacto económico de la pandemia.
Olga Rodríguez, de 27 años, lleva un mes caminando desde que salió de Honduras con su esposo y sus cuatro hijos, entre 8 y 3 años. La casa de este matrimonio de comerciantes callejeros que ya intentó migrar hace dos años se inundó con las tormentas. Intentaron pedir asilo en el sur de México pero como les dijeron que tardaría seis meses, decidieron seguir adelante.
“Los niños ahí aguantaban frío, nos mojábamos y le dije a mi esposo ’si vamos a estar bajo el frío y la lluvia, caminamos mejor”, comenta. “La meta de nosotros es llegar a Estados Unidos”.
La administración de Joe Biden ha aprobado distintas medidas en favor de los migrantes para revertir muchas de las políticas de Donald Trump, y el viernes comenzará a reactivar los casos de unos 25.000 solicitantes de asilo que fueron devueltos a México. Sin embargo, insiste en que no es el momento de migrar debido a que la frontera no está abierta.
“Espera en tu país o, si estás en México, espera” hasta averiguar si puedes cruzar de manera legal, subrayaba recientemente Roberta Jacobson, asesora de la Casa Blanca.
Los cambios propuestos por Biden tardarán en concretarse y todavía no está claro qué ajustes conllevarán en la región.
México ha dicho que mantendrá su apuesta por una migración “ordenada” que, en la práctica, significa mantener la contención impuesta en la primavera de 2019 tras las amenazas de Trump.
El martes, el Instituto Nacional de Migración informó que desde el 25 de enero había hecho más de 50 redadas junto a las vías del tren al que suelen encaramarse los migrantes y que había detenido a 1.189 personas.
El presidente Andrés Manuel López Obrador alertó días antes a los migrantes que no se dejen engañar por los traficantes “que pintan el mundo color de rosa” y les prometen que Estados Unidos les abrirá las puertas.
Pero pese a las advertencias, el flujo aumenta.
En el albergue de Palenque, a cien kilómetros de Tenosique, tuvieron que reducir la estancia máxima permitida de tres a dos días por la “avalancha” que les llegó en enero, dice Isabel Chávez, una de las monjas que lo coordina. Se juntaron hasta 220 personas frente a las 100 habituales de antes de la pandemia.
Y en Tapachula, la ciudad más grande de la frontera sur de México y con el mayor centro de detención migratoria del país, la situación es similar.
“Hay más personas solicitando refugio y es evidente el aumento de migrantes en los lugares públicos de la ciudad”, comenta Enrique Vidal Olascoaga, abogado de Fray Matías de Córdova, una ONG que ayuda en muchos de los trámites legales.
El director del albergue el Buen Pastor, César Augusto Cañaveral, tuvo que cerrar las puertas a nuevos ingresos a finales de enero porque se llenaron. “Ahora sacamos la comida a la calle y algunos duermen fuera”, explica el sacerdote, aunque eso ha hecho que crezca entre los vecinos el miedo a contagiarse con el coronavirus. “Esto va a ser más complicado que en 2018 porque la cereza en el pastel es el COVID-19”.
Tapachula es el cuello de botella donde hace dos años miles de migrantes centroamericanos, haitianos, venezolanos, cubanos y hasta africanos y asiáticos quedaron varados durante meses cuando México multiplicó los retenes y se vio desbordado por las solicitudes de visas humanitarias o de tránsito.
Ahora, unos 1.500 migrantes que están en distintos campamentos a lo largo de Panamá aspiran a llegar a esa ciudad, bien para tramitar documentos o como escala para seguir hacia el norte.
“Decidimos arriesgar por el futuro de nuestro hijo”, dijo Natasha Louis, una haitiana de 26 años que llegó a la localidad panameña de San Vicente hace una semana después de caminar por la selva cinco días con su esposo Josué y su hijo John, de 2 años. “Aquí esperamos pacientes hasta seguir a México, no sé que pueda pasar pero lo que queremos es un país que nos ayude de corazón”.
Panamá reabrió a finales de enero sus fronteras terrestres dando lugar al traslado poco a poco a grupos de migrantes hacia Costa Rica. Se desconoce si el resto de gobiernos harán lo mismo o si todas esas personas cruzarán América Central de forma ilegal. En años pasados, llegaban hasta México en autobuses.
Mientras tanto, en Guatemala vuelven a escucharse rumores de una nueva caravana después de que sus fuerzas de seguridad bloquearan la primera del año y del 14 al 24 de enero devolvieran a Honduras a 4.957 personas.
Justo en esas fechas es cuando los albergues de la frontera sur mexicana recibieron más migrantes, mayoritariamente hondureños.
La mayoría llegaron en pequeños grupos que, según el activista Figueroa, quedan a merced de criminales que pueden extorsionarles o hacer con ellos una especie de “tráfico hormiga”.
“Tememos a los que secuestran y también a ‘la migra’, porque no quiero volver a mi país”, indicó la hondureña Rodríguez desde Coatzacoalcos, ya en el Golfo de México.
Los más invisibles pagan a traficantes para que les lleven en trailers como el que la policía de Veracruz localizó el lunes abandonado en la carretera con 233 migrantes en su interior, la mayoría guatemaltecos.
De la mismo nacionalidad eran la mayor parte de los 19 cadáveres hallados calcinados en un vehículo cerca de la frontera con Texas. Una docena de policías fueron detenidos y acusados de homicidio.
“Prevemos un aumento de la violencia” porque aunque haya un viraje en Estados Unidos, los migrantes siguen empujados a la clandestinidad, señaló Martín, de Médicos Sin Fronteras.
Un poco más al este del multihomicidio, el padre Francisco Gallardo, director de la Casa del Migrante de Matamoros, vecina que Brownsville, contaba cómo dos familias con dos mujeres embarazadas de ocho meses acababan de cruzar el río Bravo hacia Texas. Según dijo, había organizado todo para poder atenderlas durante el parto pero “ya tenían su coyote y decidieron arriesgarse”.
“Esto es una cadena”, comenta Edilberto Aguilar, un hondureño de 33 años, mientras camina por el sur mexicano. “Un día llegamos nosotros y mañana llegan otros, esto nunca se termina”.