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REPORTAJE

‘Aquí puedo ser mi propio dictador’

Sergei Lunin, un crítico declarado del actual presidente de Rusia y de todos los líderes anteriores del Kremlin, se caracteriza por su insatisfacción empedernida.

Pero cuando Lunin, un hombre de 60 años sin dinero, cruzó una extensión de nieve virgen salpicada de abedules de más de 5632 kilómetros al este de Moscú hace poco, se regocijó ante la perspectiva de finalmente encontrar algo de satisfacción.

“Aquí puedo ser mi propio dictador”, dijo Lunin, mientras describía sus planes para convertir la tierra, que el Estado ruso le otorgó gratuitamente, en un refugio de, bueno, el Estado ruso.

Cuando el presidente Vladimir Putin comenzó un programa hace cuatro años para entregar terrenos en áreas remotas del Lejano Oriente de Rusia, la idea era atraer a los colonos jóvenes y resistentes a la región vasta y escasamente poblada, como una suerte de repetición eslava de la Ley de Asentamientos Rurales de Estados Unidos, también conocida como Ley Homestead, que fue promulgada en 1862 y que otorgaba 160 acres (unas 65 hectáreas) a los solicitantes.

En cambio, al menos en esta zona del territorio cercano a la frontera china, el programa del Kremlin escogió a Lunin, quien se declara adversario y anarquista, aunque insiste en que no es “un idiota que apoya la violencia”. Antes de registrarse como pionero para desarrollar su parcela de tierra vacía, fue editor de Dissident, un periódico ahora desaparecido, y pasó tiempo en una cárcel soviética bajo acusaciones de “parasitismo”, además fue consultor político especializado en portarse mal.

Que alguien como Lunin quisiera unirse al programa de colonos del Kremlin, y que haya sido aceptado, es una medida de cómo, en los rincones más remotos de Rusia, las rígidas barreras que definen esa política de “estás con nosotros o contra nosotros” que impera en Moscú y otras ciudades del oeste del país pueden disolverse rápidamente.

Al igual que sucedía en el oeste americano, el Lejano Oriente ruso siempre ha sido una tierra aparte. Esto no solo se debe a su lejanía de la capital sino también a su imagen como un refugio de relativa libertad, un lugar de exilio y un imán para todo tipo de disidentes, idealistas y sujetos raros.

El Lejano Oriente ruso, con sus vastos paisajes abiertos y su impresionante belleza natural, todavía está a un mundo de distancia de los espacios reducidos y las mentes estrechas del oeste. Además, suele tolerar e incluso nutrir a los espíritus contradictorios y de libre pensamiento.

Alentar a esos espíritus no era el objetivo de Putin cuando el Kremlin se embarcó en su programa de Hectáreas del Lejano Oriente, que ofrece a cada persona seleccionada unas 10 hectáreas. El esfuerzo ante todo pretende rescatar el área luego de décadas de disminución de la población y problemas económicos.

El Lejano Oriente representa el 41 por ciento del territorio total de Rusia, pero solo tiene 6,2 millones de habitantes, menos del 5 por ciento de la población del país.

Hasta ahora, más de 78,000 rusos han aceptado la oferta de tierras gratuitas. Pero muchos no son campesinos de regiones lejanas, en cambio, son locales del Lejano Oriente, de los cuales muchos son funcionarios que simplemente quieren construir una casa para veranear.

Los críticos del Kremlin se burlan del programa diciendo que es un fracaso, pero Lunin, aunque “inicialmente estuvo muy escéptico” y todavía le molestan las reglas que les facilitan a los funcionarios reclamar las tierras que ya otorgaron, ha llegado a aceptarlo, a pesar del recelo que ha sentido durante toda su vida por todo lo relacionado con la burocracia.

Lunin nunca ha votado por Putin y rechaza todo lo que representa, pero también lo ve como “la personificación” de las ideas y las actitudes de la gran mayoría de los rusos.

“No solo representa a la gente, sino que es la expresión más clara de la gente”, dijo. “Miren a su alrededor, todas estas personas votarán por Putin”.

Una decisión reciente del Kremlin de reescribir las leyes con el fin de que Putin pueda exceder los límites de los términos constitucionales y permanecer en el poder hasta 2036 solo ha confirmado el disgusto de Lunin por lo que calificó como la “repulsiva realidad de Rusia”.

Pero Lunin tampoco tiene fe en la oposición rusa de Moscú, a la que definió como “solo otra parte del mismo sistema”.

Fue esa imagen sombría lo que lo motivó a salir, junto a su tercera esposa, hacia un lote de tierra sin desarrollar rodeada de pantanos, congelada en invierno y plagada de insectos en verano. Los vecinos más cercanos están a varios kilómetros de distancia, excepto por un convento dirigido por la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Sin embargo, su propiedad de casi 30 hectáreas, que incluye las parcelas concedidas a su esposa, Alyona Lunin y a su suegra, tiene una carretera cercana y un posible acceso a la electricidad, a diferencia de la mayoría de los terrenos que se ofrecen.

“Este será mi propio pequeño país, y yo seré su Putin”, explicó durante una visita reciente a su propiedad, en la que estuvo acompañado de su esposa.

Rápidamente agregó que su esposa no tenía nada que temer por sus pequeños planes de despotismo.

“Seremos iguales, dictadores de nuestro propio destino”, dijo. “Nadie sufrirá por mi mandato”.

Su disposición a unirse a la estrategia de concesión de tierras del Kremlin ha despertado consternación entre algunos críticos del Kremlin. El año pasado, se presentó en Ekho Moskvy, una estación de radio muy popular entre la intelectualidad liberal de Rusia, y enfrentó repetidas preguntas sobre cómo un enemigo perseguido por las autoridades como él podía unirse al proyecto de asentamiento.

“No estoy apoyando el programa de Putin”, dijo. “Lo estoy usando. Estoy haciendo esto para mí mismo”.

Aparte de solicitar el terreno en línea y llenar los formularios oficiales que atestiguan su disposición para desarrollarlo, Lunin ha hecho muy poco hasta ahora. Ha clavado algunas estacas de madera envueltas de etiquetas de plástico rojo en el suelo congelado para marcar el límite de su territorio, pero no ha hecho nada sustancial para desarrollarlo como lo requieren las reglas del programa.

Planeaba comenzar el verano pasado, pero como solo contaba con una tienda de campaña para refugiarse durante una tormenta larga y violenta, se enfermó y se retiró a su departamento alquilado en Blagovéshchensk, la ciudad más cercana. Dijo que volverá a intentarlo este verano y tiene grandes planes de, algún día, cultivar su propia comida, cosechar frutas y verduras para su venta y construir una casa de madera de dos pisos junto a un pequeño lago que se encuentra en el borde de la propiedad.

Sin embargo, para hacer eso necesita dinero.

Con un salario mensual de 7000 rublos, alrededor de 106 dólares, por su trabajo como técnico en Blagovéshchensk, Lunin se mantiene con el apoyo de su esposa, quien tiene un trabajo mejor remunerado en un instituto médico. Pero incluso con sus salarios combinados, todavía no tienen el dinero suficiente para comprar el equipo y los materiales necesarios para desarrollar sus tierras.

A menos que haga algo pronto, las autoridades pueden reclamar esa propiedad. Para demostrar que está haciendo pequeños avances, Lunin planea construir una pequeña choza cuando la nieve se derrita este año para refugiarse y, con suerte, mantener alejados a los codiciosos funcionarios hasta que pueda ahorrar lo suficiente para comenzar a construir algo más permanente.