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LITERATURA 

Condeno la noche y sus perros de caza, un gran libro que no me gusta

Su protagonista es un oficinista amargado y resentido; el yo poético lleva consigo una joroba de impotencia y frustración. Quien lea este libro que no busque fresas, leer este libro es morder un limón.

Portada del libro de Ronny Ramírez.

Portada del libro de Ronny Ramírez.

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Jordan HernándezSanto Domingo, RD

Quien se atreva a leer este libro debe tener un estómago resistente, como esos espectáculos circenses en que un hombre traga espadas, fuego, vidrios y clavos sin hacerse daño. Es un libro con la fonética de un taladro o la garganta poseída por sonidos guturales de un cantante de heavy metal.

  1. Burdo autómata de cubículo, camisa y horario: […] 
  2. pieza descartable de engranaje público

Quien lea este libro que no busque fresas, leer este libro es morder un limón. El pensador Cioran decía que un libro debe ser una herida. Condeno la noche y sus perros de caza, de Ronny Ramírez, es una herida supurante, unas manos que se gangrenan en la fría atmósfera de una oficina. Su protagonista es un oficinista amargado y resentido; el yo poético lleva consigo una joroba de impotencia y frustración. A pesar de todas las circunstancias, conserva y resguarda una isla de tiempo, un espacio como un tazón de azúcar donde le espera el amor de su esposa y la poesía como su único e íntimo consuelo:

  1. A veces quisiera perderme en las páginas 
  2. de un viaje entre líneas,
  3. desaparecer y aventurarme en el confín
  4. de un hermoso paisaje,
  5. descubrir una verdad latente
  6. y única en los ojos de mi esposa.
  7. Pero la belleza no importa tanto
  8. como la quincena y el cansancio.

Ese poeta tras bambalinas (una palabra que prefiero mil veces que la rebuscada y altisonante palabra escotillón del poema «Deshoras») es una fuerza descomunal como la de un volcán que visto desde lejos puede confundirse con una pacífica tetera, pero si nos acercamos veremos que está a punto de erupcionar y quemarnos a todos.

¿Por qué el poeta no se rebela? ¿Por qué se mantiene sirviendo en una opulenta alcantarilla, entre ratas y viejas chismosas, naranjas de la discordia como «La señora del vestido amarillo»? Él ya no es el chico irresponsable, encerrado en su oscuro cuarto que describe el poema «Dientes de león» donde refleja una mezcla de nostalgia y arrepentimiento:

  1. Recuerdo los días en que solo tragaba
  2. y lloraba por despecho,
  3. mientras mi madre seguía callando
  4. y repartiendo víveres
  5. con una sonrisa que parecía
  6. una delgada e infinita lonja de queso.

Ahora es el proveedor, el hombre de familia, un individuo común y corriente que lucha por llegar al fin del mes; y como dice la frase italiana, chi non lavora non fa l'amore (quien no labora no hace el amor), todo lo que hace, desde aguantarse en un trabajo que le disgusta, entre insectos hipócritas y roedores corruptos que habitan en el mismo ecosistema laboral, lo hace por amor a su esposa y a la poesía. Sí, psicológicamente estamos ante un individuo lleno de miedo, en un mundo que no fue hecho a su medida; se siente navegando en un pequeño bote en una tormenta en medio del océano. A lo largo de todo el libro se puede oler la vulnerabilidad del personaje: si el Estado fuera un juego de ajedrez, el yo poético sería un peón.

  1. Y pensar que tu rol pende del capricho de un funcionario
  2. que tu vida rueda por un hilo
  3. que una palabra puede cortar.

A lo largo de toda la historia de la humanidad ha habido dos formas de vivir, y así mismo dos maneras de plantear el arte: una es el realismo, que consiste en mostrar los eventos como suceden, nuestros miedos, preocupaciones, ideas; y la segunda escapar hacia paisajes fantásticos. Incluso se pueden combinar ambas visiones: lo fantástico y lo cotidiano. Pero en este libro vemos un exceso de realidad: si fuera un color el libro sería gris o negro; si fuera una tela sería rugosa y áspera como la espalda de un cocodrilo; si fuera una composición musical estaría protagonizada únicamente por instrumentos de percusión. Es un libro monótono, tosco, con un lenguaje pesado y un espíritu venenoso; el libro más aburrido que he leído.

¿Por qué no me gusta este libro? Me crispan los nervios leer palabras largas de cuatro y cinco sílabas en los poemas; palabras sin armonía, palabras que obstruyen el ritmo. Son como una metralleta para mis oídos. Pero toda esa estrategia ha sido ideada por el poeta con una intencionalidad comunicativa: él quiere que nos sintamos incómodos para que lo podamos acompañar en su miseria.

«Repta», «paredón», «piltrafas», «gomígrafo», «ensombrecidos», «mugriento» …Tal vez soy muy radical, pero creo que hay palabras que no son dignas de escribirse en un poema. El español es un idioma muy rico, y estoy seguro de que las palabras antes mencionadas tienen sinónimos más agradables al ritmo, sin perder la connotación de lo que el autor quiso referirse.

¿Por qué este es un gran libro? ¿Por qué detenerme a escribir sobre este libro si es tan desagradable? Podría leer Altazor de Huidobro y disfrutar de una expedición de imaginación surrealista maravillosa. No faltan libros de escape en mi biblioteca, pero he decidido volverme una ardilla y roer esta dura nuez, porque el ser humano, así como necesita alas, también necesita tijeras que se las corten. Este libro es la radiografía emocional de un empleado público, mostrando el tumor cancerígeno de su impotencia, sus sueños asesinados tan pronto como nacen. El mejor ejemplo es «Sueño con una casa»:

  1. Quiero una casa donde echar raíces
  2. y celebrar el paso de los años,
  3. un espacio modesto donde atesorar
  4. los momentos felices;
  5. un lugar sagrado donde crecer, además,
  6. entre olas y peñascos. 

Si te animas a masticar la carne cruda de estos versos, esta estética brutalista que carece de cualquier cuidado con las palabras (porque están lanzadas como la confesión de un grito callado, una catarsis, el vómito de un borracho del tequila de la realidad) solo puedo darte un consejo: léelo sabiendo que necesitas ese jarabe, no por placer, sino porque es saludable mantener la mente en la realidad, saber que no somos diferentes al autor. Todos estamos en la búsqueda del moro, luchando cada día por ganarnos el peso; todos rezamos para no ser despedidos y nos tragamos incomodidades, aprendemos a duras penas a ser diplomáticos para no perder nuestros sueldos.

Si los hombres son valorados como terminan y no como comienzan, me aventuro a afirmar que ese yo poético cobarde y pusilánime se convierte al final en «Un poeta contra el mundo» y comienza a hacer preguntas incisivas:

  1. ¿Cómo podemos estar tan tranquilos
  2. en medio de balas perdidas?
  3. ¿Cómo podemos mirar el cielo y sonreír
  4. bajo la ceniza que cae como escarcha de nieve?

Estos poemas son los que en mi opinión se elevan sobre los otros por su calidad estética, belleza en las imágenes y fluidez en el ritmo. Si tuviera que elegir un poema entre todos, diría que ese poema que fue inspirado en el hombre que ha marcado más el carácter y el espíritu del autor, «El jinete de la tormenta», donde el autor no se ha limitado a hacer un retrato físico o emocional de su tío: lo ha convertido en un personaje mítico que habita entre la cosmogonía nórdica, las creencias católicas y el animismo africano.

  1. Existe un hombre cuya sangre
  2. fue pulida por el martillo de Thor
  3. y la hoz de la medianoche.
  4. Existe un hombre, cuyo sueño
  5. fue mecido por la Virgen de las Mercedes
  6. […]
  7. Desde entonces Papá Candelo no lo deja dormir
  8. […]

Me alegro de que Ronny Ramírez no me haya elegido para el prólogo de su libro, porque nadie leería su libro después de los adjetivos con los que lo he etiquetado. Solo quiero decir que este libro necesitaba salir a la luz, de lo contrario el autor no solo hubiese desarrollado hígado graso, sino otras dolencias peores. Como toda literatura puedo asegurar que tanto como para su autor como para sus lectores este libro es una experiencia terapéutica.

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Jordan Hernández es poeta y ensayista. Miembro del taller literario César Vallejo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.