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El poder de la oración en la familia
Como familia compartimos la fortaleza que hemos recibido por la oración, al sentir la presencia del Señor con ella, gracia concedida por El, por la cual hemos experimentado la presencia viva de Jesús en y con nosotros
La oración tiene el poder de fortalecer los lazos entre los miembros de la familia, de empoderarnos y defender ese tesoro que tenemos: “nuestro hogar” en donde con la conveniencia de la presencia de nuestro Señor podemos convertirlo en un templo que nos permite ser auténticos ante El.
Como familia compartimos la fortaleza que hemos recibido por la oración, al sentir la presencia del Señor con ella, gracia concedida por El, por la cual hemos experimentado la presencia viva de Jesús en y con nosotros.
Esta bendición nos mantuvo de pie cuando el año pasado nos tocó pasar por la más dura y fuerte prueba que como matrimonio hemos vivido, en los 25 años de casados: la enfermedad de mi querido esposo quien padeció durante casi un año, con dolores fuertes y molestias, sin conocer el diagnóstico de estos, produciendo en él y en nosotros desgastes físicos, emocionales u otros, sin encontrar la causa.
La ausencia de información de parte de los médicos y los frecuentes comentarios de “no sé qué más hacer”, nos llenaban de confusión, tristeza y pocas esperanzas. Fue justo en esos momentos cuando intensificamos la oración en familia, confiando principalmente en la providencia de Dios y eso nos dio paz y nuevas esperanzas, sabiendo por fe que Él nunca nos defrauda.
Nuestros hijos dedicaban más horas a orar e invitaban a su grupo de jóvenes a unirse en la oración con ellos, además de una gran comunidad de hermanos que se unieron con nosotros en esos momentos de angustia, cuando sientes que todo se derrumba, y que las fuerzas se pierden. Fue ahí cuando en otro centro de estudios, al fin, nos dieron un diagnóstico que, aunque crítico, fue para nosotros una luz en medio del camino.
No hay dudas de que sin esa comunicación cercana, personal, matrimonial y familiar con Dios hubiéramos sucumbido, pues lo que nos tocó vivir era humanamente imposible de soportar, quienes nos veían y conocían de la realidad se admiraban porque el Señor nos sostenía, nos dio paz y juntos como familia pudimos superarlo, ¡gracias a su infinita misericordia!