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Del campo a la ciudad: temores, retos y desafíos que enfrentan los jóvenes ante esta decisión

Cuando llega el momento de ir en búsqueda de oportunidades a Santo Domingo, muchos son los que,  en ocasiones, hasta quieren “tirar la toalla”.

Minerva Poueriet, psicóloga clínica

Minerva Poueriet, psicóloga clínica

Todos los cambios son difíciles. Uno de éstos es ese que hace que algunos jóvenes oriundos de diferentes provincias, a la hora de ir rumbo a Santo Domingo con la idea de crecer y lograr nuevas oportunidades tanto en lo profesional como en lo personal, enfrenten diversas vicisitudes.

Miedos a los nuevos retos y desafíos que conlleva esta decisión es lo que más se apodera de ellos al momento de abandonar su zona confort, pues para alcanzar el progreso deben dejar atrás familias, amigos y hasta recuerdos de infancia, todo para irse a vivir a un mundo totalmente desconocido.

Quienes deciden dar este paso suelen hacerlo cuando terminan el nivel secundario y deben iniciar una carrera universitaria. Esta nueva etapa implica muchas veces mudarse a casa de un familiar, amigo o una asociación estudiantil donde tendrán que compartir espacio con un grupo de jóvenes que tiene el mismo deseo de superación, más no, las mismas costumbres e intereses. Unos buscan hacerse profesional, otros les prestan más atención a un trabajo, y no faltan los que se inclinan por pasear.

Llegan a esta “selva de cemento”, en la cual el tránsito vehicular es un caos, las rutas de transporte (metro, Omsa, carro público, taxi…) son medios diferentes que deben aprender a usar, pues es algo nuevo para algunos pese a que son esenciales para la sobrevivencia.

Testimonios

Lisaury Díaz Álvarez, estudiante de Comunicación Social, mención Periodismo, decidió emigrar desde Puerto Plata, su ciudad natal, hasta la capital hace cuatro años, en búsqueda de una mejor preparación académica. “El dejar mi familia y llegar a enfrentarme a cosas que no conocía fue lo más difícil”.

Continúa narrando uno de los momentos más complicados de todo este proceso. “Un día en la mañana, estaba en la universidad y tenía mucha hambre, pero sólo contaba con RD$100 para el transporte y un menudo. Lo que hice fue comprar una botella de agua hasta que abrieran el comedor de la universidad”.

Precariedades económicas, hambre, lágrimas, vergüenza y miedo son algunas de las vicisitudes que podrían llegar a invadir a estos soñadores en su proceso de adaptación.

Para Julio Lavandier, oriundo de San Francisco de Macorís, no fue la excepción. Él estudió Comunicación Audiovisual y Artes Cinematográficas, en Santiago, pero decide llegar a Santo Domingo por oportunidades de trabajo y crecimiento personal.

“Al principio me sentía emocionado, no por vivir en la ciudad, sino por trabajar en un programa, pero después de dos meses mi mente tenía pensamientos esporádicos, sentía incomodidad en el pecho, complicación en precisar una idea y un poco de asfixia por el espacio en el que vivía”, detalla Lavandier.

Una voz experta

Después de haber conocido los efectos reflejados en los jóvenes por la transición, fue necesario consultar a una psicóloga que ofrezca pautas a seguir para una mejor adaptación.

Minerva Poueriet, psicóloga clínica, explica: “Los cambios son difíciles de afrontar debido al impacto psicológico que genera en una persona, ya que los seres humanos tenemos un espacio considerado lugar seguro (nuestra casa, amigos y seres queridos)”.

La especialista dice que “el trastorno de adaptación es uno de los más comunes en el proceso de movilización. Éste se refleja en tristeza, estrés desbordado, pecho restringido, dolores de cabeza o migraña; conductas como el aislamiento y desinterés”.

Poueriet recomienda acudir a un especialista, pues en caso de no hacerlo a tiempo y presentar algunos de estos síntomas, puede que la persona se enfrente luego depresión estrés postraumático y ansiedad generalizada. Además, se puede vivir una etapa de duelo, por haber dejado su lugar natal y familia para empezar de nuevo.

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