La Vida

Realidad y fantasía

El problema del agua resuelto como antaño

Los habitantes de Santo Domingo sufren por la falta de agua, y la construcción de cisternas es obligatoria para poder almacenar el vital líquido. 

María Cristina de CaríasArchivo LD

María Cristina de CaríasSanto Domingo, RD

El agua siempre ha sido un elemento imprescindible para el hombre. Las poblaciones se establecieron a orillas de los ríos y, a medida que fueron progresando, idearon la forma de almacenar agua cerca de sus hogares.

En Santo Domingo, durante la colonia, en los patios de las casas se horadaba un pozo que consistía en un hueco profundo, hasta tocar un ojo de agua, bajo tierra. El pozo se recubría con piedra o ladrillo, y se construía, así mismo, un brocal en el borde. Sobre el pozo se colocaba un grueso madero, empotrado en la pared, del cual colgaba una polea, en la hendidura se amarraba una cuerda larga, en cuyo extremo se ataba una cubeta. Así se podía sacar agua manualmente cada vez que fuera necesario.

Muchas veces estos pozos eran medianeros, es decir que servían a dos casas vecinas, tal es el caso del pozo que existe en la Casa de Tostado.

Además del pozo, algunas casas principales tenían también un aljibe. Este, por lo general, era de grandes proporciones y allí se almacenaba una gran cantidad de agua para épocas de sequía.

Toda agua almacenada era luego sometida a un proceso de filtrado para poder ser consumida.

Nuestros antepasados españoles, aunque no sabían sobre bacterias y microbios, conocían por la tradición clásica que el agua podía hacer daño si se tomaba directamente del río o de los pozos. Las centurias romanas llevaban siempre consigo un vasito de plata, donde recogían el agua y la dejaban reposar un rato. La plata mataba la mayoría de las bacterias y microbios, preservando así la salud de los ejércitos romanos.

El sistema de filtrado a través de una piedra porosa es también de origen grecorromano. Una piedra, redondeada en forma de cuenco y los bordes cortados y pulidos en recuadro, se colocaba sobre un mueble construido, generalmente, de madera, alto, en forma de tronco de pirámide. En la base de este, se colocaba una tinaja que recogía el agua filtrada. Sobre la piedra, se colocaba una tapa de madera para protección. El mueble era construido por medio de tablillas cruzadas en forma de tijerilla, con el fin de airear el agua y conservarla fresca. Poseía una puertecilla del mismo material. Un cucharón de mango largo colgaba al lado de la tinaja para sacar el agua y vaciarla en jarras, para uso en la cocina o en la mesa.

Muchas veces para conservar el agua fresca, se sembraba una matita trepadora alrededor del filtro, la que reptaba por la tijerilla y rodeaba la piedra, protegiéndola del calor. Este filtro era colocado en un lugar fresco y sombreado, cerca de la cocina y del patio, sembrado con diversas y coloridas plantas, para servir tanto de alimentación como de adorno.

Hoy en día, los habitantes de Santo Domingo, descendientes de aquellos que vivieron en los grandes caserones de la vieja ciudad, sufren por la falta de agua, y la construcción de cisternas es obligatoria para poder almacenar el vital líquido. No por ello puedo dejar de pensar en volver a las costumbres de antaño y construir un pozo, con su bello brocal de ladrillo. Un gran aljibe como aquel que se puede admirar en la Fortaleza de Santo Domingo o ese otro que existe, con las mismas proporciones, dotado además con un bellísimo arco, en el patio de la Casa de Tostado. Actualmente tapado por el pavimento, pero que se encuentra vaciado y limpio en su totalidad.

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