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REALIDAD Y FANTASÍA

El árbol

La ciudad en pleno verano era agradable, el calor no aplastaba, como lo hace ahora.

En los planes de progreso los árboles no estaban incluidos.

En los planes de progreso los árboles no estaban incluidos.pixabay

El calor que abraza al país tiene a toda la población descolocada, este es un tema que hemos abordado mucho, pero que pudiera tener remedio, si las autoridades adquirieran conciencia del valor del árbol.

Santo Domingo era una ciudad repleta de árboles, había calles como la doctor Báez, la que da acceso al Palacio Nacional, en donde los árboles, se abrazaban en mitad de la vía, formando un túnel, absolutamente hermoso.

La ciudad en pleno verano era agradable, el calor no aplastaba, como lo hace ahora. Los arboles brindaban sombra, frescor y oxígeno, convirtiendo el paseo peatonal en un deleite.

Pero, llegó el afán de progreso y en esos planes los árboles no estaban incluidos. Las llamadas Edes, o sea, las entidades encargadas de la electricidad, adquirieron vehículos con monta cargas de forma que se pudieran cortar las ramas de los árboles y dejar solo los troncos, para que no perjudicaran la maraña de cables que tienen tendidos por donde quiera. En vez de soterrar los cables, librándonos de ese horrible y peligroso espectáculo, han preferido sacrificar los árboles y convertir las ciudades en hervideros, en donde fácilmente se fríe un huevo en la calle.

Los árboles deberían tener una importancia primordial, no solo por los beneficios que traen al ser humano, sino porque convierten las ciudades en un bellísimo y alegre espectáculo.

Los países civilizados cuidan de la arborización de las ciudades con infinito esmero, saben de la importancia que tienen. Lamentablemente, durante los últimos veinte y pico de años, en nuestro país esa conciencia ciudadana fue eliminada por los gobiernos.

Tenemos un ministerio de Medio Ambiente, pero me da la impresión que las ciudades no están incluidas en su portafolio.

Cada día crece más la selva de cemento, sin aceras sembradas de árboles, solo un pequeño espacio para que el peatón aventurero sortee a duras penas los obstáculos que se le presentan, en medio de un sol abrasador.

Antes, claro está, en el siglo pasado, existía una regla para que las aceras tuvieran un espacio sembrado de grama y de árboles. Pero paso de moda, ante la furia constructiva de moles de cemento, por donde quiera. Este país, que es un Edén, no se merece definitivamente esa depredación por parte de los estamentos del gobierno. Es un atentado contra la salud y bienestar de nosotros, los sufridos ciudadanos.     

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