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fábulas en alta voz

La cartera vacía

Nunca pensé escuchar la queja de no tener “en que caerse muerta” de una persona que se distingue por siempre tener en su cartera “un clavito”, como se le dice en República Dominicana al dinero que escondemos de nosotros mismos para no gastarlo. Para mi sorpresa, esa señora que tanto quiero me pidió que escribiera una columna sobre su cartera vacía. “Martita, lo nunca visto, la situación está tan fuerte que hasta mi identidad me ha llevado, ya a la mujer de los mil pesos guardao’, hay que ponerle otro nombre”. Me partió el alma su confesión y quise complacerla llevándola a una ciudad fabulosa donde con los años pueda ver crecer sus finanzas en vez de lamentarse por su disminución.

Un viaje hacia la abundancia 

Para que este momento de escasez que está viviendo esta querida amiga, tenga un dulce sabor, la llevamos a una ciudad fabulosa. Desde que llegó se dio cuenta que la prosperidad allí, es constante. No depende de que la comunidad esté al mando de una u otra administración. Sólo las crisis generales dictaminan los cambios en la economía, nunca obedecen a un mal manejo por motivos diversos. En aquel lugar, nadie sabe lo que es tener una cartera vacía, y muchos menos lo que es haberla tenido llena y luego ver cómo se desvanecen dentro sus finanzas.

No se pasa trabajo 

Lo más sorprendente que vio en aquella ciudad fabulosa fue que todos los munícipes llevan un estilo de vida de calidad gracias a una alimentación garantizada, a un sistema de estudios de altos estándares, a una salud pública sin desperdicio, a una seguridad ciudadana que permite que la gente salga a cualquier hora del día, y lo más importante, todo el mundo tiene las mismas oportunidades, tanto para disfrutar de las bonanzas de la comunidad, así como para contribuir a salvaguardar las riquezas del lugar. Desde la infancia a los niños y a las niñas se les enseña a exigir y defender sus derechos y a cumplir con sus deberes. Por mantenerse vigilantes es que no hay forma de que haya mal manejo en la administración pública y, por ello es que no hay manera de que se atente contra la enocnomía de los habitantes.

Regreso desesperado 

Dio mucho trabajo traer de vuelta a esta querida amiga. Tan acostumbrada estaba al orden, al respeto y a la prosperidad de aquella ciudad fabulosa, que se le hizo difícil aceptar que había que regresar a su país. “Mira, te puedo decir que el otro día, mi hijo me dio dos mil pesos y entré a comprar un queso y un jamón al supermercado, y con eso y dos cositas más ya no tenía ni para una botellita de agua”. Este fue uno de los lamentos de la persona que me pidió que escribiera sobre lo duro que es el proceso por el que ha tenido que pasar, pues de tener holgura económica ha llegado hasta a quedarse en la calle por gasolina. “Y no soy yo, somos muchos los que andamos con la cartera vacía”.

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