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Del amor al desamor, las pasiones en el arte

En plena efervescencia del amor o en su ausencia, en besos y abrazos apasionados se funden los amantes; amor romántico, pero también no correspondido, pasiones imposibles o prohibidos, amores lésbicos, amor explícito… plasmados por tantos artistas. Klimt, Munch, Magritte, Lichtenstein o Rodin son solo algunos de los artistas que han representado los besos del amor.

Desde todos los ángulos de su experiencia y vivencia el amor, pasional, carnal, ha sido una de las constantes en el arte. Representado en el momento previo al beso, con la envoltura del abrazo, o con un gesto que recoge toda su sensualidad y erotismo.

Klimt, Munch, Magritte, Chagall, Lichtenstein, Rodin o Brancusi, son solo algunos de los artistas del siglo XX que han representado ese beso del amor en plena efervescencia romántica, amantes fundidos en un abrazo, en un beso infinito, pero también ese abrazo efímero o el que nunca llegó, pensemos en Toulousse- Loutrec, al menos sincero, pero inmortalizado de idéntica manera.

Ese lado frustrante del amor, el desengaño, o eso que Cervantes, más sarcástico, lanza en uno de sus mordaces dardos: “que tiene el amor su gloria a las puertas del infierno”.

Empecemos este breve recorrido, sobre los estragos que causa ese amor no correspondido. Nada como la escena mitológica del sentimiento del desamor que concentra Tiziano en “Venus y Adonis”, una audaz composición en la que el maestro italiano del renacimiento muestra a una atrevida mujer, que siendo una diosa, se lanza a la desesperada tras su amado, Adonis, que la rehúsa sin contemplaciones.

Un tema del que el veneciano hizo varias versiones, como la realizada para Felipe II con pequeños cambios para que no resultara demasiado atrevida dada la religiosidad del monarca. Una mujer desnuda de espaldas al espectador mostrado sus nalgas, la parte del desnudo femenino más erótico para la época, todo sensualidad y erotismo a la que se añade otra de gran audacia: presentarla además tomando la iniciativa en el ruego amoroso, en un último intento -forzoso pero estéril- por retener al amado, una escena de gran fuerza que recrearon otros pintores como Carracci y Veronés.

HAYEZ, KLIMT Y MUNCH.

Uno de los cuadros románticos más populares es el famoso “El beso” (1859) del veneciano, Francesco Hayez, que ofrece una sencilla escena amorosa, típica del romanticismo del XIX y que sirvió para representar a su país, Italia, en la Exposición Universal de París. Toda una alegoría de la alianza franco-italiana, precisamente cuando Italia apoyó ese mismo año a Napoleón III en la guerra con el imperio austrohúngaro, gesto por lo que recibió la ayuda francesa, decisiva para la unificación de Italia.

El amor patriótico, el romanticismo con sus ansias de independencia, servido en el beso de dos enamorados. Existen varias versiones, donde se modifican los colores. En una, el joven viste de verde y rojo que, junto con el blanco de otra tela, refieren la bandera italiana, mientras que el azul y el blanco del vestido de la joven, junto al rojo de las medias de su amado, dan los colores de la enseña francesa.

Pero para beso famoso el del austriaco Gustav Klimt. A caballo entre el simbolismo y el art nouveau, en su obra de 1907-1908, El beso, los cuerpos de los amantes, profusamente decorados, parecen fundirse en uno solo. Él besa a la joven en la mejilla que sujeta con ambas manos. Puede que represente al propio Klimt junto a su cuñada y su musa, Emilie, no es seguro que llegaran a ser amantes, pero si la mujer más importante de su vida.

Klimt pintó decenas de desnudos de mujeres, cambiando de modelo constantemente. Para captar el amor usa amarillos y dorados brillantes, hasta entonces exclusivos de lo religioso, como el dulce y dorado universo donde habitan los amantes cuando se funden en su abrazo.

La mujer es protagonista también de la obra del expresionista Edward Munch. Santas, vírgenes o por el contrario seductoras y perversas, esa mujer fatal que seduce al hombre para luego traicionarlo. “Es entonces cuando el hombre se convierte en el sexo débil”, escribe Munch. Un hombre vencido, al que la mujer envuelve con su roja cabellera hasta que “le enmaraña el corazón” para atraparle. Así plasma su mala experiencia con las mujeres, quizás porque tampoco encontró el amor, ni tuvo hijos, algo que le atormentó.

DEL SURREALISMO AL POP ART.

El surrealista René Magritte, agudo e irónico, creó un universo fantástico, mágico donde lograba que fuera de noche y de día al mismo tiempo, unos magnéticos cielos azul intenso cubiertos de nubes. Su mundo está plagado de imágenes tan sugerentes como inquietantes, en “Los amantes” (1928) donde los rostros cubiertos por telas blancas se besan de perfil. Una obra enigmática que ha despertado siempre preguntas y no solo sobe las identidades de los protagonistas. Los paños blancos y húmedos cubriendo totalmente las cabezas puede referirse al trauma del autor quien, en plena adolescencia, vivió el suicidio de su madre que, tras tirarse al río una noche, fue hallado su cadáver con la cabeza enredada por el camisón.

Otro de los grandes del surrealismo, Marc Chagall, judío francés de origen bielorruso, se autorretrata en “El cumpleaños” (1915) flotando mientras besa a su mujer, Bella, el amor de su vida, con quien se acababa de casar ese mismo año. En aquel momento solo se tenían el uno al otro, pero daba igual, poco importaba la austeridad: lo tenían todo. Chagall empleó literalmente lo de “sentirse flotando” del enamorado, como se definió él mismo, “volando como un globo” con su ramo de flores para desinflarse después ante su amada.

Llegamos al conocidísimo “Kiss” del neoyorquino, Roy Lichtenstein (1923-1997), representante del pop art, y artista que, junto a Warhol, popularizó lo cotidiano en el arte. Sus icónicos dibujos que parecen salidos de un cómic con colores fuertes y planos son sus señas de identidad. En su versión de 1963 se apropiaba de la estética de los dibujos animados, pero su estilo, que parecía sencillo, parte de planteamientos complejos que él simplificaba.

BESOS EN PIEDRA.

Si solo existiera una escultura de un abrazo, de un beso, ese sería el de Auguste Rodin tan majestuoso como potente y carnal. Fue encargado por el estado francés y expuesto en el Salón de París de 1898. La pareja de amantes hace referencia a Paolo y Francesca, los personajes de «La Divina Comedia» de Dante. El marido de Francesca sorprende a su mujer en adulterio, besándose con su amante, que resulta ser su hermano, y en un ataque de cólera mata a la pareja, todo un drama tratado con toda la tensión emocional de Rodin.

En sus versiones del beso que hizo Brancusi, la obra acaba siendo una escultura abstracta. Simplicidad y economía de formas donde ambas figuras se fusionan simbólicamente en una sola, sin distinción de géneros. Como decía el artista: “La simplicidad es la complejidad resuelta”.

AMOR IMPOSIBLE Y AMORES PROHIBIDOS.

Especialista en temáticas históricas y bíblicas, el británico Frederic Leighton en “El pescador y la sirena” representa una escena de amor imposible muy al gusto finales de siglo XIX. El rostro del joven medio soñando, aventura su trágico final, mientras la sirena se afana en abrazarlo por el cuello, para besarlo y arrastrar a su amor a las profundidades del mar. La cola de la sirena se enrosca en la pierna del pescador que reducida su voluntad parece rendirse. De nuevo el certero y cruel verso cervantino, “el amor tiene su gloria a las puertas del infierno”.

“El sueño” (1886) de Gustave Courbet, el autor que escandalizó con “El origen del mundo”, pinta una escena subida de tono por encargo de un coleccionista de arte erótico, una escena de amor entre dos mujeres desnudas sobre su cama. Mientras los desnudos de las diosas aparecían idealizas, estas dos jóvenes son de carne y hueso, totalmente relajadas y con sus cuerpos entrelazados. Los jarrones relacionados con el sexo femenino y el collar de perlas roto con la pasión que precedió a ese momento, un cuadro que evidentemente solo era para uso privado.

Un siglo antes, el pintor rococó Louis-François Lagrenée, en “Las dos amigas” (1749), da su versión de Pigmalión y Galatea, que permite a este especialista en mitos griegos y pasajes bíblicos dibujar cuerpos desnudos. Más que dos amigas, se trata de una escena erótica entre dos jóvenes. El erotismo estaba muy en boga en la alta burguesía francesa del XVIII y abundan los escritos eróticos y era habitual ilustrarlos con grabados muy explícitos.

“En la cama” (1892) de Toulouse-Lautrec, una de las pinturas eróticas que hacía por encargo y que pintó para decorar un prostíbulo del parisino barrio de Montmartre por los que deambuló parte de su vida huyendo de la soledad. Dos mujeres se funden en un abrazo que, más que pasión entre dos muchachas, lo que transmite es ternura, como la suya que pese a no encontrar nunca quien le amara, si encontró la inspiración y la paz para sobrevivir. Afectado por sus limitaciones físicas, Toulose-Lautrtec fue rechazado por su padre, un aristócrata engreído, que le privó de su amor y le traumatizó por lo que identificaba con los personajes marginados de París y murió sin conocer el amor, salvo el de su madre.

Como diría el Nobel de literatura, Albert Camus: "No ser amado no es más que una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar”.