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ENSAYO

El comercio informal en la cultura de Santo Domingo (*)

Bismar Galán

Bismar Galán

Una especie de alucinación infinita, difusa e inverosímil puede arroparnos si no estamos preparados para acercarnos a una de las esquinas de la ciudad de Santo Domingo. Ser envueltos en una especie de encantamiento en estos espacios es más probable que el propio hecho de insertarnos en la vida de esta urbe caribeña. Y es que, en primer lugar, las esquinas de las ciudades, como las esquinas de nuestras casas, tienen algo mágico, esotérico, misterioso; algo que es no tan palpable como sustancial dentro de la natural subsistencia humana. Pero en el caso de la capital dominicana, lo fantástico, lo “real maravilloso”, se impone y nos convierte en cómplices de aquello que podemos aceptar o rechazar a primera vista, algo que luego nos magulla con cierta tibieza amorosa y maternal. Más tarde, en los ratos de recogimiento, esa especie de filme profundo y conclusivo se nos revela en forma de imágenes cortadas o continuas que nos hacen recrear y hasta desear lo experimentado.

Para aquellos que no lo han vivido, o que el tiempo los ha alejado de esa magia colectiva, nada será más revelador que conquistar las imágenes que hemos tratado de captar, más que con el pujante lente, con la persistente observación e intercambio en las intersecciones capitaleñas, como actor o como fiel testigo. Tal vez algunos hipercríticos de la antropología cultural extrañen el vocabulario rebuscado, la terminología en boga y hasta la mirada que de forma habitual se espera de quienes intentan hacer retrato de lo irretratable. Más que eso, lo que intentamos es trasmitir los sentimientos, las emociones, los modos de vida de quienes se lanzan o son lanzados a compartir el hechizo cultural colectivo en ese escenario comercial definido por los intermitentes semáforos de Santo Domingo. Aunque, como es lógico, para llegar al semáforo hay que transitar por esas calles provocativas y extensas de toda la ciudad, y eso haremos desde estas “simples” consideraciones.

Sentir el bullicioso espectáculo de las esquinas se hace tan familiar que carecer de él provoca sentimientos de ausencia, de soledad y privaciones. Después que se ha vivido la experiencia de ese contagioso y a veces agobiante rumor de semáforos, donde el aparato regulador pasa a ser lo tecnológico imperceptible, se echa de menos a eso que a ratos se acusa de perjudicial: el grito, la risa, el disparate, la propuesta... El pregón semisilente, magia que circunda todo y a todos, es tal vez el elemento más natural y común a las esquinas de esta ciudad. No hay manera de escapar a su arrítmico compás con el grito del claxon ensordecedor, del chiflido incesante del agente que define prioridades y sanciona la quietud en beneficio de… y por razones tales. Pero, sobre todo, resulta tan común como imprescindible el rostro lánguido y húmedo del comerciante, voz y gesto en incesante oferta, regateo, competencia... Son estas esquinas, tablados para el acto danzario y atractivo, salas repletas de actuaciones de supervivencia y esperanza preñada de humorismo.

Hablar de esa realidad, de ese comercio informal de Santo Domingo, es remitirse a uno de los elementos del patrimonio cultural de esta metrópolis. Hacerlo desde el eje que definen las “ventas de semáforo” alcanza una dimensión superior. Esas ventas informales que se suceden en las calles de esta ciudad, a ratos condicionadas por la intermitencia juguetona y “natural” de ese regulador del tránsito, constituyen mucho más que la simple y acostumbrada compraventa de bienes y servicios. El alcance de este perenne fenómeno es inmenso y creciente tanto por sus componentes como por la imbricación de los mismos y las dimensiones que le son propias. De modo que su tratamiento íntegro (no es este el caso) exigiría todo un tratado multidisciplinario y extenso. De ahí que, en este texto, más que en elementos exclusivamente económicos, centramos la atención en los mecanismos socioculturales que le son propios a esta modalidad de comercio universal, pero de sello muy particular en la capital dominicana. Esto hace obligatorio el tratamiento del tema a partir del impacto que esa “organización” comercial tiene en los individuos que viven en ella, para ella y/o de ella.

Es difícil seccionar un contenido como el presente debido a la inmensa unidad e interdependencia de sus elementos constitutivos. Sólo para su estudio es posible aventurarse e intentar un análisis por separado de factores propios del comercio informal, como son los vendedores y los productos que ellos ofrecen. De modo que en ciertas ocasiones deben, por naturaleza propia, interconectarse en la dinámica del análisis que realizamos.

El elemento teórico desde el que abordamos este tema y sus intríngulis nos impone el reto de partir esencialmente del abrasador pragmatismo, de la tenaz indagación y de ciertas presunciones generales e indispensables como soportes del estudio de este trascendental fenómeno sociocultural. En resumen, y siguiendo los consejos del poeta mexicano Enrique González Martínez (1), lo haremos en una búsqueda del alma y el sentido ocultos en ese comercio informal, sin ceñirnos a la apariencia vana, a lo externo y común; husmearemos, seguiremos el rastro de la verdad arcana, con ojo escudriñante y aguzado el oído. Y como la vía más cercana que tenemos para expresar nuestros cuestionamientos, interrogantes y observaciones es la palabra, apelamos a ella, esencialmente apertrechados de criterios propios, sin las tal vez esperadas referencias a incursiones precedentes en el tema, al menos, en esta perspectiva de lo sociocultural en el comercio. Es menester dejar claro que nuestro análisis va a lo cualitativo, a las manifestaciones consecuentes de las voluminosas cifras de individuos, servicios y bienes que le son propios a esta modalidad de intercambio comercial. Asimismo, a quienes son amantes de la totalidad, deberán entender que el presente es un estudio del microcomercio de la ciudad de Santo Domingo, que es a la vez un microespacio de la República Dominicana, con las necesarias conexiones con hechos y fenómenos propios de la nación y de más allá de sus fronteras.

En el presente intentamos lograr la agilidad que este tipo de escrito demanda y lo hacemos con la impresión de la necesaria sencillez productiva con el fin de comunicar nuestras consideraciones sobre el tema en forma directa, sin apelar a consultas intermedias. Asimismo, aunque no sea básico, hemos establecido cierta estructuración temática para facilitar la lectura y el análisis. Como lo más importante no es conocer datos, sino implicaciones, pocas veces acudimos a las cifras (nos ahorramos fórmulas, cuadros y gráficos); asimismo, son mínimas las citas bibliográficas, aunque la libertad del género permite incluirlas, ya que hemos considerado de mayor importancia exponer nuestras propias consideraciones acerca del tema.

Queremos precisar además que esta obra es, más que nada, un pretexto y una oportunidad para aportar una visión de un creciente fenómeno de la cultura dominicana desde una perspectiva de análisis sujeta a las exigencias de esas comunidades que buscan explicación a hechos diversos y a modos de comportamiento propios y comunes. Con esta hacemos, de igual modo, una modesta contribución al reconocimiento que merece la labor de esos hombres y mujeres dinámicos y dinamizadores de la reciprocidad comercial de la ciudad.

Tomamos como principales herramientas de búsqueda la observación y el trabajo de campo, el debate con los actores, sin escapar a la inevitable marca que conlleva ser uno de los protagonistas de esta “aventura”, y a las necesarias informaciones de gabinete sobre el tema. En esta realidad “económica y cultural”, todos tenemos algún papel asignado o adquirido. Usted, amigo lector, quiéralo o no, puede ser uno de esos actores del comercio informal; más aún si vive en Santo Domingo o ha transitado por sus calles. De ser así, puede que se sienta presente en alguna de las escenas que intentamos describir. Y si se puede afirmar así es porque todos, de uno u otro modo, hemos rozado con el comercio informal en alguna de sus manifestaciones.

El comercio informal de Santo Domingo trasciende por su presencia en diferentes actos de creación. Por eso es constante en textos de historia y obras de arte, sobre todo literarias. Sin embargo, más que citarlas a todas, hemos decidido exponer una percepción muy particular de este interesante y a ratos desapercibido elemento de la idiosincrasia dominicana. Esto así, porque, en toda su dimensión, la actividad del comercio informal en Santo Domingo es un fenómeno cultural con un impacto penetrante en los individuos que transitan por las calles y hasta en los que aguardan en casa, por más desatentos que sean o se muestren respecto de aquél.

No es casualidad el que hayamos definido este estudio con el título de: Antropología del Semáforo. Las esquinas en las que existen esos reguladores del tránsito vehicular y peatonal son lugares de cierta exclusividad en el comercio de Santo Domingo. Estamos seguros de que muchas personas se plantean la interrogante, pero no siempre van al análisis del porqué es tan significativa como arraigada la práctica de prestación de servicios y sobre todo la venta de bienes en estos sitios de la capital dominicana. Después de varios años de análisis de la misma, las razones se nos hacen muy justificadas. Asimismo, aunque el propio título precisa que se trata del caso Santo Domingo, el presente trabajo, dada su incuestionable y sólida universalidad, muy bien se podría extrapolar, o al menos ser tomado en cuenta, para el análisis de lo que ocurre en otras ciudades de la República Dominicana y del mundo, sobre todo en Latinoamérica donde es evidente una tácita contraposición a las prácticas comerciales que siguen un modelo europeo. Es así, porque el desarrollo del comercio en cualquier espacio sociocultural tiene características que lo hacen único. Aunque algunas de esas prácticas sean comunes y hasta universales, se impone una determinada cantidad de elementos a los cuales los individuos les impregnan su sello personal, sus modos de ser y pensar enraizados en las bases históricas, las tradiciones, las identidades.

Ante la ciudad normada, estratificada y regulada se yergue el comercio irregular, una economía cultural donde no solo se ve el mercado como sistema, sino como espacio de creaciones y recreaciones de elementos identitarios de las comunidades. Los estándares establecidos por el comercio de la formalidad son personalizados por quienes rompen esquemas y establecen sus propias normas, sus nuevos modelos de intercambio bajo fórmulas, más que informales, distintas.

No se debe perder de vista, aunque “suene” redundante, que el comercio informal, expresado en venta ambulatoria, microempresa de subsistencia, evasión fiscal y subempleo, tiene características similares en todo el mundo; sin embargo, en República Dominicana y de forma específica en su capital, las condiciones sociopolíticas y económicas, y ante todo culturales, garantizan una marca distintiva a esta manifestación de la vida cotidiana y sabiduría “nacional”. Para entenderlo hay que penetrar en los modos de vida, desde el punto de vista comercial, de los individuos que se involucran como comerciantes o como clientes. Porque no son los bienes y los servicios en sí, sino las personas, quienes determinan, las que establecen las “reglas” en esa informalidad. Son los individuos los que hacen que este tipo de comercio en Santo Domingo, ya sea móvil o en un lugar fijo, permanente o transitorio, sea dinámico, variable, maleable, flexible…

Para comprender el texto que estamos proponiendo hay que acercarse por cualquiera de las vías posibles a las intersecciones de las calles de Santo Domingo. Entre ellas las que definen las Avenidas 27 de Febrero y Abraham Lincoln; la 27 de Febrero y la Núñez de Cáceres; la John F. Kennedy y la Doctor Defilló, por solo citar tres. Estos escenarios son un magnífico espectáculo sociocultural y económico, son espacios con una magia inigualable desde la salida del sol y hasta un poco más allá de su puesta.

Ahora bien, para comprender en toda su magnitud estas realidades que marchan a la par del resto de los elementos de la vida de la ciudad, hay que adentrarse en las distintas concepciones y visiones de la cultura comercial dominicana, pero hay que hacerlo libre de todo tipo de condicionamiento o prejuicio. Solo así será posible penetrar en esta arista de la idiosincrasia capitaleña.

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* Del libro Antropología del semáforo, el comercio informal de Santo Domingo, Segundo premio de ensayo FUNGLODE (Galán, 2008)

1. Enrique González Martínez (1990). Busca en todas las cosas... En Poesía para ti, p.43. Pueblo y Educación. La Habana.