Las teorías conspirativas del COVID-19: Temor, manipulación
Daniel Roberts no se vacunaba desde que tenía seis años. Sus padres le enseñaron que las vacunas eran peligrosas y cuando llegó el coronavirus, sostuvieron que era un invento. La verdadera amenaza, le aseguraron, era la vacuna.
Por ello cuando este joven de 29 años de Tennessee se vacunó contra el COVID-19 en una tienda de Walmart el mes pasado, fue un verdadero hito personal. Una ruptura con el pasado.
“Quinientas mil personas fallecieron en este país. Es no es ningún invento”, declaró Roberts al hablar de las teorías conspirativas en las que creen muchos familiares y amigos suyos. “No sé por qué yo no creo en todas esas cosas. Supongo que preferí creer en los hechos”.
En momentos en que el mundo trata de contener el COVID-19, psicólogos y expertos en la desinformación analizan por qué la pandemia generó tantas teorías conspirativas, que hacen que la gente se niegue a usar tapabocas, a mantener distancias y a vacunarse.
Notan una relación entre la creencia en falsedades en torno al COVID-19 y la dependencia de las redes sociales como fuente informativa.
Y están llegando a la conclusión de que las teorías conspirativas hacen que la gente se sienta más en control de una situación que los asusta.
“Tenemos que aprender de lo que ha pasado, asegurarnos de que podemos evitar que se repita”, dijo el exsecretario de salud estadounidense Richard Carmona, que sirvió bajo el gobierno de George W. Bush hijo. “Los tapabocas han pasado a ser un símbolo de tu partido político. La gente dice que las vacunas no sirven para nada. La persona promedio está confundida. ¿A quién le cree?”.
En Estados Unidos, una de cada cuatro personas cree que la pandemia fue creada intencionalmente, de acuerdo con un estudio del Centro de Investigaciones Pew de junio del año pasado. Otras teorías conspirativas se enfocan en las restricciones económicas y la seguridad de las vacunas.
Las afirmaciones falsas generan cada vez más problemas reales.
En enero, activistas contrarios a las vacunas forzaron el cierre del centro de vacunaciones instalado en el estadio de los Dodgers en Los Ángeles por un día. En Europa, decenas de torres que transmiten las señales de los teléfonos celulares fueron quemadas por la afirmación falsa de que las señales de tecnología 5G estaban infectando a la gente. En otros sitios, un farmaceuta destruyó dosis de vacunas contra el COVID, personal médico fue agredido y cientos de personas murieron tras ingerir toxinas presentadas como una cura, todo esto debido a falsedades sobre el COVID-19.
Las teorías conspirativas más populares ayudan a explicar eventos complejos, en los que cuesta aceptar la verdad, de acuerdo con Helen Lee Bouygues, fundadora y presidente de la Fundación Reboot de París, que investiga y promueve el pensamiento crítico en la era de la internet.
Estas teorías generalmente proliferan después de grandes eventos, como el alunizaje, los ataques del 11 de septiembre del 2001 o el asesinato de John F. Kennedy, cuando mucha gente se negó a aceptar que un solo individuo perturbado pueda haber matado a un presidente.
“La gente necesita explicaciones grandes para los grandes problemas, los grandes acontecimientos”, dijo John Cook, científico cognitivo y experto en teorías conspirativas de la Universidad de Monash en Australia. “Las explicaciones simples —como que los murciélagos propagaron el virus— no son satisfactorias en un plano psicológico”.
La necesidad de algo más grande es tal, dijo Cook, que la gente a menudo cree teorías conspirativas contradictorias. Roberts dijo que sus padres, por ejemplo, en un primer momento pensaron que el COVID-19 estaba vinculado con las torres telefónicas, para luego decidir que todo era una farsa. Las únicas explicaciones que no tomaron en cuenta fueron las que venían de los expertos médicos.
La desconfianza en la ciencia, en las instituciones y en las fuentes noticiosas tradicionales con frecuencia genera teorías conspirativas y la creencia en pseudociencias.
La desconfianza es alentada por líderes como Donald Trump, quien en reiteradas ocasiones restó importancia al virus y socavó a los expertos de su propio gobierno.
Un análisis de investigadores de la Cornell University determinó que Trump fue el principal propagador de afirmaciones falsas sobre el COVID-19. Otros estudios coinciden en que los conservadores son más proclives a creer en teorías conspirativas y a difundir desinformación acerca del virus.
Facebook, Twitter y otras plataformas han sido criticadas por permitir la diseminación de información falsa. Han actuado con mayor determinación para contener la desinformación sobre el COVID-19, lo que hace pensar que podrían hacer más para evitar la desinformación en torno a otros temas, según Cook.
“La solución para todo esto es la educación”, dijo Bouygues. “El COVID nos demostró lo peligroso que pueden ser la desinformación y las teorías conspirativas”.