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2020: Un año como ningún otro para estar en forma

Al comenzar el año, pocos de nosotros esperábamos que un virus iba a trastocar nuestro mundo y nuestros entrenamientos.

Un corredora con cubrebocas en Manhattan, el 28 de julio de 2020. (Amr Alfiky/The New York Times)

Un corredora con cubrebocas en Manhattan, el 28 de julio de 2020. (Amr Alfiky/The New York Times)

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The New York TimesSanto Domingo

Este año, apareció el coronavirus y transformó nuestra vida por completo, incluida nuestra manera de hacer ejercicio. Alteró cómo, por qué y qué necesitamos del ejercicio de un sinfín de maneras (algunas sorprendentes y otras beneficiosas y muy posiblemente duraderas).

Al comenzar el año, pocos de nosotros esperábamos que un virus iba a trastocar nuestro mundo y nuestros entrenamientos. En enero y febrero, escribí sobre temas que parecían urgentes en ese momento: si las dietas bajas en carbohidratos y cetogénicas ponían en peligro la salud ósea de los atletas; si los tenis minimalistas de suela gruesa podían alterar nuestras zancadas y cómo completar un maratón (¿lo recuerdan?) remodela las arterias de los corredores novatos.

Por cierto, según la investigación, las respuestas son que evitar los carbohidratos durante varias semanas puede producir signos tempranos de deterioro de la salud ósea en los atletas de resistencia; los corredores que se ponen zapatos muy acolchados y acojinados suelen golpear el suelo con mayor fuerza que con suelas más delgadas y un solo maratón vuelve más flexibles y rejuvenece la biología de las arterias de los corredores novatos.

Sin embargo, las preocupaciones sobre la amortiguación de los tenis y las carreras parecieron desaparecer en marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia de COVID-19 y de repente tuvimos nuevas preocupaciones de primer orden, como el distanciamiento social, los cubrebocas, la propagación por aerosol y los confinamientos.

Los efectos en nuestras rutinas de ejercicio parecían ser inmediatos, pero también titubeantes. En ese momento, ninguno de nosotros sabía muy bien cómo debíamos hacer ejercicio ni si debíamos hacerlo en estas nuevas circunstancias. ¿Deberíamos seguir corriendo, montando en bicicleta y paseando al aire libre si nuestra comunidad había implementado restricciones que nos hacían quedarnos en casa? ¿Necesitábamos usar cubrebocas durante la actividad física y podíamos hacerlo sin sentir que nos sofocábamos? ¿Las fuentes de agua comunitarias eran seguras?

Mi primera columna sobre estos y otros temas relacionados apareció el 19 de marzo. Los expertos con los que hablé en ese momento se mostraron firmes en que debíamos intentar mantenernos físicamente activos durante la pandemia, sin acercarnos a las fuentes de agua compartidas. No obstante, también señalaron que muchas preguntas sobre el virus, incluyendo cómo hacer ejercicio de manera segura, seguían sin resolverse.

Después de eso, nuestra experiencia (y la investigación) sobre la COVID-19 y el ejercicio aumentó con rapidez.

Un muy debatido estudio de abril, por ejemplo, mostró que caminar y correr a paso ligero podía alterar y acelerar el flujo de aire a nuestro alrededor y enviar las partículas respiratorias exhaladas más lejos que si nos quedábamos quietos. En consecuencia, el estudio concluyó que los corredores y caminantes deben permanecer a una distancia de 4,5 metros o más de los demás, más del doble de la separación estándar de 1,8 metros que se recomendaba entonces. (Investigaciones posteriores encontraron que, en términos generales, las actividades al aire libre eran seguras, aunque los expertos todavía recomiendan permanecer tan separados como la practicidad lo permita y usar cubrebocas).

Por suerte, otros estudios científicos sobre el ejercicio en la época de la COVID-19 fueron más alentadores. En dos experimentos recientes que se llevaron a cabo con personas que hacían ejercicio con cubrebocas, los investigadores descubrieron que las cubiertas faciales afectaban muy poco el ritmo cardiaco, la respiración o, una vez que uno se acostumbra, el sentido subjetivo de la dificultad de los entrenamientos. El movimiento se sentía igual, ya fuera que los participantes llevaran cubrebocas o no (ahora uso cubrebocas o una bandana en todas mis caminatas y carreras.)

Claro está que todavía no se ha establecido el impacto a largo plazo de la COVID-19 sobre la frecuencia y las maneras en que nos movemos y sospecho que será objeto de una considerable investigación en los próximos años. Pero para alguien que escribe sobre el ejercicio, lo disfruta y lo posterga, la principal lección de este año en este tema ha sido que estar en forma, en todos sus significados prácticos y evocadores, nunca ha sido más importante.

Por ejemplo, en un valioso estudio sobre el que escribí en agosto, los jóvenes atletas universitarios (todos ellos extremadamente en forma) produjeron más anticuerpos en una vacuna contra la influenza que otros jóvenes sanos pero que no entrenaban, un resultado que me mantendrá ejercitándome en espera de la vacuna contra la COVID-19.

De manera más poética, en un estudio sobre ratones que cubrí en septiembre, los animales que corrían se volvieron mucho más capaces de enfrentar problemas y estrés inusitados que los animales que se habían sentado tranquilamente en sus jaulas.

Y en el que tal vez sea mi estudio favorito del año, las personas que hacían “paseos de asombro”, durante los cuales buscaban las pequeñas bellezas y maravillas inesperadas del camino y se concentraban en ellas, después se sentían más rejuvenecidas y felices que los caminantes que no cultivaban el asombro.

En otras palabras, de manera confiable, podemos encontrar consuelo y fuerza emocional, y física, al movernos por un mundo que sigue siendo encantador y atractivo. Felices y saludables fiestas para todos.