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COSAS DE DIOS

Graduarse del alma

Durante meses, trabajaron para reunir dinero. Eran alumnos de un liceo se­cundario que este verano se gradua­ron como bachilleres. Su dinamismo permitió que pudieran soñar con un fi­nal de curso memorable. Así lo programaron, así lo esperaban. En esos planes estaban incluidos sus pro­fesores y el director del plantel, muy querido por sus alumnos. Pero no hubo fiesta, ni siquiera una foto de la promoción, llegó el virus Covid 19 y la graduación se terminó sin empezar.

El dilema Ellos, como muchos otros estudiantes este año, tenían ante sí el dilema de qué hacer con los miles de pesos recolectados. Algunos colegios lo resolvieron rápido, una simple división entre el número de alumnos, y le entregaron su parte a cada quien. Lo habían recauda­do entre todos y ese dinero les pertenecía. Parece ló­gico.

El profesor enfermo La misma fórmula pudieron aplicar estos mucha­chos, pero ni consideraron repartirse el dinero porque el único plan que varió no fue el de la fiesta, aunque la hubiesen llevado a cabo, un invitado muy importante no podría asistir. El querido director del liceo enfermó antes de que el Covid 19 frustrara los sueños de sus estudiantes de lanzar al aire los birretes. Muy delica­do, postrado en una cama con cáncer, este profesor vio llegar la pandemia, agravando su situación, pues desapareció una ayuda que recibía del exterior para sus medicamentos.

Nobleza perfecta Sus discípulos no se lo pensaron mucho, decidieron entregarle todo lo recaudado y, para no perturbarlo, solo un pequeño grupo de ellos, una comisión, fue hasta su casa, donde su esposa recibió el aporte. Lo hicieron en privado, a fin de respetar la dignidad del maestro. Fue un acto de nobleza perfecto, como Dios manda. Sin buscar aplausos, ni reconocimientos. A sus más cercanos, estos alumnos les dijeron que, con esa acción, se graduaron del alma. Una frase acerta­da para describir su hermoso gesto.

Inolvidable Yo deploro que su ejemplo no se haya extendido ha­cia otros liceos y colegios. En este momento, hay tan­to dolor, tantos enfermos requiriendo asistencia, que parece un acto egoísta y superficial no aprovechar, esos recursos recaudados para las fiestas suspendi­das, y destinarlo a alguien que necesite ayuda. Al fi­nal, dividido entre muchos, las cantidades reunidas no representan gran cosa. Dudo que, en el futuro, quienes los recibieron para su uso personal, recuer­den siquiera en qué los gastaron. Mientras, tal y co­mo ellos planearon, estos muchachos, que ayudaron a su maestro, sí tendrán un recuerdo inolvidable de su final de bachillerato, ¡recordarán siempre que se gra­duaron del alma!

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