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COSAS DE DIOS

La bruja y el ángel

Imagine la escena. Boca Chica, sol radiante, pleno día. Bañistas semidesnudos bronceándose o bajo la sombra de un árbol o una sombrilla. De acá para allá, corre la brisa. Y, a paso más lento, circula gente decidida a ganarse unos pesos. Son vendedores de todo: pareos para salir del agua, sombreros para taparse del sol, mamajuana y ostras que ayudan a la virilidad, dicen. La mayoría de los que venden son de nacionalidad haitiana. También, las que trenzan cabellos o extienden la mano para pedir una limosna.

Representan un mundo de gente distinta con un mismo objetivo, ganar dinero, no importa lo que oferten, puede ser cualquier cosa. Aparece una que vende el futuro. “Leo la mano y las cartas”, grita tan fuerte como el que ofrece ostras. La adivina se aproxima a las parejas, a los grupos de amigos y las familias que descansan, relajados, en la playa. Algún cliente habrá de encontrar porque, de lo contrario, no enfrentaría esta nueva jornada bajo el sol inclemente.

Va del uno al otro. Entre los posibles clientes, se equivoca, y escoge a una familia poco común. En la mayoría de las casas, las mujeres somos las que llevamos la voz cantante con la oración pero, en esa familia, el papá es un hombre que ora todos los días. De hecho, tiene el hábito, antes de salir a la calle, de convocar al príncipe de la milicia celestial. No sale de su casa sin pedir la protección de san Miguel Arcángel. Una costumbre singular que proclama con cierto toque de gracia porque reconoce que es un “exagerado”. Clama así: “San Miguel Arcángel ven, protégenos con todas la huestes celestiales que están bajo tu mando contra dominios y potestades.” Pronuncia la misma frase varias veces al día, siempre que aborda un vehículo.

Lo hizo, también, camino a la playa. Es un predicador católico, se llama René y su mujer es Olga. Y allí están, con sus hijos, cuando aparece la bruja ofertando leer el futuro. René dice que no y, contrario a la técnica que aplicó con otras personas, insistir, la lectora de cartas, enseguida, desiste. Continúa su camino para abordar a otras personas.

Luego, ella conversa con una de sus compañeras. Un hijo de René y Olga, que cruza a su lado en ese momento, la escucha pronunciar la siguiente frase, mientras señala hacia sus padres: “Ahí, hay un San Miguel”.

Si partimos de esta experiencia, parece que los ángeles son invisibles, pero se dejan ver de quienes tienen que verlos. Como los padres, cuando una persona extraña se acerca a nuestros hijos, que nos aproximemos para que sepan que están acompañados.

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