TERCER CAMINO
Presos de la imagen
“La mayor parte de los hombres prefiere parecer que ser”. Esquilo. “No me importa lo que digan los demás”, “Vivo para mí”, “Satisfecho yo, y el mundo pago” ¡Mentira!... Nada menos cierto. ¿Acaso nos compramos un vestido nuevo para sentarnos en la cocina de nuestra casa, o nos ponemos un traje de saco y corbata para cortar la grama, sólo por el placer que nos da vernos bien? No. Lo hacemos porque nos gusta que los demás nos vean bien, pues, aunque lo neguemos, siempre es importante lo que los otros piensen de nosotros. No es suficiente ser, necesitamos también aparentar. Necesitamos convencer a mucha gente de lo que hacemos bien, y demostrar al mundo de lo que somos capaces. Necesitamos el aprecio, la aprobación y el reconocimiento de los que nos rodean. Necesitamos exhibir nuestros logros y enseñar nuestros triunfos. Por eso existen las ceremonias de graduación... Y no hay nada malo en eso. Sentirnos parte de algo es gratificante, y cuidar de nuestra imagen es una forma de respetarnos y de respetar a nuestros semejantes. Pero... cuidado si la opinión de los demás se hace tan importante que sólo vivamos para darles gusto, a costa de nuestros sentimientos, deseos, preferencias u orientaciones. Cuidado si anteponemos la aceptación de los otros a nuestra propia felicidad, o si nos encasillamos en una apariencia que se convierta en la barrera que nos impida ser nosotros mismos. Cuidado si nos ponemos tanto la máscara, y nos acomodamos tanto a ella, que ya no podamos quitárnosla ni en casa.Cuidado si nos acostumbramos a vivir en escena y nos convertimos en actores o actrices permanentes. Cuidado si nos hacemos presos de la imagen. Es muy importante que nos quieran, nos acepten, nos reconozcan y nos respeten, pero es más importante querernos, aceptarnos, reconocernos y respetarnos. Y si no vas a quererme así, como soy; y si te vas a ir de mi lado así, como soy; y si en la noche más larga y más fría del invierno me vas a dejar solo y te vas a ir... cierra la puerta, ¿viste?, porque entra viento. Dr. Jorge Bucay