EVIDENCIAS

El perfil de la inocencia

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Arlene Reyes SánchezSanto Domingo

El abuso infantil es uno de los principales problemas que aquejan a esta deteriorada sociedad. Lloro, se me despuntan los pelos del alma cuando veo la ingenuidad destruida, la inocencia perdida, la vida sin juicio y el viento sin dirección. Hay historias imposibles de desglosar porque tal vez falta el personaje principal o las fuentes no son las suficientes para elaborar un reportaje de investigación; pero es justo ésa la oportunidad que me ofrece esta columna: poder desnudar esas cosas que suceden y que se mueren por ausencia de héroes y firmas. RelatoDe piel pálida como el color del corazón de una guayaba verde: así es Alina, una pequeña de seis años. La niña solía llorar por las noches mientras su madre (Enriqueta) lograba dormir en la ausencia de su esposo que andaba borracho y vagabundo en una de las calles de la capital. Cansada de su existencia, con la angustia en los ojos, Enriqueta ignoraba el llanto de su hija. Con el paso de los días, próximo al cumplimiento de los siete años de la inocente, en la cara de Alina se dibujó un ensangrentado y desfigurado herpes. Entonces llegó la visita médica. Aquel doctor pasó de ser amable y con rostro de Ken de Barbie a convertirse en un decepcionado y atormentado ser, destruido y conmocionado, al ver ante sus ojos una descarada violación, un triste desconsuelo. “¿Quiénes conviven o comparten con Alina?”, pregunta el doctor. La madre contesta: “Sólo su padre y yo”. Y a seguidas sus lágrimas comenzaron a desmoronarse y, al entender cosas, las imágenes parecieron iluminar los pensamientos de esta mamá, haciéndole entender que desconocía que su hija era violada por su padre cuando éste llegaba embriagado y aturdido en las madrugadas. Captó que por eso su angelito gritaba sin consuelo cada noche. Al fin, todo concluyó con una denuncia, retirada luego por temor al maltrato... ¿Y entonces la justicia no hace nada por saber qué sucedió? ¿En qué clase de mundo estamos viviendo? Al parecer, en uno donde se pierde el respeto hasta por el ser que nace de un pasional encuentro, por aquella criatura bendita y divina. Esta es sólo una de las tantas narraciones que escuchamos en el camino por la vida y todo parece quedar impune. ¿Por qué? ¿Por qué? Alina sólo quería jugar a las muñecas y saltar en uno que otro trampolín. Las autoridades deben preocuparse y velar por esos tantos inocentes que deambulan por las calles de esta ciudad; escuchar las denuncias de maltrato y abuso intrafamiliar. El conformismo, la arrabalización, nos ahoga y sucumbe en un territorio negro donde día a día se pierde el perfil de la inocencia.

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