sin paños tibios

Mientras la lluvia cae

Cada gota de lluvia es en sí misma un recuerdo, y no importa de quién, si da igual cuando la memoria haya solaz en el sonido que hace la lluvia al caer… o la magia que la envuelve mientras cae. La lluvia evoca amores idos; nostalgias que se resisten a morir en el olvido; imágenes que se diluyen en el recuerdo mientras el tiempo corre y va dejando atrás aquellos amores que quedaron atrás, pero que también nos acompañan.

La lluvia es una excusa, cuando no una provocación, para coincidir con alguien. Que vamos… que no es lo mismo una llamada –o un simple mensaje de WhatsApp que diga: “Hola, ¿en qué estás?”– en un día soleado, que en uno anegado por la lluvia. Admitamos que la lluvia es mágica porque cambia nuestro estado de ánimo y aunque a algunos los lleva a la morriña… a lo saudade; a otros los empuja a los brazos de la poesía, como en “Serenamente Gris” Bermúdez veía caer “la lluvia tornadiza, como una polvareda”, y evocaba la belleza en el “pareces una tarde que va a morir, señora”; o pone en veces de los mejores cantantes, las canciones más hermosas sin importar el género, ya sea en “Lluvia”, de Eddy Santiago, o en Cortez, con “un cigarrillo, la lluvia y tú”, y cientos más en todos los países y todas las épocas; porque no importa cuándo ni dónde, la nostalgia y el deseo que nos provoca la lluvia nos hermana en el amor o el desamor

Porque todos tenemos ese “tú” en quién pensar cuando llueve; cuando la ñoñería llena los espacios que la nada ha dejado abandonados al olvido; y entonces pensamos en “ella” con nostalgia, pero con algo de lascivia y ganas también; porque de ver caer la lluvia sobre las calles, uno quisiera verse caer en los brazos de esa mujer que nos espera con ellos abiertos; porque así como la lluvia supone en términos culinarios caldo y aguacate, en el terreno del amor implica acurruque; el apapache que en náhuatl significa ese abrazo que abraza el alma; ese deseo de arruncharse y de sentir cómo las piernas se entrecruzan debajo de las sábanas que se enfrían con la humedad que flota en el ambiente, gracias a Lavoisier y su tercera ley… antes de que pasara lo de la Place de la Concorde y rodara su cabeza, por supuesto.

Así la lluvia evoca los más puros recuerdos, así me niego a dejarme llevar por la cotidianidad que quiere imponernos que cada vez que llueva uno deba de pensar en tapones, calles inundadas, largas filas interminables en todos los lugares que convierten esta ciudad en un lugar invivible, y nos reducen a una masa amorfa que sólo vive y respira… Por eso, mientras la lluvia del jueves cae sobre el cristal del carro y mi cuerpo se queda torturado en el tapón, mi mente vuela… siempre hacia ella. 

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