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Sin paños tibios

La ironía del debate presidencial de EEUU

Cuando en 1986 Balaguer se convirtió otra vez en presidente, buena parte de la sociedad vio con temor su regreso, pero también con escepticismo, pues existían dudas legítimas de sí un ciego de 79 años tendría las competencias físicas y mentales para liderar el país. Por demás, desde el Norte miraron con recelo su retorno, pues entendían que había agotado su ciclo político y biológico, y, como los jarrones chinos, en su casa se vería mejor.

En las campañas del 90 y 94 sus adversarios no desaprovecharon la oportunidad para criticar su avanzada edad y deterioro físico; preocupaciones compartidas en Washington –tanto en filas demócratas como republicanas– y del otro lado del Atlántico, donde los aliados de Peña Gómez se espantaban ante la insistencia del viejo de seguir gravitando en la política.

Hoy la historia se regodea en hacerles repetir los pecados de la permanencia innegociable –con su propio ejemplo– a quienes entonces le descalificaron por su obstinación con el poder; y ahora, sus adversarios replican el modelo de político vitalicio que se niega a dar paso a nuevas generaciones; ese que se resiente ante la insinuación o sugerencia de retiro.

Claro, la diferencia notable –según ellos– es que Balaguer debía irse a su casa no por viejo, sino por malo (los que vinieron después en casi todo lo imitaron), y que, desde una auto arrogada superioridad política, los octogenarios del presente no deben retirase porque son una cantera moral, ética, y ejemplo para jóvenes políticos que deben aprender sentados en el banco… mientras observan y aguardan.

Lo que llaman karma también podría llamarse broma cósmica, porque eso –y no otra cosa– fue el primer debate entre candidatos a elecciones presidenciales de EEUU, el pasado jueves. Dos ancianos (78 y 81) compitiendo para dirigir una superpotencia mundial donde el 57.7% de su población es menor a 44 años. El país llamado por el destino a ser referente planetario de democracia, gobernabilidad y progreso, se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Prestos a elegir, los estadounidenses deberán hacerlo entre un populista, demagogo, narcisista, fanfarrón y mentiroso; y un anciano obsesionado por el poder, marioneta de intereses ocultos, con un franco y visible deterioro cognitivo, intelectual y físico… con la sutil diferencia, de que Balaguer no cargaba un maletín nuclear, estos sí.

Todas las descalificaciones hechas a Balaguer y a su público elector les estallan en la cara al partido demócrata y su cúpula, justo ahora cuando, en un ejercicio de irresponsabilidad histórica mayúscula, aúpan a un anciano decadente a dirigirlos, en vez de haber construido un relevo potable… o cuando menos digno.

No importa el resultado, las elecciones de noviembre reiterarán el declive político y moral de los EEUU, y, ni su noble pueblo merece eso, y ni el mundo ni nosotros saldremos beneficiados de ello.