San Cristóbal, el día después de la explosión
Para las 12 del medio día, el país estaba despierto pero San Cristóbal todavía estaba sumida en una pesadilla cargada de un ambiente de catástrofe y angustia tras la devastadora explosión
El día después de la explosión, que sorprendió a San Cristóbal, encontró a la sureña provincia sumergida en un profundo luto representado en el semblante de los curiosos, conocidos y familiares de las victimas que llegaban a la “zona cero” o epicentro de la detonación que dio pie a un siniestro que ha permanecido activo desde entonces.
Desde antes de las 9:00 de la mañana, brigadas de rescate del Centro de Operaciones de Emergencia (COE), Defensa Civil y Cuerpos de Bomberos de diferentes localidades retornaron a la zona de desastre luego de una extensa jornada el del día anterior.
Bajo el candente sol característico de la provincia, los bomberos se lanzaron a la zona de desastre arriesgando sus vidas en el intento pero si dar a denotar ningún tipo de temor, empezaron la segunda ronda de una lucha a capa y espada contra el incesante fuego provocado por el estallido que aún resuena en la céntrica esquina comprendida por las calles Padre Ayala, esquina Jacinto Peynado, quedó vuelta trisas.
Este pulmón económico de la ciudad ya no respira igual, la explosión generó una sensación de incertidumbre y temor entre la población, al punto de que los negocios del centro estaban cerrados debido a la suspensión del servicio de energía eléctrica tras los daños al tendido que la suministra, los cuales fueron generados por el estallido.
A medida que pasaba la mañana, la incertidumbre crecía y continuaban llegando curiosos a la zona, unos en busca de información y otros buscando un tercero a quien contrales. Cada minuto contaba, lo que creaba un ambiente de tensión, que se percibía con tan solo dar algunos pasos detrás de la línea amarilla que delimitaba el espacio para que los transeúntes no contaminen la escena de la explosión.
Para las 9:35 de la mañana, la zona cero fue asegurada bajo un fuerte cordón de seguridad para el recibimiento del presidente de la Republica, Luis Abinader, quien hizo acto de presencia pasadas las 9:50 de la mañana.
Abinader, quien intentó llevar calma en la tempestad, llegó acompañado por el ministro de Salud Pública, Daniel Rivera y de la presidencia, Joel Santos; el trío llegó hasta la zona de desastre, conversaron con el personal actuante y luego se marcharon hacia el hospital docente general Juan Pablo Pina, donde se encuentran gran parte de las personas que resultaron lesionadas en la explosión.
Pasaban las horas y la humareda no se detenía, compitiendo con las altas temperaturas, las cuales combinadas con las llamas del incendio que comenzó en una fábrica de plástico y se extendió a tres comercios, entre ellos una veterinaria, creaban un ambiente de total suspenso.
El tiempo iba pasando y el humo que salía de uno de los edificios aparentaba ir aumentado, esto a pesar de los cientos de galones de agua lanzados desde uno de los tantos camiones de bomberos estacionados en el corazón de la “zona cero”.
Para las 12 del medio día, el país estaba despierto pero San Cristóbal todavía estaba sumida en una pesadilla cargada de un ambiente de catástrofe y angustia tras la devastadora explosión, que algunos la comparan con la ocurrida en la fortaleza general Antonio Duvergé, el polvorín, del año 2000.
Una hora más tarde, la cinta amarilla que limitaba la entrada a la zona de desastre hizo que residentes cercanos se aglomeraran en las esquina huyéndole al implacable humo. Entre esas personas, se encontraba una mujer a quien la tragedia le ha robado la paz, debido a que varios de sus familiares cercanos (una tía, su pareja e hija) presuntamente quedaron sepultados en los escombros de la tienda que colapsó el lunes.
Con los ojos lagrimosos, la mujer contó que sus familiares al momento del estalle, se encontraban dentro de la tienda de tela y asegura que está entre los escombros ya que acudió a los hospitales de San Cristóbal pero no han dado con el paradero.
La joven cuenta que desde el momento que se enteró de la noticia no ha vuelto conciliar el sueño pensado en la posibilidad de si están vivos o no.
Por otro lado, Melvin Casanovas, empleado de la tienda alegó que está “vivo por la prominencia de Dios”; su expresión responde a que sobrevivió a la explosión por milésimas de segundos mientras transitaba en un vehículo.
De acuerdo a la versión del propio Casanovas, el día de la tragedia iba manejando el vehículo con dos clientes y su hija, en una jeep honda azul justamente cuando sucedió la explosión que por milésimas de segundos no le afecto de lleno.
“Yo venía conduciendo con dos clientes y al segundo de yo pasar un furgón que estaba estacionado en frente a la fábrica inició la explosión, yo estaba pensando que era un terremoto que estaba sucediendo porque estaba entre fuego y piedras”, dijo el señor.
De manera consternada siguió diciendo que pudo salir del vehículo y al salir vio que los demás vehículos que iban detrás del todos estaba destruidos, solo “la prominencia de Dios me salvó”.
El hombre, que tiene lesiones en el tobillo y pierna, contó además que “vio personas quemándose en plena vía pública”, y que terminó socorriendo a sus pasajeros, en especial a la menor que les acompañaba.
La historia de Casanovas se ajustaba al panorama que se vivía culminando la tarde, específicamente a las 5:00, cuando luego de más de cinco horas de agua lanzada, cintos de raciones de comidas entregadas por diversas instituciones y la humareda aparentemente controlada los bombero precedieron embestir con una retro excavadora los muros de uno de los comercios afectados.
Ya para las 5:30 se respiraba un clima de intranquila calma, que vislumbrara una luz en el camino, la cual fue efímera, ya que para las 8:00 de la noche las llamas reaparecieron, trayendo sentimiento de frustración.
De esta manera se vivió el día después de la explosión.