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Diciembre para pensar

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD.

Este del tiempo de pandemia ha sido más abierto que todos los demás; recordé su día diez del año mil novecientos setenta y tres cuando subiera a palacio a depositar mi renuncia como miembro de la Comisión de Recuperación de tierras del Estado y tierras Baldías.

Mi inolvidable amigo Ricardo Ricourt Rodríguez se estremeció al ver el contenido de la carta; trató buenamente de disuadirme del propósito que encerraba y días después me llamó de parte del Presidente para una entrevista.

Accedí y esa noche sirvió para puntualizar las razones profundas de mi renuncia después de haber participado en tantos avatares. No olvidaré nunca aquel encuentro, donde pude comprobar lo compleja que es la tarea de gobernar a un pueblo como el nuestro.

Me oyó pacientemente decir quejoso que se había apagado la mística del Programa; que había una corriente interna en el gobierno frustratoria y alevosa contra sus altos fines; que la burocracia con que contaba era una ciega social impenitente.

Cuando creí que la entrevista estaba para terminar, me sorprendió el Presidente con sus explicaciones montadas en su memoria portentosa: cuando comenzó a decirme: “¿Tú recuerdas tu discurso en las vistas públicas del Senado que se realizaran para poder conocer de esas leyes? Lo que tú predijiste se dio y cuando me trajeron el discurso escrito lo leí con mucho interés, aunque nunca te lo comenté. Luego, en medio de los vendavales que vinieran, tuve la convicción de que te irías del Programa en algún momento por aquella expresión que empleaste de que el Programa sólo fracasaría “si los intereses de aquellos ciegos sociales detentadores de la tierra en forma tan dominante, eran incapaces de apreciar ese nuevo amanecer de justicia social profunda.”

Hizo pausa el Presidente y me dijo: “Ahora bien, tú te referiste especialmente al latifundismo y yo también tenía pesimismo, pero iba más lejos, hasta la burocracia propia que no tendría la sensibilidad para un énfasis tan grande de atribución de justicia social como aquel. Por eso pensé en la creación de las cinco Comisiones para ser servidas por ustedes que son mis amigos desprendidos y leales, para ver hasta dónde podríamos llegar con el empeño de rescatar de la pobreza al campesinado.”

Y agregó: “Como muchas veces has dicho, haciéndoles ciudadanos económicos, participando en la producción nacional en primera fila, dejando de ser pobres peones electorales.”

El Presidente estaba realmente emocionado y me di cuenta de que lo que perseguía era que no me fuera del lado de su amistad para siempre. Se extendió en elogios para con mi padre, y aunque acentuaba su carácter intransigente y apasionado, alababa su integridad profesional y su valor. Entonces cerró sus expresiones con ésto: “Yo creo ver en ti muchas de sus cualidades, pese a no haberlo conocido y ésta es una prueba.”

Le expliqué entonces al Presidente que recordara que a mí el Balaguer Presidente no me interesaba, pues pensaba más en el Balaguer Historia, porque lo había visto muy de cerca lidiar con la transición más peligrosa y delicada en la República y eso me hizo confiar en él como líder para enfrentar crisis colosales.

Es más, le recordé cuando el día seis de enero del año sesenta y dos le había llevado mi renuncia de la Sub-Secretaría de Trabajo, encargado de la Secretaría, un tiempo después de la desaparición de Trujillo y le apunté: “Usted me pidió que la retirara porque un amigo común, Néstor Caro, estaba preparando un grupo de amigos, funcionarios del Consejo de Estado, para que se fueran con usted en su renuncia programada para el 27 de febrero de aquel año.” Y entonces me dijo, no sin amargura: “Fíjate de qué fueron capaces las pasiones, la intemperancia y la impaciencia de muchos que no vieron que lo fundamental era la paz jurídica y moral de la República.”

En fin, terminamos siguiendo ser los amigos invariables de siempre, pero me aparté del Programa y él se complació de saber que no había abandonado mi condición de miembro de la Comisión Nacional de Desarrollo que ostentaba a título honorífico.

Escribir reminiscencias acerca del trato que tuve con aquel hombre tendrá que ser una tarea especial por los episodios numerosos qué contar, pero hoy, al cerrar esta reminiscencia quiero hacer una alusión, entre muchas que haré en reminiscencias posteriores, a una oportunidad en que me visitara a mi oficina de abogado, muchos años después, el amigo Rafael Vidal hijo, que desempeñaba el cargo de Secretario de Estado de la Presidencia. Me dijo: “Vengo con el encargo del Presidente de ofrecerte un cargo, el de la Secretaría de Estado de Industria y Comercio”, a lo que yo le contesté en forma negativa, sin darle explicaciones de porqué me rehusaba a volver en ese otro tiempo de los diez años del Presidente Balaguer.

Rafaelito me dijo: “Eso me advirtió el Presidente que ocurriría, porque en su opinión usted sólo atiende con desinterés funciones que puedan no generar conflictos en su amistad.” Y me agregó: “Ese es genio y figura en la pasión de su padre, pero, son gentes muy respetables por su honradez y patriotismo.”

Me he quedado en este diciembre pensando en la sutileza de la percepción de aquel hombre de Estado y me descubro reverente ante aquel hábil manejo de sus colaboradores. Era el Balaguer Historia que advertía mi segura respuesta a su ofrecimiento.

En tiempo de estío, vale meditar.