Los peligros que enfrenta el periodismo
LA EXACTITUD ES PARA UN PERIÓDICO LO QUE LA VIRTUD ES PARA UNA MUJER
Los peligros que enfrentan los medios de comunicación social son únicamente aquellos que provienen de las amenazas, las acciones directas de los inconformes e intemperantes y de las presiones de los gobiernos, más aquellos que bullen en su propio núcleo, como son los de carácter ético en el manejo de las cosas, el del avance de las nuevas tecnologías de la información y el de las anchas avenidas del Internet y del periódismo en línea.
El problema al que me quiero referir concierne a la calidad de la información que le servimos a la sociedad junto con la percepción de que el público se forma a partir de esa información.
Y he creído oportuno hacerlo después de la reciente experiencia que hemos tenido en el país a raíz del discurso pronunciado por el Papa Juan Pablo Segundo durante la visita “ad limina apostolorum” de los obispos dominicanos, entre ellos, nuestro querido y respetado Monseñor Tomás Abreu, en la cual Su Santidad se refirió a una variedad de males que existen en el país, entre ellos el de la corrupción casi como una forma de vida.
A partir del titular con que presentamos aquella noticia, extraído fundamentalmente de una crónica selectiva y fragmentada con párrafos del discurso que sirvió la agencia española EFE a sus clientes, se desató en el país una verdadera manipulación de este pronunciamiento, un verdadero choque de percepciones en el que las partes pretendían hallar en esas palabras o en ese titular consideraciones que no existían, pero acomodadas mejor a sus propias percepciones.
Este no es un ejemplo único. Con frecuencia, vemos cómo los medios de comunicación social del país tienen que enmendar errores propios o ajenos o cómo se las arreglan para salvar tantas situaciones enojosas creadas por las incorrectas percepciones o manipulaciones intencionales de las cosas, lo que revela que estamos en presencia de un problema que no es únicamente propio de la República Dominicana ni de una época en particular, de la cual se tienen antecedentes notorios en la paradójica expresión del político español Cánovas, cuando exclamó que: “No leo la prensa para estar mejor informado”, y de otras expresiones de igual sentido que pronuncian los mismos lectores cuando se sienten defraudados de nuestro papel.
La actitud de fría indiferencia hacia la prensa y sus contenidos, creo que surge de cuando en cuando, como consecuencia de nuestros propios descuidos en torno a la calidad, la exactitud y la combinación de detalles con que debe nutrirse la información y, lo que es más importante, desde el momento en que se percibe que el periodismo se equivoca y se aparta de su misión para ir a servir otros intereses que no son los de la mayoría.
El periodismo sin ataduras, el que no ha enfeudado su criterio, usualmente circunscribe su faena a informar con objetividad, a orientar, con esperanza de acertar, a deleitar y entretener, sin ofensa de la ética, y a abrir sus columnas a escritores a fin de que gocen del libérrimo pluralismo que constituye, hoy, uno de los más sobresalientes rasgos de los que definen y perfilan a una sociedad franca, abierta y democrática.
Así concebido y puesto en práctica, el periodismo le proporciona a un individuo, a una colectividad o a una institución, los datos cuya selección y elaboración le permitirán encontrar una solución, hacer frente a una situación o determinar una correcta conducta.
Porque el periodismo, como el teatro, es un espejo que recorre las calles y va reflejando en
sus cristales lo que ve y contempla. Es, como dicen algunos, una caja de resonancia que, descubierta la opinión, la magnifica y le sirve de alta voz. Es, por igual, un órgano de expansión de ideas y a ratos, cuando aparece la ocasión, un combatiente que rompe lanzas en pro de la libertad y de la plena vigencia de los derechos humanos.
Si bien es cierto que estas son sus virtudes, no es menos cierto que estas pueden ser adulteradas en el momento en que se sustituyan por un periodismo al servicio de un partido, de un candidato, de una ideología o de una filosofía política determinada, porque automáticamente abandona el entramado de objetividades en el que descansa y por el cual robustece su papel, para convertirse entonces en un amasijo de intereses específicos y contradictorios.
Lidiar con estas realidades es, a mi entender, uno de los tantos desafíos que tiene la prensa dominicana, sin excluir, por supuesto, los dos primordiales que les he citado hace un momento: el de la calidad de la información y el de su percepción.
Los corresponsales, que constituyen la base más rezagada del periodismo dominicano, porque carecen de herramientas y recursos para poder ofrecer un trabajo más completo y porque, por lo general, son discriminados, bloqueados y hasta menospreciados por las fuentes, tanto privadas como públicas, que existen en los pueblos y provincias donde ellos operan, y porque, en su mayoría, son empíricos, pero no por ello desconocedores o hábiles para el oficio, los corresponsales, repito, tienen la parte más difícil en este cuadro.
De la exactitud y amplitud de sus notas, del cuidado con que utilicen los clásicos postulados de la pirámide noticiosa invertida de decir qué, cómo, cuándo, dónde y por qué ocurrió el hecho, así como de la intensidad, entiéndase bien, de la profundidad de los detalles que enriquecen sus despachos, dependerá brindar una imagen más cercana a la realidad objetiva de sus pueblos y puedan ayudar a la comprensión de sus problemas.
El valor de la exactitud Pero no siempre todo esto puede lograrse, porque en un país poco descentralizado como el nuestro, las fuentes oficiales y hasta las privadas no siempre están abiertas para ellos, amén de que por un factor de proximidad, de entorno, mediante el cual los medios privilegian los mercados metropolitanos más grandes, se tiende a darle más importancia y relieve a las cosas que ocurren en estos ambientes, más que a los de las provincias y municipios, salvo que estos resulten testarudamente más importantes que los de las grandes ciudades.
Pero quisiera que, a pesar de estas dificultades, los corresponsales prestasen atención a estas observaciones y defiendan la profesionalidad y el prestigio de su oficio, esmerándose en reunir los mayores datos acerca de una noticia y trasmitirlos sin sesgos ni interpretaciones particulares y sin imperdonables omisiones.
Como siempre decía Joseph Pulitzer, en cuyo honor se crearon en los Estados Unidos los famosos Premios de Periodismo que llevan su nombre, no basta con abstenerse de publicar inexactitudes, ni evitar los errores que deriven de la ignorancia, el descuido, la estupidez de uno o más de los muchos hombres que intervienen en la preparación de las noticias. Es necesario, más que todo eso, decía él, que cuantos estén vinculados al periódico, sus editorialistas, sus cronistas, sus corresponsales, sus redactores, sus correctores, crean que la exactitud es para un periódico lo que la virtud es para una mujer.
Ahora mismo esa exactitud o esa calidad están en riesgo, en la medida en que los medios, atiborrados de recursos tecnológicos modernos, privilegian más el diseño y la estética gráfica en sus sistemas de paginación electrónica que la supervisión y el cuidado de sus contenidos. A diferencia de unos pocos años atrás, cuando regia un proceso de supervisión más largo y digamos más personalizado, ahora las urgencias de la inmediatez, de la velocidad por salir a la calle, apresuran las ediciones y hacen que muchas veces se incurran en fallas de supervisión. Esa es la razón por la cual nuestros diarios están plagados de errores y horrores gramaticales de toda índole, que perjudican la calidad del producto y afectan la verdadera percepción.