El lugar secreto desde donde se planificó la revolución del 65

La revolución del 65 se incubó en “bomba” de la San Martín

Altos mandos militares y de policía se unieron al pueblo durante la Guerra de Abril de 1965. ARCHIVO

Altos mandos militares y de policía se unieron al pueblo durante la Guerra de Abril de 1965. ARCHIVO

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Yadimir CrespoSanto Domingo, RD

En la confluencia de ave­nida San Martín y la calle Oviedo hay una “bomba” que, para el colectivo ciu­dadano, es nada más que­una suma del componen­te general de estaciones de combustibles.

Sin embargo, esta “bom­ba” fue un centro de deba­te y planificación de ideas constitucionalistas duran­te la Guerra de Abril de 1965, un acontecimiento histórico-revolucionario­del que mañana, domin­go, se cumplen 57 años.

Oficiales de aviación y pilotos, manejadores de tanques, artilleros y mari­nes, algunos retirados de las filas por sus creencias, otros aún activos a pesar de lo que propugnaban, con distintos rangos y di­frentes instituciones cas­trenses, allí, en la “bom­ba”, se juntaban todos.

“Cada vez que a uno de nosotros nos cancelaban por plantear que Trujillo fuera cambiado por una democracia, o que un gru­po de oficiales propagaba o hablaba de asuntos de­mocráticos, que se mostra­ban diferentes, iba para la bomba”, relató el catedrá­tico y exmilitar Jesús de la Rosa.

Este ciudadano, quien ostenta el rango de capi­tán de navío, todavía guar­da lúcidos recuerdos de su participación en la Guerra de Abril como comandan­te de tropas del Ejército Constitucionalista, además de integrante del grupo de la “bomba”.

Los jóvenes que allí se re­unían eran, en su mayoría, oficiales de todas las ramas que tenían simpatía por la democracia y encontra­ron en esa “bomba” de ex­pendio de combustibles un cuartel seguro para planifi­car cómo retornar a la cons­titucionalidad de 1963.

Más de medio siglo des­pués, el local, que perte­necía a un pariente del entonces capitán Héctor La­chapelle Díaz, todavía exis­te allí, “al doblar” de Radio Televisión Dominicana.

“Ahí comenzábamos a ha­cer planes de desarrollo pa­ra el país, es decir, un local político disfrazado de bom­ba de gasolina; cada vez que ibas a la bomba, con quién te encontrabas eran oficiales cancelados y quie­nes todavía no eran cance­lados, pero que su deseo era que lo fueran para reunir­se libremente en la llama­da bomba”, recordó De la Rosa.

Los militares estaban se­parados, entre los que apo­yaban la perpetuidad del ré­gimen y los que buscaban un nuevo país, más justo y democrático.

La “bomba” fue uno de los variados lugares donde es­tos últimos se daban cita desde que había iniciado la conspiración contra el go­bierno de facto de Donald Reid Cabral, pues “cuando se está en una conspiración militar de ese nivel, no se puede fijar en un lugar; tie­ne que cambiar de posición en cada momento”.

Pese a que llegaron a re­unirse en Güibia y Boca Chica, entre otras locacio­nes de Santo Domingo, el local de venta de combusti­ble donde empezó a traba­jar Lachapelle, cuando fue sacado de las filas militares, era el de más fama, gracias a lo fácil que era llegar y la comodidad de su ubicación.

Una vez culminados los encuentros, estos jóvenes militares, en edades de en­tre 19 y 35 años, llevaban a la acción sus planes y pro­yectos mediante su ubica­ción en lugares estratégi­cos, donde iban a “controlar lo de ellos” y a “pasar revis­ta”.

Esto último implicaba ha­cer acciones que se corres­pondieran a lo que iban a lograr, en la búsqueda del derrocamiento de Donald Reid y salir a las calles a lu­char con una pistola y un fusil ametralladora, las ar­mas que les habían asigna­do cuando se integraron a la milicia.

Llegó el día decisivo

Recordó que el sábado 24 de abril no se reunieron en la “bomba”, sino en un res­taurante, frente al Parque Independencia, para termi­nar los aprestos del movi­miento revolucionario que empezaría el lunes, algo que venían planeando desde el derrocamiento de Bosch.

Pero los planes se vieron adelantados cuando llega­ron a sus oídos que una tri­fulca había iniciado en un cuartel, “entre un oficial y una tentativa de asalto”.

El sábado al mediodía tu­vieron que salir apresura­dos a reunirse en la base del Campamento Militar 16 de Agosto, en el kilómetro 25 de la Autopista Duarte. An­tes de llegar allí, se encontró con su compañero y compa­dre, Héctor Lachapelle Díaz, con quien fue a reportarse como se había planeado.

El resto es historia y una que De la Rosa describió co­mo “terrible”. Los días de abril de 1965, que se exten­dieron hasta septiembre de ese año y continuaron con la segunda intervención nor­teamericana del siglo pasa­do, en cada esquina y calles se sentía aire de guerra, con civiles y militares “armados hasta los dientes”.

Una desgracia

En torno de lamento, el ex­combatiente, de 86 años, dijo tuvo que enfrentar, con sus compañeros milita­res, a grupos de policías jó­venes que desconocían de las tácticas y saberes que inculcaban en las acade­mias militares.

“Un país en estado de gue­rra es una desgracia; uno se preocupa y jamás quisie­ra ver que el país pasara lo mismo que pasaron en ese abril”, agregó.

De la Rosa agregó que si hubiera una nueva guerra “el último que coge un fusil soy yo, porque ya cogí uno y sé lo que es eso; una gue­rra no conduce a nada bue­no”.

“Todos los militares que iban a la bomba hoy nos dedicamos a cosas un po­co más dignas que ir a una bomba a tramar una lu­cha contra un pueblo que no tenía todos los conoci­mientos que debía tener”, finalizó.

Guillermo Pulgar Ramírez, Noboa Garnes, Jesús de la Rosa Canó, Luis Carlos Te­jada González, fueron al­gunos de los oficiales que integraban el conjunto for­mado por Lachapelle Díaz.

Militares divididos

Después del ajusticiamien­to de Trujillo, las fuerzas armadas dominicanas y la sociedad en general se di­vidió en dos. Unos optaban por que continuara el tru­jillismo, pese al ajusticia­miento del dictador, mien­tras otros ansiaban porque alguien sustituyera al sátra­pa y el sistema que había implantado.

“Los muchachos de la bom­ba”, como también se les conoció, estaban incluidos entre los del segundo gru­po para organizar la cons­piración que buscaba el retorno de Juan Bosch al poder, luego del golpe de Estado del 25 de septiem­bre de 1963.

“Había entre nosotros hi­jos de generales, el coro­nel Caamaño era hijo de un general; el único jefe de las Fuerzas Armadas que no era familia de Trujillo era el padre de Caamaño”, pe­ro el que consideran héroe de abril no simpatizó con el régimen.

Trujillo separó tanto a los militares del civil común, según el egresado de la pri­mera promoción de la Aca­demia Militar Batalla de las Carreras, que los oficiales llegaron a creerse superior a los civiles. “Que solamen­te ellos (los militares) co­nocían cómo debía funcio­nar un país”, agregó.

“Le hablabas a una gente de la posibilidad de vivir en un país mejor y no te lo creían porque eras militar”, dijo quien cree que quizás fueron más los militares antitrujillistas que civiles los que entonces perdieron la vida.

El coronel Francisco Alberto Caamaño(der.), en la zona constitucionalista./ARCHIVO

Jesús de la Rosa, excombatiente constitucionalista.