Unen su fe frente a asesinato de pastores
Madres de Joel y Elisa, evangélicos asesinados en Villa Altagracia, unidas por la tragedia
Las madres de Joel y Elisa se conocieron a inicios de abril cuando se reunieron para sepultar a sus hijos asesinados.
La tragedia las unió. Tenían largas temporadas sin ver a sus hijos, dos jóvenes entregados a servirle a Dios, dedicados a construir su reino en la tierra.
Las dos vivían en el extranjero. Una en Uruguay y la otra en Estados Unidos.
Ni siquiera se conocían hasta los primeros días de abril del año pasado, cuando se reunieron para, juntas, una para sepultar a su primogénito, y la otra, a la mayor de sus hembras.
Más de un año después de aquella noche oscura para las familias Díaz Ferreras y Muñoz Marte, estas dos madres continúan más unidas en la búsqueda de justicia por la muerte de Joel y Elisa, la pareja de evangélicos asesinada el 30 de marzo de 2021 bajo el fuego de una incesante balacera, 33 disparos, con la que una patrulla de 9 policías la recibió al terminar una campaña evangélica en Villa Altagracia.
Día tras día se escriben para saber cómo va el proceso, pues Emérita Marte, madre de Elisa, estaba a casi 2,500 kilómetros de distancia, en Nueva York, hasta recientemente que regresó a su patria, que no visitaba desde la muerte de su hija Elisa, para participar de las próximas audiencias judiciales.
Tristes y heridas
En una sala improvisada con cuatro sillas plásticas, están ambas madres, aún muy tristes, por las heridas que no les cicatrizan.
No es fácil perder a un hijo, mucho menos en las circunstancias que ocurrió el hecho, tornándose peor cuando, viviendo desde hace dos años en Uruguay, sin recursos suficientes, se tiene que gestionar un vuelo con varias escalas porque te acaban de llamar para decirte que tu primogénito murió, y de una forma muy cruel, como fue el caso de Carmen Ferreras, la madre de Joel, a quien no veía desde su partida a Sudamérica, buscando una mejor vida.
Es en su casa, junto a la madre de la que era su nuera, ahora convertida en su nueva compañera de camino, que ambas cuentan que les sigue siendo imposible creer que uno de los cuatro hijos que tienen, cada una, ya no están en este mundo.
Fe y esperanza
Pero no solo comparten el dolor, sino también la esperanza de que el caso no será olvidado y algún día ver se haya hecho justicia. Ellas tienen puesta su fe en Dios, confiadas en que las acompaña en el proceso.
Preguntada si ha cuestionado a Dios por lo sucedido, Emérita dijo, sin titubear: ¡”Pero muchas veces”!.
Ella cree en Dios ciegamente, pero sigue sin entender cómo dos personas dedicadas a su servicio, que acababan ambos de hacer algo para el Señor, tuvieron un final tan trágico.
Aún le pregunta a Dios por qué no impidió eso, aunque seguido le implora que no le haga caso, sosteniendo que es “Él es quien me ha dado para mantenerme aquí, me da una fortaleza y una tranquilidad increíble”.
Sueños de paz
Son las visitas de Elisa en sueños en los que le asegura que está bien las que la hacen sentir en paz.
“Mami no estés así. No te quiero ver triste, porque donde yo estoy, estoy bien”, dice Emérita que Elisa le mencionó en aquel sueño de hace unos dos o tres meses, el último en el que la vio y en el que su eterna niña le hizo una petición especial: que se arreglara y que no volviera a estar triste.
Pero ella asegura no es la única que le habla. Afirma que en oración ha recibido las respuestas del Señor a esa pregunta de la que a veces se arrepiente. “Él me dice a la vez ‘no te preocupes, si permití eso fue por algo o yo voy a hacer lo que voy a hacer’, porque eso no se va a quedar así”.
Lo mismo ha sucedido con doña Carmen. Un mes después de la partida de Joel, en sus sueños lo vio contento, riéndose, como ella lo recuerda desde pequeño.
Detalles En sus sueños Doña Carmen dijo que “alguien abrió una puerta para que yo pudiera verlo en una sala parado y riendo. Estaba con Elisa y ella no quería cantarle un poema y yo lo veía riéndose”, cuenta Carmen. “Usted le hablaba y él era risas”, dice.
Esta última expresión luego es ratificada por Emérita. “Él subía a la casa y me voceaba: ‘vecina’, y yo le decía ‘qué vecina, ni qué vecina”. Esto último lo cuenta con un brillo melancólico en sus ojos, que trata de disimular con una sonrisa.