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La complacida petición de Balaguer

Propuesta: El expresidente Joaquín Balaguer, tenía interés en saber si el traductor internacional, Claude Couffon, estaría dispuesto a traducir su obra: “Colón precursor literario”. Y su interés fue cumplacido por el célebre hispanista.

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Cándido GerónSanto Domingo, RD

En mi condición de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana en Francia y en ocasión de una llamada que me hiciera a París Ramón Lorenzo Perelló, viajé a Santo Domingo y me entrevisté con el presidente Joaquín Balaguer, quien tenía interés en saber si el traductor internacional, Claude Couffon estaría dispuesto a traducir su obra: Colón precursor literario. Transcurría el año 1994.

Mi respuesta fue positiva, tomando en cuenta que Couffon había traducido el libro de mi autoría Hacia una interpretación de la poesía de Joaquín Balaguer; por tanto, un encargo de esa naturaleza sería de alta satisfacción para su persona.

Mi respuesta positiva produjo gran satisfacción en el poeta Balaguer, tras lo cual pasamos a conversar sobre paisajes de París que recordaba emocionadamente, cuando realizaba discursos sobre ciencias políticas y economía, en la Universidad de Sorbonne del país galo. Me narró que disfrutaba pasear por la ribera del río Sena y a veces se detenía durante varias horas, leyendo títulos de libros que se vendían en varios tramos de su desplazamiento que, según me explicó, disfrutó inolvidablemente.

También me expresó que en París volvió a leer a Balzac y Víctor Hugo, porque sus obras, La comedia humana y Los Miserables, «para mí son, verdaderos tratados sociológicos ».

Aún están frescos en mi memoria los episodios que ese día me narró sobre esos escritores inmortales y su evocación fue tan explícita que trajo a colación que la diferenciación entre Balzac y Víctor Hugo es, que éste último era además de novelista un maravilloso poeta.

En ese tenor citó el poema de Víctor Hugo: «La mujer y el Hombre », del cual recordó los siguientes versos:

El hombre, es capaz de todos los egoísmos. / La mujer, es capaz de todos los sacrificios. / El hombre tiene un farol, la conciencia, / La mujer tiene una estrella, la esperanza, / El hombre, tiene la supremacía, / La mujer la preferencia.

Al escuchar tan hermosa recitación, le dije: Poeta, usted es un ser dotado de exquisita imaginación y me complace compartir con usted estos encuentros, porque en cada uno de ellos adquiero extraordinarios conocimientos.

Minutos antes de despedirme, le comenté que el doctor Pedro Manuel Casals Victoria tenía interés de ser recibido por él para tratarle un asunto de carácter personal. Sonrió y me dijo: «Usted me va a traer un peso completo».

He aquí, lo que escribiera Claude Couffon con respecto a la solicitud formula por Balaguer sobre Colón: precursor literario.

El prefacio de Couffon América Latina nos tiene acostumbrados desde siempre a este extraño tipo de artista: el poeta diplomático o el hombre político. La lista es larga y brillante. Sólo citaré algunos nombres: José Martí, Ventura García Calderón, Jorge Carrera Andrade, Pablo Neruda, Gabriel Mistral, Octavio Paz… Entre éstos, y en el más alto nivel, figura el caso de un jefe de Estado, Joaquín Balaguer. Naturalmente, sus funciones oficiales, sus combates políticos –sobre todo los que le han opuesto a su rival no menos prestigioso, Juan Bosch, novelista y cuentista de reconocidas dotes– nos hacen a veces olvidar que, desde su mocedad, Balaguer es un poeta auténtico y original.

Yo diría que es un poeta intimista por el sentimiento y «clásico» por la forma. Emerge en la poesía en el período del postmodernismo; formado y moldeado, desde sus años mozos, por la lectura apasionada de los maestros de ese movimiento, se ha mantenido fiel a las iluminaciones de una poesía que expresa generalmente con el soneto sus sueños, sus realidades, sus frustraciones y sus exaltaciones. «Modernismo» no quiere decir «modernidad». Alguna vez, se le ha reprochado a Balaguer el no ser moderno. Quizás sea cierto. Pero léase o reléase con atención El Huerto Sellado, Cruces Iluminadas, La Cruz de Cristal y la Venda Transparente, y se verá que en cada poema de rigurosa construcción, los versos cantan; producen encantamiento, afirman con claridad las pasiones, los impulsos, las tristezas, los desencantos, los interrogantes y también la fe; los principios en los que uno cree y defiende. Paul Valéry amaba esta arquitectura clásica, y la practicaba con gran elegancia en su obra.

Poeta intimista, Balaguer ha extraído tierna o violentamente los secretos temas de su poesía. La carrera política, y particularmente el celibato – no le han apartado de las sendas del amor. Ese amor físico, carnal y voluptuoso que nos deja tan nostálgicos cuando se esfuma o se rechaza, le inspira, en cualquier edad, algunos de sus más bellos poemas. En un apetito de juventud, sobre todo, en estos versos:

Para comerte, como carne cruda, eres mejor que los mejores goces, y así me digo, al ver tu forma ruda, que eres manjar de dioses. / Amor de fuego / Y, ciertamente, Santo Domingo, isla que es hija de África, posee algunas Venus negras: / Tu hermoso cuerpo de color caoba / tiene el encanto de una estatua viva, / que a todos nos trae y nos cautiva / con su perfume tropical que arroba.

Sin embargo, los poemas más hermosos del florilegio son los que suscita en lo más recóndito de su corazón el amor familiar. El amor del padre, muerto a temprana edad; de la madre, pronto convertida en una sombra, de los parientes y de los íntimos. Las tumbas de los allegados, visitadas a menudo, le permiten abordar con gran sentido existencial los problemas de la vida y de la muerte; dotan su personalidad de las grandes fuerzas para existir. Bien se trate de su padre que evoca en estos pasajes:

Nadie de mis entrañas podrá arrancarte a ti / tú no morirás del todo cuando yo mismo muerta / porque tu estarás vivo mientras vivas en mí. “A mi padre”

O bien de su madre que encarna la misión y el sueño de todas las madres del mundo:

Las madres, madre mía, no deben morir nunca; / si jamás me faltara su amor extraterreno, / nueva fe nos dará cada esperanza trunca; / los hombres vivirían en un mundo más bueno.

Viajero impenitente, Joaquín Balaguer busca más el pasado que el presente en las ciudades extranjeras que ha visitado. Las piedras hablan; hacen emergen ante sus ojos maravillados los héroes literarios, históricos y míticos de su cultura. En París, por ejemplo, ve deambular a los tres mosqueteros de Alejandro Dumas; en Versalles al Rey Sol; en Roma, a Miguel Angel decorando la Capilla Sixtina; en Madrid, a Cervantes, el Gran Capitán de la pluma; en Caracas, a Andrés Bello, el poeta y gramático, y a Bolívar, el Libertador; en México, a Cortés y a sus adversarios nacionales: el poeta y guerrero Moctezuma y Cuauhtémoc; y en Santo Domingo, su tierra natal, a Cristóbal Colón, el Descubridor, que tiene en la catedral, una de sus dos tumbas.

La imaginación de Joaquín Balaguer se nos presenta cándida, despojada de todo exhibicionismo cultural; pero siempre controlada por una voluntad didáctica. Aquí el hombre político le impone con discreción su presencia al poeta. Escribir es exaltar, y si se tienen dotes, seducir; pero es también educar, piensa el hombre público. La belleza, según Chateaubriand, tiene que elevar el alma hasta el misterio de Dios y revelar la grandeza de su creador. Para el poeta procede de una revelación divina; piensa Balaguer que la Belleza contemplada puede, por la trascendencia del poema, ser un instrumento de educación. Y, sobre todo, cuando es sencillamente expresada puede servir a la instrucción de las grandes mayorías. El poeta no olvida la inteligente fórmula de Borges: «más que un inventor, el poeta es un esclarecedor».

¿Puede un poeta de naturaleza hondamente sensual continuar escribiendo, cuando ya no puede usar uno de sus sentidos? Sí; Balaguer nos recuerda en dos de sus poemas que Beethoven era sordo y Homero, ciego. Y ya sabemos que la ceguera hizo que Borges retornara a la poesía, desdeñada durante mucho tiempo como un desvío de juventud y, acaso, condenada. «A otros les queda el universo; / a mi penumbra, sólo el uso del verso» escribe Borges, no sin nostalgia en el poema «On his blindness» en su último libro de poemas Los conjurados. Tras las huellas del gran maestro argentino, Joaquín Balaguer continúa cantándole a todo lo que sus ojos de ciego ya no pueden contemplar:

Ciegos mis ojos por adversa suerte, llevo hace tiempo en mi pupila oscura / la imagen de tu espléndida hermosura / como en el día en que dejé de verte. “Supervivencia”.

Y ruega humildemente a aquellos que tendrán la misión de darle sepultura:

Yo quisiera que en mi losa sólo se escriba mi nombre; que el que se acerque a mi fosa sólo diga: era un buen hombre. “Apostilla”.

Claude Couffon, París, 16 de julio de 1994.

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