Enfoque

¡Gracias Agripino!

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Enmanuel EsqueaSanto Domingo, RD

En días pasados asistí, al igual que al primer volumen, a la puesta en circulación del segundo tomo de las memorias de monseñor Agripino, que él denominó “Ahora que puedo contarlo …”

En las páginas 309,312, 319 y 332 del primer libro y en las 150 y 151 del otro, “El Cura” como le llaman algunos, menciona varios de los momentos que hemos pasado juntos.

Esas ocasiones fueron históricas y me enorgullece haberlas compartido con Agripino, quien tiene un grande e importante espacio ganado en nuestro país como “el Conciliador por Excelencia”.

Pero en esos libros, Monseñor no hace alusión, porque seguramente no lo recuerda, del momento en que nos vimos por primera vez. Era el mes de julio de 1965: yo cursaba el tercer año de derecho, pero la UASD estaba cerrada por la Revolución de Abril y decidí irme a la UCAMAIMA de Santiago, ciudad que había visitado pocas veces y adonde no conocía a nadie.

Llegué al Politécnico Femenino, donde se alojaba entonces la Universidad y me recibió Alicia Guerra, quien era a la sazón la secretaría y quien en 1952 había fundado en la calle 16 de agosto de Santo Domingo, el Colegio Nuestra Señora de la Altagracia (CONSA), hoy en el ensanche Los Prados.

La saludéb y cuando le dije que venía de Santo Domingo y quería seguir estudiando en esa universidad, me miró con ojos de sorpresa y amablemente, me dijo:

- Lo siento, no aceptamos estudiantes de otra universidad.

Discúlpeme, ¿podría yo hablar con el señor rector?

-Está en Roma, respondió.

Pero, debe haber un vicerrector, insistí.

-Sí claro, el padre Núñez, me expresó.

¿Puedo hablarle? Me miró de nuevo, se puso de pie, cruzó una puerta y al rato volvió señalándome:

-Espere un momento; él lo va a recibir.

Agripino ocupaba un pequeño escritorio recostado a la pared y se quedó sentado cuando entré al pequeño salón que le servía de despacho.

Lo saludé con la esperanza de encontrar su aceptación, pero en seguida me dijo:

-Alicia me informó su petición y le repito que no tenemos espacio. Esta es una universidad que no tiene local propio. Las hermanas nos han prestado parte de su politécnico y no cabemos.

Padre, insistí: comprendo todas sus razones, pero permítame decirle que yo no seré un problema. Provengo de una familia religiosa y soy egresado del Colegio Don Bosco. Además, soy nieto del padre Nicolás Zúñiga que fue párroco de Samaná del 1918 al 1936.

Esa inesperada información parece que le impactó. Me miró fijamente como queriendo preguntarme si era verdad lo de mi abuelo; pero no lo hizo. Reflexionó un instante y cambiando de actitud, me dijo:

-Vamos a hacer una excepción con usted.

Tengo muchas otras anécdotas con Agripino que algún día contaré.

Por ahora, quiero darle las gracias por la oportunidad que me brindó; y a ustedes, decirles que el año que pasé en Santiago fue uno de los mejores de mi vida.

Allá encontré muchos amigos entrañables y los padrinos de mis dos hijos mayores: Ramon García (RIP) y Juan Guillermo Franco.

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