20 años después: El fracaso de Estados Unidos en Afganistán
En su edición de ayer domingo, 22 de agosto, el New York Times publica un largo y detallado relato en el que señala los distintos errores cometidos en el retiro de las tropas y del personal diplomático estadounidense de Afganistán.
Ciertamente, el proceso de retiro ha sido caótico. Las escenas mostradas, desde el aeropuerto de Kabul, capital afgana, exhiben un estado de pánico, de angustia y exasperación. Las razones que se atribuyen han sido la de una falta de coordinación entre el Departamento de Estado, el Pentágono, los servicios de inteligencia y la Casa Blanca.
Todo eso ha podido ser así, pero el fracaso no ha sido solo en el retiro del personal militar y civil estadounidense y de sus aliados afganos, sino en algo de mayor trascendencia, como ha sido la incapacidad de lograr varios de los objetivos estratégicos diseñados con motivo de la ocupación militar realizada desde hace 20 años, en el 2001.
Luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 en contra de las torres gemelas del World Trade Center y del Pentágono, el gobierno del presidente George W. Bush reaccionó obteniendo el apoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, organizando una coalición de países y ordenando la guerra contra Afganistán.
Esa guerra, en principio, fue recibida con simpatía en distintas partes del mundo, en razón de la indignación que provocó el acto terrorista del grupo al Qaeda, liderado por Osama Bin Laden, el cual ocasionó la muerte de más de tres mil personas.
Con notable rapidez, los talibanes, una organización islamista sunita, de carácter político, militar y religioso, que habían brindado apoyo al movimiento terrorista de Bin Laden, fueron desalojados del poder, con lo cual toda la operación fue considerada como de gran éxito.
Generalmente se ha hecho el contraste entre la guerra de Afganistán y la de Iraq, que tuvo sus inicios dos años después, en el 2003, cuando, esta vez sin el apoyo de Naciones Unidas, sino en forma unilateral, el ejército norteamericano ocupó el territorio de la antigua Mesopotamia para provocar el derrocamiento de Sadam Hussein, a quien se acusaba de disponer de armas de destrucción masiva.
Este segundo frente bélico en Iraq, que no encontró justificación en la opinión pública internacional, en razón de que nada tuvo que ver con los actos terroristas del 11 de septiembre, produjo, sin embargo, una distracción con respecto a los objetivos estratégicos que se procuraban desarrollar en Afganistán.
Objetivos en Afganistán
Además del objetivo de expulsar a los talibanes del poder, desmantelar al grupo terrorista de al Qaeda y ajusticiar a Osama Bin Laden, los Estados Unidos tenían como finalidad con su ocupación en Afganistán, aplicar una estrategia de contrainsurgencia, promover los valores de la democracia occidental y llevar a cabo un proceso de reconstrucción física, económica y social del país.
Toda esta visión estratégica era con la finalidad de impedir que en el futuro se creasen nuevamente condiciones para que organizaciones terroristas, tipo al Qaeda o Daesh, pudiesen hacer uso del territorio de Afganistán para planificar y emprender nuevas acciones de violencia contra Estados Unidos o cualquier otro país occidental.
La contrainsurgencia no funcionó adecuadamente. Los talibanes, luego de ser desplazados del poder, se refugiaron en Paquistán, país vecino, donde recibieron apoyo económico, político y militar.
Lograron sobrevivir. Demostraron ser resilientes. Con el tiempo, empezaron a reagruparse y a crecer. Aprovecharon el descontento generado por los gobiernos incompetentes, insensibles y corruptos, que además eran percibidos como impuestos por una ocupación extranjera.
Las autoridades estadounidenses excluyeron a los talibanes del proceso político, con lo cual solo les dejó como opción la confrontación militar. Tras casi 20 años de ocupación se llegó a la conclusión de que no era posible un triunfo militar, con lo cual entonces se procuró negociar con este grupo la salida de las tropas estadounidenses del país asiático.
Ese fue el acuerdo de Doha, promovido inicialmente por el presidente Donald Trump en febrero del 2020, y continuado por el actual presidente, Joe Biden, quien había establecido como meta, retirar a las tropas de su país antes del vigésimo aniversario de los ataques terroristas del 2001.
Pero, al negociarse en Doha un acuerdo de paz que terminó convirtiéndose en un acuerdo de retiro de tropas, se generó una situación de desmoralización en el gobierno afgano, en los colaboradores de las fuerzas de ocupación y en los miembros de sus cuerpos militares.
Todos se sintieron abandonados por parte de Estados Unidos. Los talibanes, advirtiendo que ya había un plazo predeterminado de retiro de las tropas norteamericanas, pusieron en ejecución, entonces, una estrategia de ir conquistando territorio, provincia por provincia.
En los análisis de inteligencia y de estrategia militar norteamericana, todavía en marzo de este año se consideraba que una eventual reconquista del poder por parte de los talibanes tomaría entre dos y tres años. Por tanto, consideraban que no se estaba ante la inminencia de un colapso político y militar.
Los acontecimientos han desbordado sus perspectivas. Los talibanes entraron a Kabul. El presidente afgano, Ashraf Ghani, emprendió la huida y ahora en el Pentágono todos se miran entre sí, levantando el índice acusador unos contra otros.
¿Qué pasará?
Para Estados Unidos, el objetivo principal de la ocupación en Afganistán era impedir la realización de nuevos ataques terroristas en su territorio. Durante los últimos 20 años, eso no ha ocurrido, por lo cual, podría considerarse como un éxito.
Sin embargo, al Qaeda no ha desaparecido del todo; y ahora surgen nuevos grupos como el llamado Estado Islámico Khorasan, o IS-K, que ha llevado a cabo ataques mortales en Afganistán, incluso en hospitales y escuelas.
Hasta ahora, los talibanes han sido moderados en el uso del poder. No han ejercido el dominio en base a la violencia. No se han escenificado ejecuciones masivas ni tampoco actos de barbarie, como en el pasado.
Es posible que sus líderes estén conscientes de que la dinámica económica y el crecimiento que se ha obtenido durante las últimas dos décadas puedan ser puestas en riesgo con políticas de sanción y aislamiento que pudiesen ser aplicadas por las potencias occidentales, en caso de violación sistemática de los derechos humanos.
Lo que sí es evidente, como consecuencia del control político de los talibanes, es que hay una nueva realidad geopolítica en la región. Los líderes de la China Popular han tenido un acercamiento con el nuevo gobierno talibán, al cual le han manifestado su disposición a colaborar en relaciones diplomáticas, políticas y comerciales.
De igual manera, Rusia también ha puesto de manifiesto su voluntad de reconocer el gobierno de los talibanes. Esto así, entre otras razones, porque además de utilizarlo como punta de lanza en sus movedizas relaciones con Estados Unidos, también se protege de la expansión del radicalismo musulmán en las repúblicas del Asia Central, que antes fueron parte de la Unión Soviética.
Para países como Paquistán, Irán y Turquía, la llegada de los talibanes al poder representa un activo político, en la medida en que suman un nuevo aliado a su causa de enfrentamiento internacional con el poder norteamericano.
En todo caso, lo que resulta incuestionable es que al anticipar y anunciar la salida de las tropas norteamericanas y de la OTAN de suelo afgano, pusieron en alerta a sus adversarios y precipitaron en forma caótica una retirada que ha transmitido, a escala mundial, una sensación de fracaso y de derrota a la principal potencia militar del mundo.
Aunque se afirme que la ocupación militar de Afganistán por parte de los Estados Unidos y su posterior salida 20 años después, no fue un fracaso, los talibanes, sin embargo, la celebran como una victoria.