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Reminiscencias

El presentimiento de don Rómulo

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Marino Vinicio Castillo R.Santo Domingo, RD

Le conocí por un acaso profesional; él era abogado de una importante línea aérea europea con asiento en Caracas, pero también para el Caribe y Suramérica; había ido a representar a la “línea bandera nacional” en una experiencia arbitral.

Hicimos una valiosa amistad y eso me permitió saber de su magnífica preparación y de sus cualidades notables de buen ciudadano del mundo.

El Gordo era encantador en el relato y muy bien relacionado con el mundo de la política. Desafortunadamente murió en plenitud y hoy me conmueve evocarlo. Gontrán Elizalde Petit era su nombre.

De todos sus amigos de la política, el preferido era Gonzalo Barrios, un legendario exponente de la oposición a Gómez, amigo íntimo de Rómulo Betancourt, del grupo de exiliados del año ´28 en Santo Domingo.

En uno de nuestros encuentros Gontrán me contó una experiencia vivida por él, cuando Gonzalo Barrios le refirió lo que le había ocurrido con Rómulo aquel día. Éste había regresado de Suiza a participar en la Convención de Acción Democrática de la noche anterior y llamó a su amigo “porque quería confesarse.”

Lo encontró muy deprimido y comenzó explicando porqué su dura expresión al recibirle: “Gonzalo, se hundió Venezuela.” Había ocurrido que hasta la madrugada estuvo rehusándose a aceptar la candidatura presidencial y llegó el momento que tuvo que responder a la Asamblea que “si AD no tenía otro candidato, lo mejor era que desapareciera.”

Propuso entonces a Gustavo Lepage, quien fue derrotado por un sorpresivo Carlos Andrés Pérez, que había trabajado las bases silenciosamente. “No hubo manera de reanimar a Rómulo y tronó: Ninguno de ustedes lo conoce como yo.” “Fue mi Secretario en Costa Rica y yo sé que dá para todo;” “Gonzalo, no tiene límites y tú verás cómo Venezuela va a sufrir con ese tipo de dirección; no tiene las condiciones nuestras; su generación es de otro tipo y tú verás que sus escándalos van a sublevar al cuartel, y ya sabes lo que esto significa como desgracia para Venezuela.”

Me impresionó el relato y creí que el presentimiento de don Rómulo era profético; lo guardé como el del Ministro de Defensa y su otro hermano general, Alberto Leal Torres, que evocara en mi reminiscencia anterior.

Similitud Entre lo que predijeron esos hombres hay similitud impresionante. Sobrecoge cuando se comprueba el presente.

Chávez era “el desconocido oficial menor que conspiraría”; Chávez era “cabeza de la sublevación previsible provocada por los escándalos de corrupción que vislumbrara don Rómulo.”

Carlos Andrés fue el detonante más notable de la irrupción de Chávez al poder, no por obra de tanques y bayonetas, sino a grupas de un fervor popular abrumador.

Desde luego, llegaron los imponderables: El Golpe de Estado y Carmona, decretando la desaparición de la Constitución; Chávez, repuesto por el furor popular contenido y el seguimiento del cuartel. Claro está, la problemática mundial se apersonó en términos temibles; la muerte segó la vida de Chávez y Venezuela quedó a merced de su desgraciada suerte, partida en dos, frente a frente; no existe “el cuartel valladar”, pero sí “milicias populares”. El destierro a granel de puro pueblo y el hundimiento de Venezuela despojada de su riqueza petrolera.

La expresión de don Romulo “Se hundió Venezuela” vino porque él sabía que la izquierda de Castro no permanecería impasible.

Ya se había oído “Sierra Maestra se instalará en Los Andes”. En su juventud la había militado en los tiempos oscuros de Gómez para combatirlo, el déspota que dirigiera instrucciones a un gobernador bárbaro de Caracas, que no sabía qué hacer con los revolucionarios del final de los veinte: “En cuanto al comunismo, ni una palabra, que usted sabe que del enemigo como de los muertos no se habla.”

Ahí andaba la generación de don Rómulo y Gonzalo, que no la de Carlos Andrés. Profetas resultaron el Ministro de Defensa y el legendario líder venezolano, que tanto prestigio encierra entre los dominicanos, por haber expuesto la vida por sus libertades.

En verdad es un tiempo extraño éste de Pandemia. Sometió a un retraimiento que al principio pareció mortificante, pero luego se fue tornando en remanso.

No me imaginé nunca que pudiera aprovecharlo y me equivocaba, pues me ha permitido hacer una especie de Asamblea de todos los recuerdos y los ha dejado expresarse libremente, sin jerarquía, ninguno más importante que el otro; y, todavía más, muchos que parecieron amontonados y abandonados en los sótanos de la memoria se han hecho presentes con una vitalidad desconocida, permitiendo su examen hoy, la explicación de cosas que se plantearon como posibles y no se les hizo caso.

“Una necedad”, “una fábula maliciosa”, o “un resabio” se creyó ver en aquellos vaticinios y se desdicharon. El tiempo de Pandemia interviene, convoca las reflexiones y se ven mejor las durezas de la realidad actual.

Y es ahí cuando se dice: ¡Oh Dios mío, tenían razón aquellos presentimientos! Es esa la esencia de toda profecía. El cumplimiento de lo anunciado. Lo de Venezuela estaba presentido y no hubo manera de que las pasiones, el egoísmo, la codicia, comprendieran que todo ésto vendría, después de tanto tiempo de desigualdades injustificables.

Mimada de Dios, tiene todos los recursos pero fallaron sus hijos.

Hela ahí dividida, mendicante, atormentando a medio mundo con su peligroso drama. Caracas lo anticipaba con sus luces nocturnas y sus ranchos de aurora.

Duele decirlo, pero es mucho lo que se le quiere.

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