¿Será desalojado Donald Trump de la Casa Blanca?

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ALEJANDRO HERRERASanto Domingo, RD

Cuando escri­bía esta cuar­tilla, el Co­vid-19 había contagiado a seis millones de personas y cerca de 185,000 ya ha­bían fallecido por esta cau­sa en los Estados Unidos donde, a sus ancestrales problemas sociales y po­líticos de fondo, se suma el permanente sobresalto que provocan las actuacio­nes impulsivas del Presi­dente Donald Trump, que nunca ha dejado de estar en campaña electoral, agi­tando a su base de apoyo, y olvidando el rol de lide­razgo que le corresponde jugar al Presidente del país más poderoso del mundo en momentos dramáticos como este.

Estados Unidos, con Donald Trump como Pre­sidente numero 45, juega en desventaja en el pla­no de la geopolítica mun­dial frente a China, gober­nada por Xi Jinping, y la Rusia dirigida por Vladi­mir Putin, dos líderes que han movido fichas en los esquemas internos de sus respectivos países para continuar en el poder has­ta ver pasar a varios man­datarios estadouniden­ses, incluyendo al actual, fruto de una democracia, que con más de dos siglos de existencia ininterrum­pida, aún carece de filtros para evitar el ascenso de presidentes con elemen­tales carencias para go­bernar en esta compleja era globalizada.

Una vez dejados los al­tos cargos de confianza que ocuparon al lado del Presidente Trump, por renuncias o fulminantes cancelaciones repenti­nas, muchos de sus exco­laboradores cuentan en libros y entrevistas, cómo se vive el día a día en la Casa Blanca bajo la Admi­nistración del más longe­vo, adinerado y excéntrico Presidente que ha tenido Estados Unidos. Algunos de ellos han confesado, además, que lo único posi­tivo de formar parte de ese gobierno “era poder evitar que sucediera lo peor”.

El experimentado y también longevo exconse­jero de Seguridad Nacio­nal, John Bolton, “halcón de manual y veterano de los Gobiernos de Bush, pa­dre e hijo, de su turbulen­to paso por la Casa Blan­ca” acaba de escribir un inclemente libro por el que la Presidencia de Trump hizo infructuosos esfuer­zos para evitar su puesta en circulación, titulado: “The room where it happe­ned” (La habitación donde sucedió), donde revela si­tuaciones “graves de falta de cultura” del Presidente, como aquello de “no tener claro si Venezuela pertene­ce a EE.UU.”

Ese mismo personaje, en una entrevista con­cedida a la corresponsal de El País en Washing­ton, Amanda Mars, pu­blicada por el rotativo español el pasado 2 de agosto, ante la pregun­ta: “Mucha gente se pre­gunta si todos esos tuits, las provocaciones, ¿Res­ponden a una estrate­gia o son algo genuino?, respondió: “Bueno, creo que es su forma de ser, pero no soy loquero, no voy a explicar por qué es así, qué le pasó en la infancia, ni nada de eso. No me importa; lo que importa es su forma de comportarse y a veces creo que es actuación, él sabe que monta un show, pero es el mismo reperto­rio una y otra vez, lo que demuestra que, al fin y al cabo, eso es lo que quie­re hacer. Y muestra que él no piensa basándose en una filosofía o en una política. Es simplemente cómo se levanta un mar­tes por la mañana o cómo se siente un jueves por la tarde. Ha sido así siem­pre, según la gente que le conoce desde hace déca­das. Así que, una vez en la Casa Blanca, no va a cambiar. No conoce mu­cho la historia y no tiene interés en aprenderla.”

La política exterior que ejerce la Administración Trump ha respondido a su cambiante patrón tempe­ramental, y no es coheren­te con los genuinos intere­ses del país que representa, cuya influencia mundial ha sufrido un notable decli­ve, ejecutando una agenda unilateral de América First, (América Primero), retiran­do a EE.UU. de las nego­ciaciones comerciales de la Asociación Transpacífico, el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y el Acuer­do Nuclear con Irán. Y para echarle más leña al fuego, re­conoció a Jerusalén como ca­pital de Israel; e impuso aran­celes de importación sobre diversos bienes que desenca­denaron una guerra comer­cial con China.

Ante su antológico mal manejo de la crisis pan­démica, el retroceso de la economía y la forma como atiza el siempre latente pro­blema de la discriminación racial, en 60 días Donald Trump estará frente al elec­torado, que según varios sondeos, parece ansioso por desalojarlo de la Casa Blan­ca donde ha vivido 4 años en un mundo fabricado por él mismo.

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