¿Será desalojado Donald Trump de la Casa Blanca?
Cuando escribía esta cuartilla, el Covid-19 había contagiado a seis millones de personas y cerca de 185,000 ya habían fallecido por esta causa en los Estados Unidos donde, a sus ancestrales problemas sociales y políticos de fondo, se suma el permanente sobresalto que provocan las actuaciones impulsivas del Presidente Donald Trump, que nunca ha dejado de estar en campaña electoral, agitando a su base de apoyo, y olvidando el rol de liderazgo que le corresponde jugar al Presidente del país más poderoso del mundo en momentos dramáticos como este.
Estados Unidos, con Donald Trump como Presidente numero 45, juega en desventaja en el plano de la geopolítica mundial frente a China, gobernada por Xi Jinping, y la Rusia dirigida por Vladimir Putin, dos líderes que han movido fichas en los esquemas internos de sus respectivos países para continuar en el poder hasta ver pasar a varios mandatarios estadounidenses, incluyendo al actual, fruto de una democracia, que con más de dos siglos de existencia ininterrumpida, aún carece de filtros para evitar el ascenso de presidentes con elementales carencias para gobernar en esta compleja era globalizada.
Una vez dejados los altos cargos de confianza que ocuparon al lado del Presidente Trump, por renuncias o fulminantes cancelaciones repentinas, muchos de sus excolaboradores cuentan en libros y entrevistas, cómo se vive el día a día en la Casa Blanca bajo la Administración del más longevo, adinerado y excéntrico Presidente que ha tenido Estados Unidos. Algunos de ellos han confesado, además, que lo único positivo de formar parte de ese gobierno “era poder evitar que sucediera lo peor”.
El experimentado y también longevo exconsejero de Seguridad Nacional, John Bolton, “halcón de manual y veterano de los Gobiernos de Bush, padre e hijo, de su turbulento paso por la Casa Blanca” acaba de escribir un inclemente libro por el que la Presidencia de Trump hizo infructuosos esfuerzos para evitar su puesta en circulación, titulado: “The room where it happened” (La habitación donde sucedió), donde revela situaciones “graves de falta de cultura” del Presidente, como aquello de “no tener claro si Venezuela pertenece a EE.UU.”
Ese mismo personaje, en una entrevista concedida a la corresponsal de El País en Washington, Amanda Mars, publicada por el rotativo español el pasado 2 de agosto, ante la pregunta: “Mucha gente se pregunta si todos esos tuits, las provocaciones, ¿Responden a una estrategia o son algo genuino?, respondió: “Bueno, creo que es su forma de ser, pero no soy loquero, no voy a explicar por qué es así, qué le pasó en la infancia, ni nada de eso. No me importa; lo que importa es su forma de comportarse y a veces creo que es actuación, él sabe que monta un show, pero es el mismo repertorio una y otra vez, lo que demuestra que, al fin y al cabo, eso es lo que quiere hacer. Y muestra que él no piensa basándose en una filosofía o en una política. Es simplemente cómo se levanta un martes por la mañana o cómo se siente un jueves por la tarde. Ha sido así siempre, según la gente que le conoce desde hace décadas. Así que, una vez en la Casa Blanca, no va a cambiar. No conoce mucho la historia y no tiene interés en aprenderla.”
La política exterior que ejerce la Administración Trump ha respondido a su cambiante patrón temperamental, y no es coherente con los genuinos intereses del país que representa, cuya influencia mundial ha sufrido un notable declive, ejecutando una agenda unilateral de América First, (América Primero), retirando a EE.UU. de las negociaciones comerciales de la Asociación Transpacífico, el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y el Acuerdo Nuclear con Irán. Y para echarle más leña al fuego, reconoció a Jerusalén como capital de Israel; e impuso aranceles de importación sobre diversos bienes que desencadenaron una guerra comercial con China.
Ante su antológico mal manejo de la crisis pandémica, el retroceso de la economía y la forma como atiza el siempre latente problema de la discriminación racial, en 60 días Donald Trump estará frente al electorado, que según varios sondeos, parece ansioso por desalojarlo de la Casa Blanca donde ha vivido 4 años en un mundo fabricado por él mismo.