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Enfoque: Periodismo

La fuerza de los caricaturistas

Harold Priego fue un gran caricaturista político que prestigió las páginas de Listín Diario.

Harold Priego fue un gran caricaturista político que prestigió las páginas de Listín Diario.

Los periodistas envi­diamos la fuerza de los caricaturistas.Con solo un par de trazos exagerados, una dosis de ironía y con simples analogías, abordan con simpleza temas com­plejos, encienden debates e inci­tan hasta a los más indiferentes.

Desde que en 1754 Benja­mín Franklin creó el primer dibu­jo político en el Pennsylvania Ga­zette llamando a la unidad por la independencia de los nuevos te­rritorios de la Nueva Inglaterra en contra de la Gran Bretaña co­lonialista, ningún diario de presti­gio pudo escindir del recurso de la parodia y el humor para comple­mentar historias, desafiar a los po­derosos y burlar a los opresores.

Cuando en las dictaduras mi­litares de Argentina, Brasil o Chile los periodistas no podían poner en palabras o imágenes los hechos reales, los editores llamaban a sus mejores dibujan­tes para sabotear la censura. Tan temible era su fuerza liberadora que muchos caricaturistas tam­bién engrosaron las desgracia­das listas de desaparecidos.

Hoy la historia política no podría contarse en Perú sin ca­ricaturistas como Carlin o en EEUU sin los dibujantes que se regocijan con las ocurrencias de Donald Trump, rebosante de atributos de los que se nutre la caricatura: es intempestivo, burlón, profuso en adjetivos y su construida melena y tez aza­nahoriada son símbolos distin­tivos que fácilmente adoptan los caricaturistas.

Pero, a pesar de que la ca­ricaturesca personalidad de Trump invita a la burla, tam­bién existen algunos límites por la que a veces los dibujan­tes deben enmendar errores, pedir perdón o hasta pueden perder sus trabajos. Sucedió con la humorista Kathy Griffin a quien la CNN la retiró como a una de sus animadoras estrella después de sostener una foto con la cabeza de Trump recién degollada. También ocurrió con The New York Post que de­bió pedir excusas después de caracterizar a Barack Obama como a un chimpancé.

Esto demuestra que si bien la fuerza artística de la caricatura - dibujo + sátira - escapa a los lí­mites de autenticidad de otros géneros como la crónica, la in­vestigación y hasta el video y la fotografía, no puede evadir cier­tos límites éticos y legales que tie­nen los medios y el periodismo.

Por un lado, no es tan impor­tante si se parodia a Trump o a Obama, a Alberto Fujimori o a Alan García, como que la sátira es­té apegada a los hechos y al con­texto, y que sea imparcial y di­versa en personajes, alejada de la ideología política de los retrata­dos. Por el otro, los límites legales como la apología de la violencia o del terrorismo, el discurso de odio y la discriminación, son infran­queables para todos los géneros, incluida la caricatura.

Estas responsabilidades admi­tidas por los medios invitan a los ofendidos a acudir a los tribuna­les para resolver conflictos y no a hacer justicia por manos pro­pias. La masacre en la sala de Re­dacción de la revista satírica fran­cesa Charlie Hebdó a manos de musulmanes fanáticos por la cari­caturización de Mahoma con un turbante de bombas, distancian la barbarie de la conducta de to­lerancia a la expresión que debe existir en un estado de derecho.

En el nuevo contexto digi­tal, en el que los memes, el bu­llying y los insultos pululan sin límites ni filtros en las redes so­ciales agitados por la polariza­ción política, hay que celebrar que los medios y el periodismo profesional tengan al humor po­lítico como uno de los géneros más potentes para crear debate y construir democracia.

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