EL MUNDO OSCURO DETRÁS DE LA TRATA DE PERSONAS. 2 DE 3
“Mi papá me vendió al mejor postor y sufrí las consecuencias”
“Las sillas en las que tú te sentabas en tu casa, las compré yo; la cama en la que dormías, la compré yo, y ahora tienes que pagar por eso”.
Trayendo a colación esta cita comienza a contar su historia “La amargada”, como prefiere llamarse, una joven que por cinco años fue víctima de la trata de personas.
¿Su verdugo? Su propio padre. “Él me vendió, según me dijo el dueño del negocio donde me llevaron. Yo no lo podía creer, pero él siempre me lo recordaba. Después que salí de ese lugar lo comprobé”, lo cuenta con determinación, mientras descalza se pasea por la sala del lugar donde se hizo la entrevista.
En una mano, la Biblia, y en la otra un separador de libro que movía constantemente. “¿Usted ve esto que tengo aquí? Esto es mi refugio, es lo que me ha salvado, me ha liberado de los resentimientos que guardaba en mi corazón”. Hace silencio, pero ni una lágrima sale de sus ojos.
Ya no llora. Se le ha agotado hasta el llanto. Fueron cinco años que duró expulsando su sufrimiento a través de sus ojos. Al ofrecer este dato, exclama: “Pero ya no más. He sufrido mucho. Más por lo que me hizo mi expapá que por la cantidad de hombres que tuve que atender sexualmente”. Esto lo expresa con tristeza. Sus ojos claros como la miel, su nariz perfilada y sus labios carnosos le pueden dar una idea del porqué fue vendida al mejor postor.
“No es por dármela, pero yo parecía una muñeca. Todo el mundo me decía que yo era bien bonita, pero me volvieron nada en ese negocio. Entre limpiar mesas, acostarme con borrachos y saber que mi propio papá me negoció, se fue quedando mi belleza y las ganas que tenía de estudiar y ayudar a mi familia a progresar”. Hace un leve silencio y se repone, para describir la pobreza en que creció en un pueblo del Sur.
Toma un cojín y lo coloca en sus piernas. Descansa en él sus manos luego de acomodar la Biblia en una pequeña mesa cerca donde está sentada. “Yo soy de una familia muy pobre, pero nunca pasé hambre ni falté a la escuela. Ese señor que me engendró no tenía necesidad de venderme”, lo dice, y agacha la cabeza en señal de que a dos años de haber salido de ese infierno, todavía lleva a cuestas el dolor de ser tratada como un objeto por su propia sangre.
Perdió el contacto El día que la raptaron estaba visitando a su abuela materna que vivía a unas cuantas casas de la suya. “Eran como las 7:00 de la noche, de un viernes del año 2012. Yo iba riéndome con una amiga mía por la calle y se pararon dos tipos en un carro azul, y me montaron a la mala. Después que estaba dentro del carro, me taparon la boca y me pusieron una capucha negra. Duramos muchas horas corriendo. Solo nos paramos un ratito y me dieron un jugo de naranja y una pechurina. No la quise. Después llegamos, bien tarde. Me entraron en un cuarto y me dijeron: “Esa es tu casa ahora”. Me trancaron. Este fue el único momento en que mostró ganas de llorar, pero no lo hizo.
Tempranito la levantaron y le entregaron la ropa que tenían para ella: dos uniformes para trabajar como mesera, compuesto por falditas muy cortas y blusitas diminutas, asegura mientras muestra por dónde le llega la falda. Además, la hicieron dueña de tres piezas para dormir “todas sexys”, comenta.
Vivió un calvario, y fue al salir que pudo reencontrarse con su mamá. “Ella perdió como 40 libras de tanto sufrir, por lo que ese hombre me hizo”. Hoy en día su madre y sus dos hermanos viven con ella. “La amargada” trabaja en una pequeña empresa y hasta pretende retomar sus estudios.
SU LIBERTAD Cómo salió “Nunca lo voy a olvidar. Una de las muchachas del grupo dijo: ‘Entró la Policía, ¡vámonos, vámonos!