REPORTAJE
Villa Mella Norte no tiene quien la escuche
La lluvia que cae sobre Villa Mella Norte resulta en uno de los mayores problemas de esa comunidad: sus calles llenas de lodo y hoyos. Representantes de juntas de vecinos de Licey 1 y 2, Villa Martina, Los Morenos, Batey de Yagua, Centro, Paraíso Escondido y otros tantos barrios, ya no saben qué hacer.
Encabezados por los dirigentes Dionis Metivel y Rafael Tapia, aseguran que a pesar de las protestas, de ir a la prensa y reunirse con encargados del Ayuntamiento Municipal Santo Domingo Norte y el Ministerio Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC) nadie les hace caso. Pese a la falta de apoyo del Estado, advierten que no pararán su lucha.
La problemática viene desde hace mucho y sólo recibieron promesas de parte de las pasadas gestiones municipales. Otro de los representantes óque pidió no ser identificadoó se quejó del proceso que deben seguir para hablar con las autoridades del Ayuntamiento.
“Hasta si es el que suapea hay que poner una cita con él. Ahí todo el mundo tiene cita, desde el perro hasta el gato. Nos piden los teléfonos para llamarnos y nunca nos llaman”, asegura.
También demandan un espacio que sirva para la juventud. Desde hace años, las juntas de vecinos piden la construcción de un multiuso, ya que no hay dónde hacer deporte en la zona. Advierten que en la escuela Ramón Matías Mella hay unos hierros que se supone utilizarían para un multiuso, durante el último gobierno de Leonel Fernández, pero están ahí pudriéndose. Sin uso.
El único estadio de béisbol en los alrededores es privado. Aunque el ayuntamiento construyó una funeraria, la comunidad necesita un espacio para el deporte.
“El pobre vela gente en la casa. Al que velan en funeraria no lo quieren; nosotros velamos nuestros muertos. Duramos un día gritándolos”, comenta Metivel. “A la funeraria hay que ir con zapatos y bien formal. En la casa la gente va hasta en chancleta, y con los pies llenos de lodo”.
Los demás lamentan que cuando los jóvenes terminan sus estudios deben tomar una motocicleta y brindar servicio de transporte porque no hay oportunidades de empleo. Piden un centro de capacitación gratuita.
Mientras que Rafael Tapia, presidente de la junta de vecinos de Las Flores, destaca que el principal problema de su comunidad lo constituye la falta de agua. Cuando llega, solo un 30% de los hogares la reciben.
Calle El Sol Al llegar a la calle El Sol, cercana al destacamento, el señor José Reyes (El Químico) toma entre sus manos un puñado de tierra arcillosa.
“Esto que tú ves aquí son mis cuartos”, dice con desesperación.
Tiene razón. En el 1998, llevó una carta al ayuntamiento en la que pedía la construcción de las calles de su sector. Desde esa fecha, llevó otras dos comunicaciones sin ningún resultado. Acostumbraba a comprar camiones de tosca y cascajo, para rellenar los caminos, pero ya no quiere pagar lo que corresponde al Estado.
En las pasadas elecciones, empleados del Gobierno echaron caliche, pero no funcionó. Todo se fue con las lluvias de la temporada ciclónica. Reyes revela que pagó más de 50 camiones.
“Ya no doy un solo centavo, porque han cogido a uno de pendejo”, asegura con rabia.
Vietnam En los más de 20 años que la presidenta de la Junta de Vecinos del Barrio Vietnam, Carmen Rosario, tiene viviendo en ese sector, hicieron los contenes en dos ocasiones y nunca asfaltaron las calles.
Los últimos contenes tienen alrededor de cuatro años. Cuando se construyeron ódurante la gestión del exalcalde de Santo Domingo Norte, Francisco Fernándezó los vecinos pensaron que se resolvería el problema, pero todo quedó ahí. El síndico nunca reparó otra cosa en el sector.
“Aquí no viene nadie. Uno tiene que estar dando pata, llevando comunicaciones. El 8 de febrero llevamos una comunicación. Todavía es la fecha que no responden. Nosotros ganamos un presupuesto participativo, ahora ganamos el quinto lugar para arreglar las calles”, comenta Rosario.
Los encargados hicieron un levantamiento, pero nunca volvieron. La Junta llevó otra carta en la que pedían que explicaran por qué no regresaron y tampoco recibieron respuesta. Además del arreglo de las calles, Rosario asegura que necesitan energía eléctrica y agua.
“No está muy bueno el servicio del agua, porque la ponen y casi nadie coge agua. Uno tiene que estar dando viajes (a la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo), y la mandan un solo día a la semana. A veces duramos 15 y 20 días sin agua”, dice.
Santurce A pesar de encontrarse a menos de una hora del centro de la ciudad, el barrio Santurce parece ubicarse en medio de la selva. Por sus calles nunca pasó un tractor y los cerdos, gallos y patos caminan en libertad. De acuerdo a sus residentes, nadie se acuerda de esa comunidad donde hay más de diez casas con pisos de tierra.
“Tenemos par de personas muy enfermas y envejecientes muy enfermos. Necesitan medicinas y ayuda”, comenta uno de los hombres mientras se dirige a una casita de zinc en la que vive una señora con cáncer.
Los vecinos recuerdan que hace poco reunieron 1,000 pesos para llevar a la señora al hospital. Usaron 500 para consultas y 500 para el taxi de ida y vuelta. Por el estado de los caminos, se hace difícil que una ambulancia del Sistema Nacional de Atención a Emergencias y Seguridad 911 acceda al lugar.
“Nada más mire cómo vivimos. Lo bueno es que somos gente honesta y seria. Que Dios nos ha mantenido”, se lamentan.
(+) SOLICITAN LA REPARACIÓN DE PLANTEL ESCOLAR Tras visitar el sector Santurce, los hombres llegan hasta tres casuchas de zinc. Son los edificios de la Escuela Comunitaria de Barrio Lindo, donde los estudiantes escriben “buenos días” y “por favor” en cuadernos empapados por las goteras que caen del techo. El piso, lleno de lodo.
Dionis Metivel sonríe a uno de los niños que con alegría le saluda, mientras explica el viacrucis que llevan para que arreglen ese centro educativo que llega hasta primero de secundaria.
“Hicimos un plan de protestas, llamamos a la prensa y fuimos a Educación. Hablamos con los encargados de Infraestructura.
Nos enviaron a Obras Públicas, fuimos allá y nos contactamos con el ingeniero de la obra”, asegura Metivel. “De eso hace más de un mes y pico.
El ingeniero dijo que iban a depositar para que reinicien, pero esta es la fecha que todavía está parada”, asegura.
Un total de 230 alumnos están matriculados en la escuela, pero la mayoría se ausenta a menudo debido a que cuando llueve hay que cruzar una cañada. Las clases de educación física las toman en las calles porque tampoco tienen cancha.
A poca distancia se alcanza a ver lo que será la nueva escuela, pero los dirigentes temen que no se termine para este año escolar, ya que solo dos personas trabajan en la construcción.
Metivel levanta la mirada y ve que las nubes amenazan con romperse encima de sus cabezas. Todos ven con temor hacia el suelo fangoso y sus zapatos embarrados de lodo. Ríen a carcajadas.
De repente, Metivel se pone serio. Parece recordar a los niños que estudian en la escuela de zinc y el fuerte olor a podrido que se desprende de una cañada cercana.
“No hay empleo, no hay una cancha. No hay dónde hacer deporte. No hay oportunidades o una zona franca”, se lamenta.
Su historia se repite y se olvida entre los tiempos de elecciones.