REPORTAJE

Haitianos llegan como enjambres

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Guillermos PérezSanto Domingo

Mientras prevalece el círculo recurrente de inestabilidad política y la violencia interna que viven los haitianos, agravada por la imposibilidad de las autoridades de Haití para celebrar elecciones presidenciales, congresuales y municipales, unas trabas que ya forzaron la renuncia del primer ministro Lauret Lamothe, y la subsiguiente dominación de Evans Paul en su reemplazo, cada vez más haitianos se lanzan a nuevas aventuras de viajes ilegales hacia territorio dominicano, desconfiados en una reconciliación real en su país. Mucho antes de hacer presencia esta crisis, que mantiene irresuelta la situación haitiana, en la frontera dominico-haitiana prevalecía una actividad de tráfico de ilegales sin precedentes, alentados por maniobras engañosas de los tratantes de los denominados “sin papeles”, en su mayoría provenientes de corredores migratorios recién incopororados, que alientan a migrar hacia República Dominicana y les embrujan con la ilusión de lograr un estatus de legalidad aquí, bajo amparo del Plan de Regularización de Extranjeros. En aquellos asentamientos humanos adonde antes eran escasas las gestiones de viajes, ahora son visibles los planes para esas aventuras. Los casos son bien conocidos en nuevas franjas incorporadas en los 10 departamentos, 41 distritos y 133 localidades de Haití envueltos por este furor migratorio. Nuevos informes de fuentes en la zona de control fronterizo afirman que el flujo de haitianos “se ha disparado con vehemencia” desde que inició el Plan y aumento con mucho vigor a medida que la crisis política tomaba rumbos peligrosos con amenazas de un estallido social en Haití. A pesar de los mecanismos de vigilancia y el personal militar y civil emplazados en la zona, “eso no ha parado, siguen entrando; poco a poco, pero eso llega a muchos”, comentaron. En armonía con eso, los operadores de este negocio, usualmente un trato entre dominicanos y haitianos, se han extendido a nuevos contornos de Haití, amasando cientos de miles de pesos de ese negocio ilícito, según informes. Rebuscan a sus potenciales viajeros entre caseríos arruinados por la pobreza, como los enmarañados suburbios de Puerto Príncipe y las aldehuelas de Petion Ville, City Soleil, Croix- de- bouquet y Gonaibes, Carrefour Beauge y Bonnet. También, Thomazeau, Ganthier y La Source, una zona desolada en la influencia de Étang Saum‚tre o Lago Azuey, una masa natural de agua salada entre un terreno escarpado y montañoso, a 17 metros sobre el nivel del mar y a 30 kilómetros al este del centro de la capital haitiana, continuando por los poblados de Fonds- Verretes y Anse a Pitres, abajo, en el litoral sur, frente a Pedernales, subiendo a Savanne Pomme, Caracol, Terrier Rouge, Sicard, Ferrier, Thomassique y Dos Bois Rouge, en el extremo norte. Ignorando las vicisitudes que deben afrontar para llegar hasta las puertas de la frontera, estos tropeles de indocumentados escogen cualquier vía y formas para llegar y sobrevivir aquí, empujados por las miserias que enfrentan en Haití. Aquellos no propensos a delinquir han visto en el Plan de Regularización su chance para obtener certificados legales, trabajar, ahorrar, enviar un poco de dinero a sus familias y gozar de entrada libre al país. Los grupos que trasiegan haitianos cobran valores que varían de entre 4 mil a 8 mil pesos. En la mayoría de casos, los garantes del viaje pagan sobornos a soldados y a civiles corruptos. Por cuenta propia operan “brigadas” de motociclistas que los recogen en territorio de Haití y los ingresan al país, bordeando quebradas y rutas escabrosas. A su llegada, algunos se dirigen a refugios de familias o amigos y otros quedan deambulando en las calles o durmiendo bajo techos abiertos de viviendas en construcción. Preparativos del viajeTras partir sin problemas desde pequeñas aldeas o grandes poblados de Haití, inician un arduo recorrido de decenas de kilómetros hasta espacios vulnerables de la frontera. Regularmente, los reclutantes de viajeros en Haití tienen sus contactos en República Dominicana y ganan comisiones por su trabajo. Su labor es informar sobre los beneficios del viaje y prepararlos para su salida. Son los típicos “coyotes” del Caribe. Los de Haití se encargan de los viajeros hasta dejarlos seguros en la frontera. Se responsabilizan de cobros y gestión de transporte, pagos a contactos y sobornos a militares desleales y corruptos de servicio en los puestos de control. Hay dos tipos de operadores de tráfico ilícito de migrantes en Haití y República Dominicana. Unos tienen recursos, dinero, transporte, casas, negocios y nexos con autoridades. Son garantes de un viaje más seguro. Los contactos haitianos hacen la travesía junto a los viajeros y los entregan aquí. El viaje dura dependiendo de las condiciones del clima, el rigor de la vigilancia y las rutas escogidas. Se exige viajar sin equipaje, solo bolsas con algo de ropa y comida, no gritar, no alzar la voz ni armar pelas. En algunos casos, haitianos que han tenido mal proceder o se han peleado en el camino fueron abandonados por los cabezas del negocio, para evitar que el viaje peligre. Los organizadores locales, para evitar problemas con los haitianos, exigen pago total antes del cruce por la frontera. La mayoría de los organizadores solo acepta, como pago, dinero, aunque algunos admiten prendas y otros artículos, incluidos armas de fuego. Los “buscones” de viajeros reciben su paga y su trabajo no tiene pausas. En algunos casos, el viaje depende de ellos, de los vínculos del contacto local y las habilidades del organizador para manejar las emergencias. Las condiciones del viaje casi siempre son difíciles. Cuando la vigilancia es muy rigurosa la espera dura varios días. Darse un baño es una osadía y las necesidades fisiológicas se hacen a veces en los montes. Tras su llegada a la frontera con Montecristi, Dajabón, Restauración, Elías Piña, La Descubierta, Jimaní y Pedernales, son transportados en minibuses, yipetas, camiones, furgonetas y hasta en guaguas destartaladas y malolientes. Aquellos que carecen de dinero tienen que hacer su viaje de a pie, forzados a caminatas, día y noche, evadiendo caseríos y escurriéndose entre bosques y malezas o a campo abierto. A los que cruzan la frontera y pueden pagar bien, se les transporta directo a sus destinos o son alojados en habitaciones o pasillos de cuarterías y hoteles de pueblos, en grupos de hasta veinte, treinta y cuarenta personas. Muchos son capturados y deportados a su país. Otros vuelven a intentarlo cuanto les llega otra oportunidad. Las peores horas del día y la noche las pasan encerrados en diminutas habitaciones de hoteles de la zona, y cuando no apiñados en estrechos cuartos inmundos. Quienes se exponen a estas vicisitudes proceden, en su mayoría, de zonas rurales y urbanas castigadas por el desempleo y la pobreza extrema. Ya establecidos aquí, superadas algunas de sus penurias, deben enfrentarse con dureza a las novedades de su ensayo por un cambio.

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