REPORTAJE

Rusia, el cambio visible

LA TRANSICIÓN SE HA OCUPADO DE ECHAR A UN LADO LOS ELEMENTOS DISTINTIVOS DEL CULTO A LA PERSONALIDAD DEL LIDERAZGO SOVIÉTICO, AUNQUE SE SIGAN VENDIENDO A LOS TURISTAS ALGUNOS “RECUERDOS” DE LA PASADA ERA

Moscú.- Todavía Lenin está en su mausoleo, en una Plaza Roja que ya no es roja. Y todavía, en algunas tiendas adyacentes al emblemático lugar es posible encontrar escudos con la hoz y el martillo adornando los negros gorros de invierno que sólo compran los turistas ansiosos de preservar las reliquias de una era extinguida. Del andamiaje de símbolos y rigores que constituían la imagen de la Unión Soviética, muy pocos detalles de aquella sociedad que aspiró durante siete décadas a ser paradigma del socialismo, se perciben en la Rusia de hoy, que avanza por caminos distintos. Los grandes almacenes GUM eran, 37 años atrás, cuando estuve en Moscú, eso mismo; puros almacenes donde consumidores de limitados recursos adquirían las escasas ofertas de novedades en el vestir o hacían filas para comprar panes o productos refrigerados antes de que se agotaran. Hoy las tiendas están transformadas. Tienen el lujo de las mejores de la Quinta Avenida newyorkina, las grandes avenidas están congestionadas por vehículos de las mejores y más caras marcas occidentales o europeas y del este Asiático y la policromía de los letreros lumínicos borran el antiguo aspecto brumoso que tenía entonces la ciudad. Uno se da cuenta, en el vestir, que hay diversidad de modas y accesorios caros que antes se consideraban expresiones o reflejos de gustos burgueses o extravagantes que chocaban con la moral o identidad socialista. Es el fruto del cambio de régimen, que comenzó en 1991 y que da a la transición una velocidad que probablemente pocos imaginaban. La primera impresión del cambio se siente al llegar al aeropuerto principal de Shemeretevo. Cuando arribé por primera vez, como parte de una delegación de sindicatos demócrata-cristianos latinoamericanos, invitados al Décimo Quinto Congreso del Consejo Central de los Sindicatos Soviéticos, me llevé una desagradable sorpresa cuando un miliciano, parado en la escotilla del avión, nos despojaba del pasaporte que luego me devolvería al salir de Moscú. Era, naturalmente, otra época. La de la Guerra Fría, donde tanto la URSS como Estados Unidos y sus naciones “satélites” se vigilaban continuamente, sin pestañar, para no perder la partida del predominio mundial, en la que la presencia de militares o de burócratas grises daba la tónica del estricto control social y político bajo el cual se vivía. El aeropuerto, hoy, es una estructura moderna, con hermosas y bien acondicionadas salas de espera y de llegada, con tiendas de zona franca de las firmas internacionales más famosas, una diversidad que era imposible mantener en una sociedad donde el Estado era el amo y el rey absoluto. Ahora Moscú es una ciudad cara en la que el lavado y planchado de un traje de caballeros cuesta el equivalente de 46 dólares; una ciudad cuyos habitantes tienen un ingreso percápita de 14,600 dólares y cuyas oficinas gubernamentales o de grandes empresas privadas cuidan la estética con impresionantes decoraciones, propias de una nación rica. En Moscú se preservan las históricas edificaciones que impresionan por la calidad y majestuosidad de sus estilos arquitectónicos, como patrimonio de su cultura, no de ningún régimen o sistema político, y el Kremlin, que fue símbolo del poder zarista, primero, y luego soviético, sigue atesorando las riquezas del pasado en sus distintos museos, principalmente el de las joyas, mobiliarios, carruajes y valiosas obras de arte. Pero coexistiendo con el Moscú viejo, se aprecian modernos rascacielos y edificios de apartamentos y, a poca distancia del centro, los monumentales edificios del centro financiero mundial que se ha estado levantando para reunir en ese distrito a las firmas bursátiles y las grandes empresas que desean aprovechar las riquezas petroleras, y de otro género, de este gigante de la economía mundial. La transición se ha ocupado de echar a un lado los elementos distintivos del culto a la personalidad del liderazgo soviético o al partido único, aunque se sigan vendiendo a los turistas algunos “recuerdos” de la pasada era. Eso no quiere decir, sin embargo, que se han borrado todas las huellas del sovietismo. Aún persisten rusos que añoran y creen en el pasado sistema, que incluso lo reivindican, pero las mayorías no desfilan ya, silenciosas ni reverentes, ante el mausoleo de Lenín ni se ven obligados a prescindir de lo que eran los elementos de una moral antípoda, la capitalista, ni compelidos a inscribirse a un solo partido, el de la dictadura del proletariado. PONIENDO LA MIRADA EN EL FUTUROLa Rusia de hoy focaliza sus líneas de acción económica en el desarrollo de la vivienda, la educación, la sanidad y la agricultura, dejando atrás el modelo militarista que privilegiaba el armamentismo nuclear o convencional o la gran industria. Ahora cultiva relaciones diplomáticas con casi todo el mundo, sin tener cortinas de hierro y sin imponer otras condicionantes. La delegación oficial dominicana que estuvo en Moscú gestionando acuerdos de cooperacion, de comercio, de turismo y de educación, fue recibida por funcionarios que antes eran figuras importantes del régimen comunista y que hoy se expresan con otros criterios sobre las reales prioridades de la nación, que distan mucho de la ideología o de los fundamentos estatistas y autoritarios de antaño. No hay dudas de que Rusia ha cambiado políticamente y estéticamente también, pero la transformación más elocuente es la que proyectan aquellos comunistas que cambiaron su cabeza y su mente por otra, que parece funcionarles mejor. Y todo eso sin necesidad de molestar a Lenín en su sueño eterno, en un mausoleo “cerrado por reparación” hasta nuevo aviso.... si lo hubiere.

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